Incendiaria en combustión

El sueño obtuso

«¿De qué está hecho? pregunta un personaje al final de la película «El halcón maltés» refiriéndose a la estatuilla que todo el mundo creía de oro y piedras preciosas. «Con el material con el que se hacen los sueños», responde Sam Spade recuperando una frase de aquel autor que puso en pie otro sueño: «El sueño de una noche de verano».

«El verano se revela con frecuencia como un poderoso manantial que alimenta el caudal simbólico de la experiencia contemporánea». Así inicia el crítico Manuel Xestoso el prólogo al texto «Aquelas cousas do verán», del dramaturgo gallego Manuel Lourenzo. Y es que el recuerdo del estío permite revivir el tiempo de la calma y de las posibilidades, la ensoñación de aquel tiempo pasado en el que aún todo es posible. Comienzo a recordar veranos y las imágenes se superponen en una asociación imparable de imágenes con distintos sabores pero con el mismo olor. Inesperadamente, entre ellas aparece la figura del ya desaparecido Eduardo Haro Tecglen con quien tuve la oportunidad de conversar brevemente en un mes de agosto durante un acto por la recuperación de la memoria histórica. Tecglen declaraba preferir el desorden a la cultura porque no quería una cultura ordenada ni impuesta. Jugaba con la orden y con el orden. Jugaba con lo obvio y con lo obtuso.

La actriz y directora argentina Cristina Castrillo en su espectáculo «Umbral» presenta claramente la diferencia existente entre el hecho de explicar y el de sugerir, entre la narración y la asociación, entre la diferencia de entender desde la cabeza o desde la totalidad de los sentidos. Hablaba esta fiera escénica del lenguaje de los sueños: ese lenguaje donde todo se mezcla y se superpone, se simultanea, se fragmenta, se queda en suspenso o se ramifica hasta el infinito. El lenguaje de los sueños permite las asociaciones libres, los saltos temporales, la desintegración de los personajes, la pieza paisaje, se centra en la acción antes que en la historia. Aplicar el lenguaje de los sueños en la escena permite que el espectador construya y emprenda un viaje individual realizado a través de sus asociaciones propias e intransferibles. Juega el lenguaje de los sueños con lo obtuso, con el tercer sentido del que hablaba Roland Barthes.

Lo obvio es lo que viene a nuestro encuentro, lo que va por delante, lo conocido, lo pactado con la comunidad. Lo obtuso es lo añadido, lo que es necesario encontrar, lo individual, lo que el intelecto no logra absorber por completo.

A la hora de decantarme entre uno y otro, yo opto por afirmarme claramente obtusa como Haro Tecglen afirmaba preferir el desorden a la cultura. Y eso a pesar de haber experimentado en este tiempo estival mi primer sueño lineal y narrativo. Son esas cosas del verano…

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