Escritorios y escenarios

Feria Internacional del libro de Bogotá: versión 29

El pasado 23 de abril estuve en la Feria del Libro de Bogotá. La idea de volver a un lugar que en el pasado visitaba todos los años, me pareció inquietante. Esa caminata alrededor de miles de libros, que podía durar media jornada o jornada completa, dependiendo de la resistencia física de cada uno, era uno de mis planes favoritos.

Lo primero fue llegar a Corferias, el recinto ferial en el que suele desarrollarse el evento, y para mi sorpresa había una fila larga para entrar. Era tan larga que pensé en abandonar el plan y quizá regresar otro día; por suerte se trataba de la línea para comprar la entrada y como ya tenía la mía, pude ingresar rápidamente.

En mi experiencia, que para muchos será mucha y para otros será poca, jamás había visto la feria con tantas personas de todas las edades, los colores, las formas, las clases sociales. Y, obviamente, eso me afectó en un sentido positivo porque tuve una loca, fascinante y arriesgada idea: que los bogotanos estábamos experimentando una pasión desbordada por los libros; y entonces imaginé que los habitantes de la ciudad tenían sus casas adornadas con enormes bibliotecas, imaginé a los padres leyéndole a los hijos, a los jóvenes comprando obras de teatro para leerlas colectivamente como en una «lectura dramatizada». Tan irresponsable fue mi delirio que hasta los policías se me antojaron cultos, había una tanqueta negra de esas que se utilizan para aplacar las protestas, adornada de flores y hojas de colores y con las puertas abiertas invitando a la lectura… No imaginé que tipos de libros podían ofrecer…

Una hora después los parlantes anunciaban que Corferias había llegado a su máxima capacidad, que el aforo estaba completo, que lo sentían mucho pero iban a cerrar las puertas para funcionar con la multitud que ya estaba adentro. Algunos artículos dicen que fueron 50.000 las entradas que se agotaron. Y mientras tanto me convencía más de que los bogotanos, mejor dicho, de que los colombianos estábamos cambiando… ¿Estaremos viviendo una nueva era?

Como era de esperar caminé varios pabellones, visité stands, vi montañas de libros, no siempre baratos ni tampoco novedosos. Compré algunos ejemplares que me parecían necesarios. No los caros, no los más bonitos, los necesarios. Pero lo admirable era que los libros estaban reunidos en el mismo lugar…

Al parecer los libros sobre mándalas para colorear están de moda, los vi por todas partes, ¿estamos muy estresados o qué pasa?

Y bueno, ¿qué decir sobre los libros de teatro? Que escasean. Por supuesto se podían encontrar, pero en este espacio se comprueba que el teatro no se lee, no se publica y se vende poco; lo que no es ninguna novedad para las personas absurdas como yo, las que tienen apetito por este tipo de materiales. La buena noticia es que por fin hay un espacio dedicado al teatro, se llama La tienda teatral y su intención es surtirnos de materiales especializados en tal materia. Además cuenta con una sección dedicada al teatro colombiano que enciende las pasiones.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Mi fantasía quedó destrozada al día siguiente –más vale tarde que nunca–, cuando descubrí que un youtuber chileno había ido a la Feria a promocionar su libro, firmar autógrafos y esas cosas… Y una parte de la multitud agobiante que se encontraba en Corferias se podría definir como la fanaticada de tal personaje; sus simpatizantes bogotanos –quizás los colombianos–, asistieron a su encuentro.

Así que esa fue una de la razones por las que la Feria del Libro colapsó aquel sábado de abril. Y he dicho, una de las razones, porque también mucha gente asistió por el placer de encontrarse con los libros escritos por autores que, hasta el día de hoy, no se expresan en youtube.

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