Rebel delirium

Fundido a negro

Àlex Rigola se despide de la dirección del Teatre Lliure después de ocho años. Lluís Pasqual será el nuevo responsable, justo esta semana presentaba el programa de la temporada que viene. «The End» ha sido el último montaje de la era Rigola como director del Lliure. Durante la próxima primavera volverá como director invitado con un Shakespeare. Rigola ha querido despedirse con un divertimento, una obra con la cual sin duda no pasará a la historia, pero esa no era la intención. El trabajo serio ya se había hecho durante ocho temporadas. «The End» es una reflexión en clave de humor sobre el teatro, sobre los grandes tópicos alrededor de los actores, y sobre todo, un juego con él y sobre sí mismo. «The End» es la última «rigolada», un adjetivo que llevaba tiempo sin usarse, porque precisamente se refería a sus primeros espectáculos, cuando no era conocido, y nos sorprendía con la mezcla de lenguajes en el escenario y con el descaro de sus propuestas. Me gustaría recordar aquí algo sobre sus dos caras en el Lliure: la de creador y la de responsable del teatro.

Las obras de Àlex Rigola se han singularizado por aportar una estética nueva y fresca en el escenario del Lliure, el «templo» del teatro catalán. En mi opinión, las claves de esta nueva estética podrían resumirse en los siguientes puntos: el sonido, el movimiento escénico, el grafismo y las escenografías. Vamos por partes. La amplificación de la voz mediante el micro ha sido uno de los elementos recurrentes en sus montajes. Hoy en día nos puede parecer habitual pero al principio no lo era. Recuerdo perfectamente la impresión que me causó ver en «Juli César» (2003), de Shakespeare, un pie de micro en el Lliure de Gràcia aún sin remodelar. ¿Quién hubiera querido poner un micro en uno de los escenarios más cálidos e íntimos de Barcelona? ¿Y por qué? También hay que hablar de las canciones que han sonado a toda castaña en sus montajes, desde Black Eyed Peas en «Santa Joana dels Escorxadors» (2004), hasta la auténtica banda sonora que hay en «Rock’n’roll» (2008), de Tom Stoppard. El movimiento escénico de los actores ha sido muy interesante en todos sus obras y aquí, habría que felicitar también al actor y coreógrafo Ferran Carvajal, ayudante de Rigola en estos temas. Coreografías modernas, bailes inolvidables como el del jovencísimo Nao Albet en «Santa Joana», gente corriendo por el escenario durante rato… En una de las críticas del añorado Gonzalo Pérez de Olaguer, decía que estos dos elementos (la música y el movimiento) dañaban los contenidos, pero a la vez creaban espectáculo. Creo que no se podría decir mejor. Rigola ha conseguido verdaderos momentos de «show time». La incorporación de elementos propios del lenguaje audiovisual también ha sido una constante: pantallas, carteles luminosos y grafismo televisivo. «Nixon Frost» (2009) es el ejemplo perfecto. Por último, se recordarán escenografías memorables, como la de «Rock’n’roll» o «2666», ambas a cargo de Max Glaenzel y Estel Cristià. Todo esto ha hecho que la institución ganara nuevas audiencias. Jóvenes y modernos van más al teatro gracias a Rigola (hasta el momento era un sitio reservado para sus padres). Algunos días la cola del Lliure parecía la cola de Apolo (una discoteca del Paral·lel de Barcelona).

Seguramente toda esta renovación estética no hubiera servido de nada y Àlex Rigola no sería lo que es hoy sino hubiera demostrado ser además un buen director. Rigola ha demostrado dominar la técnica, y sobre todo, ha sabido escoger textos que el espectador ha podido confrontar con su vida diaria, con el momento en que vivimos. También nos ha hecho descubrir grandes textos como el de Tom Stoppard. Política (en mayúsculas) y sociedad, han sido los grandes temas de su programación. Mamet, Shakespeare o Brecht. Vergüenzas colectivas como el drama humano que asecha Ciudad Juárez, injusticias sociales o conflictos fronterizos. Hemos visto crecer en sus montajes a actores como Joan Carreras o Chantal Aimée y evolucionar hasta una óptima madurez a Andreu Benito o Lluís Marco. Nos puede gustar más o menos el estilo de Rigola, pero es un tipo inteligente y competente y esto es lo que cuenta.

De su gestión como director del Lliure, destacaría la mirada y las colaboraciones que se han hecho con grandes nombres de la escena alemana o belga, situando el Lliure en el mapa europeo. ¿Bajaremos ahora con Pasqual un poco más hacia Francia o Italia? Ya veremos. Rigola ha ligado muy bien con el teatro físico de estas latitudes más septentrionales. La creación de la programación «Radicals» ha sido otro de los éxitos, sobre todo por el formato y por la voluntad de inclusión de los nuevos lenguajes escénicos y de las propuestas de más riesgo. Aún así, creo que en esta muestra ha habido grandes tomaduras de pelo inadmisibles. Mantener el formato y mejorar la programación, este sería el reto. También quiero comentar el acierto de la publicación periódica de los Documentos de Danza y Teatro (DDT) durante todos estos años, materiales que nos ayudan a la mejor vivencia del hecho teatral. Me da hasta un poco de rabia, pero la verdad es que me cuesta encontrar algo negativo. Quizá algo que se ha echado un poco en falta ha sido la poca relación con el entorno geográfico. A parte de los «Assaigs oberts» por parte de los graduados del Institut, ha habido alguna política seria con los vecinos del Institut del Teatre? Una de las cosas más fascinantes de los teatros de aquí Londres es la inclusión de los jóvenes en las programaciones profesionales. Se ha hecho algo con los teenagers del Col·legi del Teatre? Ricard Salvat también tenía la sede de su asociación a cuatro pasos del Lliure, se podría haber hecho alguna colaboración.

Gracias por tantos momentos mágicos vividos en Lliure, Rigola. Nunca olvidaré el «Hamlet» de Ostermeier, el fascinante «Paso Doble» de Barceló i Nadj, tus montajes «Juli César», «Rock’n’roll» o «2666». Los espectáculos de Cesc Gelabert y Carles Santos, en mi opinión son como Messi, comen a parte. A veces aún sueño con los diez primeros minutos de la interpretación de Martin Wuttke en «Arturo Ui». También me emocionó mucho poder estar el día del homenaje a Miquel Martí i Pol. Y tantos otros momentos. Y ahora, como el oscuro de tus gafas y tus camisas, toca fundido a negro. Vete lejos, sí, pero vuelve de vez en cuando.

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