Desde la faltriquera

El lado social de Woyzecz

Leander Haussmann (1959), director de cine y teatro, responsable de la Schauspielhaus de Bochum, entre 1995 y 2000, ha recalado como director invitado en el Berliner Ensemble desde 2003 en varias ocasiones y allí ha dirigido cuatro espectáculos, tres Shakespeares y Woyzecz de Büchner este año. Es un director al que se le aprecia el bagaje cinematográfico que intenta mediante diversos procedimientos trasladar a escena. Junto a esta nota trabaja a fondo la dirección de actores, los signos de la representación y creo, aunque esto puede ser una maldad por mi parte, que mira el trabajo de Ostermeier, para presentar propuestas alternativas en clave expresionista o del nuevo realismo, como el director de la Schaubühne, pero con diferentes lecturas dramatúrgicas y con planteamientos e implantaciones escénicas muy diferenciadas. Algo escribí en una faltriquera precedente acerca de los dos Hamlet que se ofertaron al tiempo en 2014 en Berlín, y ahora parece hacer lo propio con el texto de Büchner.

Si la propuesta escénica de Ostermeier (2003) se rodeaba de una poderosa escenografía y la historia se contaba desde desde el drama personal Woyzecz, Haussmann ofrece otra visión, muy apoyada en préstamos conceptuales de carácter cinematográfico, que consiste en revisitar la historia desde un ángulo social y prescindir de todo elemento escenográfico (escenario vacío durante toda la representación). De este modo, pasan a un segundo plano (no quiero decir que no estén) las vejaciones a Woyzecz, la consideración como individuo de segunda categoría susceptible de soportar investigaciones e insultos, las relaciones de Marie con él y con otros, etcétera; por el contrario, cobran un carácter protagónico, la violencia del colectivo humano, concretado en un ejército, que recuerda el yanqui en Oriente Medio, que pasa por encima de la personas (todo lo arrasa y lo consigue por la transacción o la violencia). Esta imagen / idea se presenta desde la primera escena: un «ejército» de 40 actores ocupa el escenario, lo pisotea con violenta fuerza marcial y pasa por encima física o metafóricamente de aquellos personajes que poseen cierta individualidad (veja a los hombres / viola a las mujeres) y que no pertenecen a la categoría de elegidos, señalada por Büchner.

En el núcleo de convicción dramática del director está la violencia y la degradación del ser humano cuando recurre a ella, pero de esta no se sustraen ni Woyzecz, ni Marie, que son víctimas y verdugos, dualidad que me parece recurrente en el imaginario de Haussmann. Ambos son víctimas de ese ejército impersonal, que funciona como un animal o una máquina, obedeciendo órdenes, pero los dos protagonistas, entre sí o en el caso de Marie con otros, juegan a su escala ese doble papel.

El trabajo dramatúrgico de Sünkel resulta muy interesante. Se observan cierto cambio de escenas y así, por ejemplo, la muerte de Marie la llevará hacia el final, acentuando con su presencia ese doble papel al que aludía líneas arriba; pasan a un segundo plano o elimina las escenas que Büchner concibe la experimentación con este personaje; inventa escenas, sin texto, donde aparece la presencia apabullante del ejército; fragmenta más el texto base, intercalando canciones del folclore americano que rompen la acción, introducen distanciamiento y provocan asociación con el ejército americano. Además existe una concepción relevante de la dramaturgia, pues la historia camina desde la dispersión de muchos elementos fragmentados al principio, acumulación de datos, a la concentración en el último tercio del espectáculo con escenas que se reducen a Woyzecz y Marie, o a estos en relación con algunos personajes. El dramaturgista y el director inventan otras escenas en las que aparece un hombre mono en una clínica, que refuerza sin palabras la idea central que el director pretende contar.

Los actores, tanto los que ostentan algún protagonismo como los que interpretan el personaje colectivo, acentúan su función mediante una gestualidad individual muy marcada o significativa de un estado de ánimo, o mediante el gestus social codificado, identificado e intensificado mediante la repetición, a veces, más exagerada del mismo. Es el caso, por ejemplo, del poder anónimo del ejército: mismo gestos, mismo vestuario, idénticos movimientos y utilización de las armas, como ocurre en los desfiles del llamado «orden cerrado» (apropiándome de terminología castrense), y amplificación mediante el uso de micrófonos del golpe de la bota en el suelo: violencia y disciplina, a un tiempo. La enumeración de signos relacionados con vestuario, color del mismo, pequeños objetos, el carro del niño, el uso de objetos potables o la proxemia de los movimientos excede la longitud de estas líneas, pero todos cumplen su función y se encaminan en la misma dirección, fortalecer el núcleo de convicción dramática.

La concepción cinematográfica se observa en el montaje de las escenas fragmentarias; el montaje de «subescenas» en una escena; la sucesión de éstas con cortes mediante escenas que suponen la detención de ritmos fuertes e intensos; la diferenciación de planos (del general al primer plano, mediante la difusión o concentración de la luz y acentuación o detención de gestualidad del signo corporal); la variedad en la coloración e intensidad de la iluminación, que acota espacios y crea atmósferas que transmiten emociones; o el espacio sonoro (acciones o canciones) que entran con diferente intensidad y desde altavoces distribuidos en la sala. Un espectáculo, en su conjunto, que no permite la indiferencia y que, en momentos, transmite cierta congoja al espectador que, instalado en su butaca, se remueve por la fuerza de las imágenes visuales o acústicas.

Woycecz de Georg Büchner. Dirección: Leander Haussmann; Dramaturgia: Steffen Sünkel; Vestuario: Janina Brinkmann; Luces: Ulrich Eh; Intérpretes: Peter Miklusz, Johanna Griebel, Luca Schaub, Raphael Dwinger, Antonia Bill, Traute Hoess, Peter Luppa, Boris Jacoby, etc. Berliner Ensemble.

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