Zona de mutación

El rinde actoral

A menudo se escucha de los directores, que tal o cual expresión o signo actoral es eficaz. Baste la fórmula para pensar el arte de la actuación en tanto rendimiento. Quizá lo que se evalúa con ese comentario es la concordancia entre lo que el actor emite y lo que se planeaba que hiciera, siempre en relación a la aceptación de los espectadores. Las actuaciones esperables. La pregunta discordante aludiría a si la discontinuidad entre los propósitos planteados se desfasan en la emisión del actor, provocando reacciones en el público del todo imprevisibles, o al menos inmanejables dentro del cuadro esperable de ‘a tal acción tal reacción’. La pérdida del patrón de evaluación inmediato, que se orquesta en reacciones anímicas, corporales, gestuales heterogéneas y diversas, hacen, en no pocos casos, que los directores incidan sobre los actores/actrices para que retornen al molde de las reacciones seguras y medibles en milibares de acierto y éxito. Toda otra reacción es pasible de escaparse de las manos. Esto presupondría que hay una emisión actoral que ya infiere el blanco. Que no lo alcance, tornaría a dicho acto en ineficaz. Parte, o mucha de la discordia folclórica en el debate teatral pasa por los pareceres de quienes conciben al teatro como el arte de dar en el blanco, frente al de aquellos que planean que cualquier cosa que se emita desde un escenario no tenga un destino previsible. Esto definiría al menos, dos planos absolutamente diferentes, que generan modelos de actores tan disímiles, que de más está que luego graciosamente, el preparado en uno de ellos, se trasvase sin mayores miramientos al otro. Tampoco se trata de obcecamientos u obtusidades que eliminen la posibilidad de gozar, no pocas veces, de los sorpresivos talentos de actores largamente estereotipados en la tele y el mismo teatro, pero que a la vuelta de la vida, sorprenden con la densidad de sus condiciones, en algún papel revelador, a las que nadie había valorado hasta allí. En estos casos, no es que tal actor se desplace impunemente de un plano a otro, sino que es probable que el proceso cultural, entiéndase el arribo de nuevas miradas, sinceran el lugar que tal actor debe y ha debido ocupar, quizá. Suele ser el derrotero de oscuros ‘partenaires’, invisibilizados para los grandes roles, que no obstante, a un ligero centramiento, pueden producir lo que no se esperaba de ellos, a lo que suman en una rara sabiduría, el oficio acumulado en millones de pies dados a la primera figura para que hiciera los remates consabidos y se luciera como se esperaba de la misma.

Otra perspectiva más desafiante es la que conduce a actuar con la pregunta permanente respecto a ‘¿qué es la actuación?’ Que no pocos valorarán como ociosa, pero justamente para disturbar el hecho de que a tal signo teatral, tal perfil en el ejecutor. Traducido en caracteres identitarios, igual a decir que a tal desafío teatral, tal actor específico, lo que conduce a una polivalencia del concepto actor que reclamará en consecuencia una variedad de emplazamientos teóricos-prácticos para su formación. Un actor río, que no baña al público dos veces con las mismas auras y energías, demanda una visión activa y dinámica de aquello que lo define. En esto, muchas veces, el camino más corto en la realización, equivale al de la comodidad y el de la apelación al de la tópica teatral que a tal cosa la corresponde previsiblemente con aquella que se espera.

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