Zona de mutación

El labrador de más aire

la cultura del trabajo

André Gorz es un filósofo judío-austríaco que por efecto del nazismo recaló en París y se sumó rápidamente al círculo de Sartre. Fue un destacado filósofo del ‘presente’ que con dos obras relativas a temas laborales desató fuertes polémicas: ‘Adiós al proletariado’ y ‘Miserias del presente, riqueza de lo posible’, donde estudia la evolución y sentido del trabajo en nuestra socio-economía. También obtiene actualmente una postrera repercusión por el libro que le dedicara a su esposa, junto a quien, ya viejos y enfermos, deciden poner juntos fin a su vida en 2007. El pequeño libro, titulado ‘Carta a Denise, historia de amor’, publicado poco tiempo antes de dicho final, ha conmovido profundamente por su contenido y no tardará en llegar a los escenarios seguramente. Lo importante que quiero resaltar es que la ideología de izquierda que reflexiona sobre la re-formulación (o no) de la vieja preceptiva revolucionaria, a la luz de los nuevos cuadros económicos generados por las nuevas tecnologías, tiene en el ‘trabajo’, como instancia de anclaje a una reconducción, su variable más importante.

Es muy mencionable a este respecto, laboralmente hablando, cómo los llamados ‘intermitentes’ del espectáculo: artistas, técnicos, a partir del Congreso que realizan en el Théâtre de la Colline de París, acceden a la sociología con el rango de ‘modelo’ porque es un poco un patrón laboral que empieza a darse en este nuevo estado de cosas. Obvio que la situación que surge aquí es cómo garantizar renta continua a los intermitentes, situación que hoy en día se extiende a distintas formas en la que se da el trabajo y que forma parte también de las estrategias con las que el capitalismo crea oferta laboral cada vez más barata, obligando a las personas a conchabarse por un puñado de centavos, porque hay una cola de cientos de personas dispuestas a tomar su mismo puesto. Esta moral extorsiva, genera un egoísmo atroz y selvático en esta repartija. Pero antes, ¿cuál es el verdadero status laboral del artista en la teoría de Marx? Recordemos que aún con lo profuso, El Capital es un libro inconcluso. Los escritos de Marx respecto al arte y la cultura quedaron reducidos a algunas notas o escritos que no tienen la organicidad del resto de su obra y quedó pendiente su incorporación a la sección que abordaba el Estado.

El arte como trabajo y en tanto a su relación con el capital, sabemos, es bastante compleja. Al arte, por su propia naturaleza, no le es fácil escapar al asedio capitalista. Siempre habrá que comprar insumos: pintura, películas, alquilar salas, manuales, pagar afiches, atender la taquilla, contratar mano de obra, etc. Esto hace a que el arte, aún transgrediendo la expectativa productiva del capital, arremeta con su independencia y soportando el soborno en cada esquina. Si el arte interviene (y sabemos que lo hace) en la generación de plus-valor, pasa a ser considerado trabajo productivo, productor de valor. El trabajo productivo está socialmente determinado. En este plano, la oposición de un reino de la necesidad y otro de la libertad, aparece prefigurado en el artista. Mientras el hombre desafecta atributos, propiedades, el arte es susceptible de devolvérselos, efecto que suena a mágico o milagroso pero que no es sino efecto de una liberación. La reducción y apropiación economicista que se hizo de Marx, privó del desarrollo de aquellas ideas inconclusas sobre arte y cultura. El andarivel que dejó vacío Marx en su teoría, fue ocupado, no menos profusamente, por el idealismo burgués. Los valores colectivos de algunas maximalismos de vanguardia, deberán ser planteados a la luz de una política de derecho o de un ‘estado de excepción’, pero esto sería otro análisis.

 

ver al que trabaja, cansa

A partir de la caracterización del trabajo surge éste como fiel y medida referencial, como sentido de la acción política y de los proyectos de cambio social. La misma capacidad de generar civilidad queda establecida desde el concepto de trabajo, el que opera como sustentación ineludible de negociación y ejercicio de los derechos fundamentales dentro de la sociedad. Para empezar, es desde allí que debemos activar a nuestras entidades, para que se nos reconozca, entre otras cosas, el acceso de nuestro sector a las políticas de seguridad social que no nos contemplan porque nosotros tampoco estamos seguros de quienes somos. No hablemos por ahora del ‘derecho a la pereza’ como decía Lafargue, el yerno de Marx, con exquisita ironía. En un tiempo de crisis, al haber reactivación, de esta forma existe la chance de que el sector cultural artístico quede incluído en las agendas de soluciones. Pero no tenemos acordados mínimamente los equipos técnicos imprescindibles, que como sector, nos permitan el asesoramiento actualizado de todas nuestra problemática social. Seguimos apostando a ser los benefactores de la humanidad en un sentido emocional, haciendo con nuestra cultura-donación el trabajo sucio a los Estados y sus gobiernos de turno, quienes relevados de la urgencia de la programación cultural no estatal, la ven compensada por los grupos autogestionados que encima, se oponen a golpear sus puertas, y pretenden, hasta donde pueden, ir por su cuenta a los barrios, a las fabricas, a entidades de minoridad, etc.

Esta visión es políticamente ingenua y luego, por eso mismo, reaccionaria, porque releva de su responsabilidad a muchos decisores privados y estatales, de darlas. Si al menos hemos de valernos de una ley de reciprocidad o de trueque, alternativa, también merece una organización económica que tendrá valor de subvertir el sistema que nos acosa si es que expresa un contenido de poder que surge del acuerdo sectorial de los artistas, con el peso político de su oposición. ¿Por qué además, el capitalismo actual, en los producidos culturales tiene el máximo poder de reproducción y relegitimación formal de sus procedimientos, ya bajo la forma de industrias culturales, patentes, legislaciones, conocimiento ‘instrumentados’ material o inmaterialmente, y aún así, seguimos razonando sobre si la cultura es importante o si lo que hacemos lo es. Lo que sentimos como no importante de nuestra actividad no es más que la expresión palmaria de la falta de proyecto, de la confusión, de no saber plantar los términos políticos, alternativos, resistentes de nuestras actividades que pretenden ir ligados a la libertad y a la vida como valores innegociables.

Cuando ‘el programa de Gotha’ definía “el trabajo como fuente de toda riqueza y de toda cultura”, fue contestado por Marx con: “el hombre que no posee otra propiedad que su fuerza de trabajo no puede ser esclavo de otros hombres que se han convertido en propietarios”. Con lo que, si la libertad es la materia prima del arte, antes lo es del hombre y es el arte quien lo recuerda, más allá de la cantidad de gente que escuche o deje de hacerlo. Esto último, es irrelevante a los efectos de esa libertad fundante. Lo que habría que demostrar y creo que no costaría demasiado, es que el trabajo que le demanda a su artista su ‘obra’ efectivamente materializada, consuma en sí una ‘fuerza de trabajo’. El trabajador cultural puede ser el concientizador en el marco de un sistema que no maneja el efecto que el producto del trabajo produce sobre los trabajadores que no pueden disponer de él.

 

 

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