Incendiaria en combustión

Fuera de lugar

«No vivimos en un espacio neutro y blanco. No vivimos, no morimos, no amamos dentro del rectángulo de una hoja de papel», exponía Michel Foucault en su conferencia «Utopías y heterotopías» que más adelante se convertiría en la obra «Des espaces autres».

El personaje tampoco vive en un espacio neutro y blanco. El personaje aún no ha nacido del todo y ya reclama su lugar. Encontrar un buen espacio para el personaje es a veces tan importante como encontrar el personaje mismo. Dejar al personaje fuera de lugar es a veces más interesante que ponerlo en su sitio. Colocarlo en un lugar insólito puede decir más de él que el ubicarlo en un hábitat previsible. Al decidir qué espacio, también decidimos entre darle esperanzas para continuar hacia las costas de la utopía o fuerzas para no hundirse en las aguas turbias de la distopía.

En su introducción «Caryl Churchill: sobre algunas exaltadas utopías y otras no menos exaltantes distopías», el crítico Paulo Eduardo Carvalho elige la siguiente cita de Frances Gray: «la obra de Churchill siempre ha explorado mundos alternativos, tan buenos como malos (…) la utopía siempre está presente como una imagen concreta o como una ausencia elocuente». La utopía y su doble: la utopía en negativo.

La utopía es el buen lugar, el lugar que no existe, el no lugar: el motivo para seguir avanzando o para seguir en pie. La utopía es esa proyección de un mundo idealizado que se presenta como una alternativa a lo real. Por su parte, la distopía o cacotopía es el lugar en el que el personaje debe resistir, el destino que debe esquivar o el camino del que se debe desviar. La distopía no es más que una anti-utopía, un lugar donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal.

Lugares reales fuera de lugar, lugares que pueden ser múltiples lugares: la heterotopía. La heterotopía yuxtapone en un mismo lugar real varios espacios que normalmente serían incompatibles. El teatro en sí es una heterotopía, ya que hace que sobre el rectángulo del escenario se sucedan toda una serie de lugares. «Tokio3», de la compañía gallega Voadora, también lo es.

Primero surgió Tokio. Cuando no pudo expandirse más, Tokio comenzó a crecer verticalmente. Y cuando no pudo crecer más verticalmente, comenzó a extenderse hacia abajo, hacia adentro. Más o menos con estas palabras, Marta Pazos –actriz y directora- nos sitúa en Tokio3. El espectáculo es un viaje visual dentro de una fábula sobre el paraíso (otra utopía); es un periplo cálido en el que lo oriental se mezcla con lo occidental, donde las anécdotas de lo contemporáneo conviven con guiños a las tradiciones kabuki y de la comedia dell’arte; es un paisaje suave donde playas exóticas respiran aires de salón dieciochesco; es un paseo amable por una sucesión de lugares superpuestos fuera de todo lugar con los que los que después de «Periferia» y «Super8», Voadora cierra su trilogía Lugares comunes.

Y así, entre heterotopías utópicas, presentes continuos y distopías cacotópicas, el teatro se descubre como contra-espacio: tiene poder de suspender el tiempo, retirar al público del espacio cotidiano y hacerlo isla (como aquella pensada por Tomás Moro de nombre Utopía o aquella sobre la que se erige Tokio). Y es que, a veces, nada mejor que sentirse fuera de lugar para saber cuál es nuestro sitio o para reescribirse –a pesar de no vivir, no morir y no amar dentro del rectángulo de una hoja de papel.

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