Zona de mutación

El ‘sin pensar’ como obediencia debida del teatro

El ‘sin pensar’ como obediencia debida del teatro1

La apelación a la intuición y a ese campo mágico que suele calificarse como ‘no pensar’, produce que el intelecto del actor en escena pueda llegar a ser el elefante en un bazar, capaz de hacer trizas la filigrana sutil de que se alimenta la interioridad del artista. En una nota anterior incluía en el título el término ‘awareness’ relativo al interés de Grotowsky por un proceso de sensibilización en los umbrales mínimos de lo perceptible. En una zona pre-atencional, pre-racional que no obstante puede considerarse como la de caldo de cultivo, verdadera fuente del imaginario, motivo de sus investigaciones postreras. Pero esta zona también puede ser operada de manera de-sensibilizante y observarla quizá nos permita, por contraste, algunas conclusiones útiles. Puede encadenarse el aporte de esta semana al otro de hace algunos meses. Propongo referirme aquí, y por qué no en alguna nota sucesiva, a las implicancias del ‘no-pensar’ como garantía de genuinidad intuitiva. Sin prescindir del riesgo, cercano a un craso y literal no pensar del artista, que supone el manipuleo directorial dentro del proceso de producción teatral y que podemos caracterizar por mera analogía, como la obediencia debida del teatro. Lo que sigue es parte de ese ejercicio de comparación.

Primero quiero ofrecer a consideración un material basado en un artículo del diario La Nación de Argentina, publicado el 24 de abril de 1999, del periodista y dramaturgo argentino Mario Diament2 . Lo importante de esta información es observar las consecuencias que tiene en los procesos mentales de un sujeto en situación de representación. El lavado de cerebro, la despersonalización, el ‘no pensar’, están en la misma encrucijada del camino donde el proceso mental se resolverá como creación o alienación. A partir de ‘la masacre de Littleton’, en EEUU, aquella donde dos alumnos matan a quince compañeros, surgieron estas reflexiones que creo de interés para los artistas que investigan los procesos del psiquismo en trance de creación. El psicoanalista argentino Gabriel Sedler menciona cómo Diament, en su artículo, analiza la masacre ubicándola más como un síntoma social que como un hecho aislado. Diament recurre a una publicación de David Grossman: «Sobre el acto de matar».

Grossman es un psicólogo del ejército norteamericano especializado en el estudio de la conducta de los combatientes y -en particular- en la injerencia que podrían ejercer sobre las mentes de sus usuarios aquellos juegos infantiles que integran la tecnología y el diseño de los simuladores de combate. Grossman se define a sí mismo como matálogo, especialista en ‘matalogía’, disciplina psicológica que prepara al soldado para matar, y cuya sola mención, en verdad, sobrecoge. La premisa de la que parte Grossman es curiosa y también ella sintomática. Para él, «el ser humano, al igual que los otros animales, se resiste a matar a los de su propia especie». Una idea que desplaza el «no matarás» fuera del reino de la cultura y del super-yo y se lo adjudica insensiblemente a la sopa genética. Partiendo de allí, Grossman explica que la principal dificultad para el entrenamiento militar no consiste en el aprendizaje técnico del uso de armamentos, sino en la interiorización de la decisión de utilizarlo. Aporta datos más que interesantes: la mayoría de las heridas mortales en un combate se producen cuando el enemigo se encuentra en retirada, vale decir que se inflingen por la espalda y no en el momento del enfrentamiento, «cuando puede verse al enemigo a los ojos».

Para salvar este obstáculo la metodología de entrenamiento apunta a disparar «sin pensar»; con ese fin, se vale de simuladores similares a los vídeo-juegos. El diseño del sistema ha sido concebido para lograr en el entrenado una obediencia ciega a las órdenes del entrenador, con el objeto de eliminar en él cualquier vacilación. Grossman resalta que el objetivo consiste en cultivar en el entrenado una particular disposición con respecto a la «voz» del entrenador (más que a su palabra), induciendo en el primero una abolición de la injerencia subjetiva. Así, introduce una pregunta acerca de cuáles son las condiciones para que dicha voz de mando quiebre la supuesta «resistencia del ser humano a matar a sus semejantes».

11Probablemente, podamos aportar al análisis de Grossman, -desde nuestra perspectiva- que allí la «voz» no oficia como fenómeno acústico-, sino como objeto de la pulsión que a la vez debe ser considerado como ocupando el lugar del objeto externo que articula el dispositivo de masas que describe Freud en su ensayo sobre Psicología de las Masas y análisis del Yo, con la consecuente abolición de la subjetividad individual. El citado estudio de Freud (1921) es un minucioso estudio acerca de las características de las masas y de la interrelación de la psicología individual y la psicología colectiva. Se trata de un valiente trabajo gestado en una época en que una nueva política de masas comenzaba a cambiar el mapa europeo en nombre de una ideología destinada a dejar la huella del horror en la historia. En este artículo, Freud vuelve sobre su hipótesis de la horda primitiva a la luz de los nuevos conceptos forjados en torno a las ideas de «pulsión de muerte» y de «narcisismo» y propone un modelo para pensar la economía libidinal de las masas, deduciendo de allí las vicisitudes del advenimiento del Yo. El modelo que propone para la masa es el siguiente: «Tal masa primaria es una reunión de individuos que han reemplazado su ideal del «yo» por un único y mismo objeto, a consecuencia de lo cual se ha establecido entre ellos una general y recíproca identificación del Yo.

 

[1] Aludí a similar concepto en la nota “El fin del director-chulo”.
[2] Crónica de un secuestro, Cita a ciegas, son algunas de sus obras teatrales.

 

 

 

 

 

 

 

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