¿De qué sexo es la palabra?

El teatro dilata el tiempo

¿Cuántas palabras entran en el minuto cuando te pienso y no me llamás?

Y el minuto siguiente estará más largo, y no podré detenerlo. En el arte el tiempo se convierte en otra cosa que no es la ansiedad de esperar que algo suceda, que el otro me tenga en cuenta y se acuerde de llamarme, escribirme, contratarme, convocarme, verme, el tiempo me pertenece cuando la creación se concreta. Lo atrapo entre las palabras, el silencio, lo no dicho, el cuerpo del actor, el espacio, la materia escénica. El tiempo se dilata y se olvida de la vida y la muerte: sucede. El tiempo me pertenece cuando materializo un pensamiento y una pasión. La vida tiene matemáticas que el teatro aniquila. No se miden los mismos minutos que luego se repetirán en otros minutos en otra función. Algo pasa, algo trasciende, algo nos pasa, y esa misma hora que dedicamos en la nada, en la calle, en el bar o mirando televisión, no es la misma hora que sucede en una sala teatral, en un ensayo o en la escritura. Por eso el teatro atraviesa las lógicas medibles, presupuestales, inversión , no se mide lo inasible, lo inmedible, no hay parámetro humano aún que pueda detectar, validar la dilatación que produce el teatro en el tiempo material. Es algo concreto, pero no puede establecerse como tal, y de eso se aferran los buitres de la oscuridad y formulan: el teatro es gasto. Y desde la lógica de un mal almacenero se hacen las cuentas y se dictamina: no dan los números, ¿cuáles números no dan? ¿Los 480 minutos en que se conviertieron los 60 originales? O ¿en cuántos minutos se reproduce internamente los 60 invertidos en una obra teatral como espectador? ¿Se puede saber ese dato?¿Se puede comprobar? No, lamentablemente no hay detector humano que lo resuelva, ni máquina que lo corrobore, pero todos sabemos, los que sabemos y hemos vivido y vivimos la experiencia de ser artistas y espectadores, para conocer que el tiempo se expande, se dilata, se hace otra cosa, otra materia e ingresa en el cuerpo y transforma. Claro, no hay matemática o ciencia que demuestre esta poesía. Pero hay cuerpos infelices que saborearon la felicidad o se alegraron porque la pregunta es mejor a veces que la respuesta. Que el manual es una tontería y que sentir no tiene precio.

No pueden medirse con la misma vara los tiempos. Y la lógica dice que sí. Habrá entonces un espacio desconocido que amplía la pausa entre palabra y palabra, un pliegue desconocido.

Entonces salgo de la sala, cruzo el umbral. Miro el reloj. Pasaron 60 minutos. El mundo ordena el tiempo en esos sesenta minutos. El umbral y el tiempo son personales. En algún momento los relojes también lo serán.

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