Críticas de espectáculos

El juego de los embustes / Jesús Lozano Dorado / María de Melo Producciones

Un esmerado juego teatral

 

«El juego de los embustes» de Jesús Lozano Dorado, producido por la compañía María de Melo Producciones (de Almendralejo), es un espectáculo de considerable interés artístico por brindar una grácil liturgia teatral de comedia -al más puro estilo clásico- muy esmerada en el trabajo de todos sus componentes artísticos, que producen satisfacción y admiración. En el imponente trabajo teatral, serio y muy a conciencia, especialmente se luce el talento del extremeño Lozano Dorado como dramaturgo/director/actor de una propuesta rica y  transformadora en los caminos diversos de la comedia (caminos afines al de las «pièces bien faîtes«).

 

«El juego de los embustes«, es una farsa vodevilesca cuya trama cuenta la historia de un noble pobre que pretende buscarse los favores y el sustento de una condesa rica, heredera de una gran fortuna, haciéndose pasar por un aristócrata de postín, con aires de experto espadachín. Pero en su aventura es confundido por tres criadas hermanas que, en diferentes situaciones, haciéndose pasar por la condesa, le complican sus artimañas en un juego carnavalesco de embustes, donde nadie es quien dice ser y todos quieren ser quienes no son.

La comedia, escrita en verso y ambientada en la exuberancia del siglo XVIII, ilustra la metáfora sobre la apariencia y la realidad de siempre -la picaresca mundana del ayer y del presente que acontece en medio de enredos del fingido amor, con engaños, traiciones e intereses- inspirados, por una parte, en los estilos de las obras satíricas de la comedia francesa de Molière y de las obras amables de la comedia italiana de Goldoni (rozando el nervio de la «Commedia dell’Arte«) y, por otra, en el espíritu de la mejor obra versificada y caricaturesca de Muñoz SecaLa venganza de Don Mendo«) o, si se quiere, en el espíritu del género humorístico británico del «nonsense» y el teatro de Gilbert y Sullivan, con sus retruécanos, equívocos y deformaciones cómicas del lenguaje. Todo ello perfectamente combinado y desplegado en singular recorrido de escenas lúdicas de fino humor e ironía.

En la puesta en escena, Lozano Dorado logra un derroche de dinamismo ingenioso con todos los elementos artísticos componentes que, en mágica atmósfera, funcionan felizmente articulados: la escenografía esplendorosa de claros que hacen resaltar el buen gusto de la indumentaria y máscaras de época inspiradas en el siglo XVIII (creación de Inma Cedeño), el relieve misceláneo de luces y sombras que refuerzan el atractivo de las escenas (dispuesto por Luis Perdiguero), las coreografías -de bailes, canciones y esgrima- en la que destacan vistosamente los momentos de «esgrima a tres» con floretes (instruidos por Iker Alejo), la música en directo que recrean las texturas sonoras de la época, acompañando con equilibrado compás narrativo actuaciones que hacen volar los metros del verso que se aparean en el ripio en melodía literaria (composiciones de Emilio Villalba y Sara Marina, expertos en música antigua). Todo ello para adornar la recreación -de ejemplar desenfado e hilaridad- en las situaciones, los comportamientos y las conciencias de los personajes que se mueven en la órbita de la caricatura a un ritmo trepidante y asombroso, mantenido de principio a fin en la representación.

En la interpretación, a los cuatro actores que componen el elenco –Jesús Lozano, Inma Cedeño, Amparo Morquecho y Marina Haberkorn– se les nota que ponen en el escenario su máxima entrega. Todos se desdoblan en varios roles, tanto de aristócratas como de plebeyos, construyendo muy bien sus personajes que inundan de un espíritu juguetón salpicado de vis cómica y de sorpresas que se van revelando a lo largo de la obra. Sus actuaciones son vibrantes, casi de hálito festivo. Dominan el espacio de farsa vodevilesca -a veces grotesca, a ratos surrealista, muy pícara y desenfadada- con ágiles movimientos de expresión corporal y gestos de una mímica facial espléndida. Y, máxime, dominan la lírica en casi todos los metros y formas estróficas del difícil verso, sabiendo declamar con la intensidad, sentimiento y humor apropiado en el juego de palabras, en las referencias y en los dobles sentidos.

Vale la pena degustar esta obra, un gran trabajo artístico de casi 120 minutos de duración, que se pasan en un suspiro con la sonrisa amable en los labios, que no la carcajada. Una obra de calidad que, lamentablemente, no fue seleccionada en la última edición de la Muestra Ibérica Extremeña (MAE). El público, asistente a la representación de la Sala Trajano de Mérida, apreció con sus cálidos aplausos el espectáculo.

José Manuel Villafaina


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