Y no es coña

En un laberinto de cristales acrisolados

Escuché una entrevista radiofónica a Juan Mayorga y me pareció entender que vertía una cierta amargura sobre algunas críticas que ha sufrido su obra “Amistad” y señalaba que existía una práctica de ensañamiento no argumentaria en el ejercicio de eso que se ha convertido en algo tan ambiguo como es la crítica, crónica, opinión autorizada, ocurrencia urgente, que se ha apoderado de medios de comunicación, blogs espontáneos, redes sociales y un largo catálogo de lugares donde con su nombre y foto o con seudónimo y avatar, se van tejiendo unas ideas sobre los espectáculos que pueblan la cartelera, casi en exclusiva de Madrid.
Y como siempre ando por las ramas, de repente me viene una duda trampa, ¿se puede juzgar un texto solamente por el montaje que se ha presenciado o hay que leerlo para emitir un juicio cabal? Ni después de toda la publicidad que veo incluida en el noventa por ciento de las opiniones vertidas en los medios tras un estreno, donde no hay ni un atisbo de aportación crítica, sino que se trata de un reportaje previo del día después ya que no se encuentra nada más que las palabras del dosier, soy capaz de responder a la pregunta que me he formulado con tanta carga de retórica que casi se vuelve teórica.
Me explico a mi manera. En el Umbral de la Primavera se está representando un magnífico espectáculo a partir de la obra “Neva” del dramaturgo chileno Guillermo Calderón. Esta obra la vi hace varias décadas en Santiago de Chile y me fascinó el texto, el montaje, las interpretaciones. Recuerdo que tenía a mi lado a Pepe Bablé y le daba codazos y le decía por lo bajo, “este texto es una maravilla”. Abrevio, ese texto lo edité en Artezblai. Ese libro ha servido para que se hiciera algún montaje más, y al ver el que se ofrece en el Umbral, disfruté tanto del texto, de la lucidez de su dramaturgia, que me conmocionó. Sin haberlo leído, comprendí que era un gran texto. Lo mismo me pasa, sin leerlas ,veo obras que me parecen flojas, en ocasiones que la puesta en escena y la interpretación la mejoran, en otras que no soy capaz de deslindar en una primera lectura los lugares donde están los problemas.
Es sabido que voy cada día al teatro. Cuando mi cuerpo, mi alma, ni circunstancia y mi analítica coinciden en un estado de conciencia adecuado escribo comentarios ligeros en dos redes sociales. De vez en cuando vuelvo al ejercicio más reposado de escribir una crítica que publico en el periódico GARA. Tengo cada vez más agudizada una sensación de decadencia personal. El miedo funciona en mi como un gangrena de las ideas. No quiero ofender a nadie, no deseo ayudar a una deserción debido a algún error de apreciación del trabajo de un colectivo o de una creadora emergente. No es una postura ética, ni funciona como colaboradora con el ambiente, es una pura y simple decadencia, fruto de la falta de energía, de incentivo, de necesidad, de impulso. Escribir una crítica me produce una sensación de intrusismo. Me cuesta señalar constantemente las deficiencias notables que detecto en las estructuras generales de las obras y espectáculos bendecidos de manera fanática por autoridades, programadores y palmeros con vitola de críticos.
Por eso como dice un amigo, estas homilías luneras, son políticas. Y no supe pedirle matiz, porque yo no renuncio para nada a mis acciones en todos los ámbitos de mi vida que son, obviamente, políticas, pero por su comentario no acababa de comprender si se refiere a que no hablo aquí de otra cosa que de política, y más aún, si él no encuentra que entre tantos borrones, existe algún sintagma que aporte algo a una política teatral de futuro fuera de la corriente reaccionaria e inmovilista en la que se mueve, en general, todo lo que sucede.
Por eso, sintiéndome dentro de un laberinto de cristal acrisolado y que en cada esquina el color me hace sentir asco, euforia, confianza, aburrimiento, a veces todo a la vez, otras de manera escalonada, miro con más atención ese aparato rutinario que me controla la tensión arterial que las cuentas corrientes, sufro de una reconocida posición de privilegio en las listas de personas ignoradas por las autoridades incompetentes circunstanciales, me encuentro en las salas y teatros con amigas de toda la vida, con conocidos a los que admiro, con indiferentes a los descubro, todo ello dentro de una espuma gris, donde caben todos los seres perdidos en el escalafón de la necesidad convertida en doctrina.
Lo que quería decir es que existen personas que no perdonan el éxito, que esperan cualquier resquicio de supuesto error para dar fuerte, y lo sabes mejor que yo Juan Mayorga. Confieso que mi cobardía crece, que no me atrevo a escribir con toda mi capacidad hiriente o complaciente, incluso con todo mi supuesto argumentario técnico sobre los espectáculos mediocres que veo en los escenarios. Y lo peor es que acabo teniendo mala conciencia por ello, ya que, si nadie dice que el rey va desnudo, se perpetúa esta farsa actual.

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