Críticas de espectáculos

El velo de las mariposas / Concha Rodríguez / La Estampa Teatro

Un bello juego literario/teatral de contenido educativo y feminista 

Con rigurosa atención en el protocolo sanitario, está siendo destacable la programación teatral de primavera organizada cada semana -con compañías profesionales extremeñas de calidad, que llenan- por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Don Benito en su remodelado Teatro Imperial (con el buen ejemplo de la asistencia del alcalde José L. Quintana y esposa que no se pierden ningún espectáculo). «El velo de las mariposas«, de la dramaturga/actriz Concha Rodríguez, producida por la veterana compañía almendralejense La Estampa Teatro, un bello juego literario/teatral de contenido educativo y feminista, ha sido la última función de marzo.

 

«El velo de las mariposas«, es una pieza teatral que confiere una propuesta lúcida de unas prácticas de clases diferentes montadas durante el recreo en un instituto de bachillerato, que nos recuerdan -en parte- aquel estilo para la autorrealización del alumno (el valor del «Carpe diem», filosofía de vida basada en las «Odas» de Horacio) empleado por el profesor que tan magistralmente representó Robin Williams en la película «El club de los poetas muertos«, en donde Concha Rodríguez trata de dejar abiertas las puertas de conocimiento que la Literatura ofrece para que los alumnos reflexionen y modelen la forma de ser, quitando muchos prejuicios y taras de generaciones pasadas, olvidando los remordimientos y, también, los temores sobre el futuro. Todo ello, fraguado desde la valentía, la facultad y el sentimiento de ayudarles en su destino a ser mejores personas.

Aunque no se puede decir que la historia y el tratamiento de la obra sean del todo originales (sobre el tema de la profesora de ideas y mente abierta que imparte sus clases en un centro donde la educación y la formación intelectual de los jóvenes se interpreta y ejerce desde la tradición, las normas, el conservadurismo y la firme disciplina) y tiene algunas similitudes inspiradas asimismo en otras películas -«El club de los emperadores» (2002) y «La ola» (2008)-, la obra de la dramaturga extremeña, estructurada en la búsqueda de una imagen múltiple de la vida con pretensiones de trascendencia conceptual y con especial énfasis poético, consigue de fondo un aleccionador y emocionante alegato actual -de aquí y ahora- por la igualdad, por el arte, por la libertad de elección y pensamiento.

La autora que utiliza en la trama la función pedagógica de la dramatización y los juegos de expresión dramática se adentra con gran cognición en los géneros más variados de la poesía, que toma como punto de partida en las acciones que representan, haciendo un interesante recorrido histórico con versos -seleccionados a propósito de los temas- tanto clásicos (de los autos sacramentales de Calderón o de la poesía amorosa de Catulo) como contemporáneos (de las cartas poéticas de Virginia Woolf o de las poesías vanguardistas de Josefina de la Torre vinculada con la Generación del 27), que permiten hacer entender al alumno, de forma sistémica y ordenada, la existencia humana. Pero la mayor agudeza de la pieza dramática lo constituye el cuestionamiento y crítica rigurosa a la marginación de la mujer recreando los años de la Generación del 27, que fue el centro de irradiación de una potente voz femenina.

Ciertamente, en esta generación decenas de mujeres desarrollaron su actividad artística y literaria –María Zambrano, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre, María Teresa León, Concha Méndez y otras- propiciando un universo multiforme y dinámico que no se reconocía en el pasado y oteaba el futuro con esperanza. La mujer veía entonces que siglos de sumisión llegaban a su fin. Concha Rodríguez especifica en la obra: «Autoras maravillosas que faltan en los libros de literatura de este país de caínes«. Lo hace a través de la profesora protagonista, que propone a sus alumnos -tras leer un poema elegido- un juego de sensibilización y expresión dramática, diciéndoles: «Vamos a jugar a revivir las emociones, los momentos por los que pasarían esas mujeres intelectuales, artistas, comprometidas con la política, con la sociedad… Recread con movimientos lo que encontréis en estos versos. Los ojos bien abiertos para el debate posterior… Quiero que reviváis tanta injusticia, tanto robo. Quiero ver qué siente una mariposa cuando le echan un velo y le arrancan las alas.«

La puesta en escena, de Eva Romero, es bastante fiel al texto y a sus acotaciones. Logra mantener apropiadas atmósferas en la narración poética -con distanciamientos didácticos brechtianos- y las dramatizaciones, en un montaje escenográficamente austero de varias mesas transportables para cambios originales de espacios en las diversas situaciones representadas (de un recreo, un departamento de literatura, un juzgado, etc.), arropadas por una gran pantalla con imágenes atractivas y con ilustraciones sugerentes que destacan por el uso excelente de la luz y el color (creación audiovisual de Carlos Lucas). Maneja bien la dirección actoral, con limpieza expositiva en los movimientos, los gestos y la voz. Y con fuerza expresiva en el ritmo -a veces ritualizado- de las escenas.

En la interpretación, hay soltura, desenfado y veracidad en los papeles de los actores. Concha Rodríguez -en el personaje de la profesora Diana– brilla carismática imprimiendo seguridad y mucho oficio en un trabajo actoral orgánico, serio y en profundidad. Raquel Bravo (Gloria), Laura Moreira (Irene), Pablo Mejías (Liberto), Javier Herrera (Álvaro) y José María Galavís (Diego) cumplen bien en todos los roles de sus personajes -de juego pirandeliano- en los desdoblamientos.

José Manuel Villafaina

 

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