Críticas de espectáculos

El Libertino / Eric-Emmanuel Schmitt

El libertino. De Eric-Emmanuel Schmitt
Director: Joaquín Hinojosa
Intérpretes: Yolanda Ulloa, Andrés Lima, Nathalie Poza, Nuria Benet, Rebeca Valls y Ramón Blanco.
Teatro Abadía. (Metro Quevedo)
En cartel hasta el 8 de junio.

Entre la razón y el deseo, reside la felicidad

“Me enfurece estar metido hasta el cuello en una maldita filosofía que mi espíritu no puede dejar de aprobar, ni mi corazón de desmentir” Denis Diderot.

Este es quizá el destino del filósofo cuyas máximas buscan ansiosas la felicidad y el bienestar; del estudioso que creyó encontrar en esta ciencia la certeza, las respuestas que respiran inherentes al ser humano vestido de “porqués” eternos; del erudito que, pasado el tiempo, descubrió que la ciencia de la sabiduría no es exacta, no tiene “La Respuesta”.
La filosofía es el arte de teorizar, el paradigma del pensamiento que se diluye al rozar el suelo práctico de la realidad. Eric-Emmanuel Schmitt, partiendo de la más absoluta veracidad, quiso mostrar un momento de la vida de Diderot. Éste retirado al campo, elude la censura e intenta elaborar un nuevo tomo de su enciclopedia, donde habrá de incluir la voz “Virtud”. Los acontecimientos que se sucederán no van a ayudarlo precisamente a delimitar la línea a seguir en la definición unívoca de esta ¿cualidad?
Joaquín Hinojosa ha jugado inteligentemente con la escenografía, con la ambientación e incluso con el vestuario. Todo ello nos traslada prodigiosamente a la época de la ilustración, pero éste no es un viaje al uso. El trayecto se realiza al interior, al espíritu del filósofo, poseedor de teorías firmes, seguro de sí, en un momento en el que las ideas, en forma de mujer, van a desmoronar no sólo sus tesis, sino su forma de vivir y de sentir.
Por esto encontramos una habitación un tanto desorganizada, repleta de legajos, un diván, una mesa, un escritorio y una vieja bata de la que Diderot no se separará desde el momento en el que la primera idea, Madame Therbouche (Yolanda Ulloa), comienza a cuestionarle su superioridad intelectual e incluso espiritual. Seguidamente será su esposa (Nathalie Poza) la que, usando sus propias armas le demostrará que la duda es mucho más sugestiva que la certeza. Su hija (Rebeca Valls) aplicará en su vida los dictámenes que ha asimilado de un padre ilustrado y una jovencita (Nuria Benet) completará la legión de ideas que imposibilitarán la labor “teórico-práctica” de Denis Diderot (Andrés Lima)
Es muy distinto emitir una sentencia, incluirla en una enciclopedia para que el mundo la estudie y la aplique, que hacer efectivas nuestras aseveraciones en la propia vida o en la de nuestros seres queridos.
“La verdad absoluta no existe y esto es absolutamente cierto” “el libertino” Diderot aprende esta lección en una exquisita comedia de enredo, en la que a cambio de nuestras carcajadas se nos otorga el privilegio de la duda y la reflexión. Diderot rompe la recta concepción de Rousseau: El hombre, per se, no es ni bueno ni malo. El hombre aspira al bien, y actúa según le indica la buena fe y el sentido común, aunque éste sea el menos común de los sentidos.
Andrés Lima es un excelente Diderot. Confuso, contradictorio, acorralado e inteligentemente rendido ante la voluptuosidad de Madame Therbouche. Valls-Angélica Diderot es el espejo perfecto del filósofo que ha sembrado en su hija la semilla de su propio conocimiento. Resuelta y decidida, pone sobre la mesa sus “hirientes” afirmaciones.
El Feminismo más inteligente es palpable y evidente en esta comedia. Cualitativa y cuantitativamente, la femineidad da forma a este montaje. Son mujeres las ideas. Éstas acaban sometiendo amorosamente al “sabio”. Es la ética, la moral, la virtud “las voces” que lo confunden y que finalmente no podrá definir. La libertad y la felicidad son las sensaciones que perseguirá durante toda su vida. La filosofía , ciencia a la que Diderot consagra su vida, tiene nombre de mujer y hasta la fémina, aparentemente, más simple (su esposa) le devolverá astutamente la tentadora sugestión de la incertidumbre. El lugar donde secretamente nos espera el placer.

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