Críticas de espectáculos

Golfus de Roma / Stephen Sondheim / Daniel Anglés / 67 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Risas, pero menos

Quinto espectáculo del 67 Festival que estrena un clásico: «Golfus de Roma», uno de esos pocos musicales que se han repetido internacionalmente en el teatro desde la exitosa producción original de Broadway -con canciones de Stephen Sondheim y texto firmado al alimón por Burt Shevelove y Larry Gelbart, estrenada con grandes histriones en 1962 en el Alvin Theatre. En 1966 fue llevado a la gran pantalla, comercializándose, bajo la dirección de Richard Lester. En España lo montó José Osuna en 1964 (en Madrid) y Mario Gas en 1993 (en el Teatro Romano de Mérida). En esta ocasión, el espectáculo -que ha sido co/producido por el Festival de Mérida y la empresa teatral catalana Focus– está versionado y dirigido artísticamente por el barcelonense, curtido en musicales, Daniel Anglès.

 

El original «Golfus de Roma» fue inspirado en tres textos de Plauto («Pseodolus», «El Aparecido» y «El soldado fanfarrón»), con una trama que transcurre en la antigua Roma y utiliza estereotipos y situaciones del autor cómico latino que adoptó de la nueva comedia griega: el esclavo pícaro y desvergonzado frente a esclavo servil, amos calzonazos frente a dueñas malhumoradas y dominantes, adolescentes alelados, doncellas puras y virginales frente a cortesanas lujuriosas. Todo ello mezclado con juegos de palabras -con ligeros comentarios satíricos sobre clases sociales-, enredos, equívocos, situaciones absurdas, tramas enrevesadas, persecuciones y exageraciones que rozan la comedia surrealista más clásica de los Monthy Phyton. Y, máxime, aderezado con una serie de canciones divertidas de género pop cuyas letras estaban perfectamente integradas en la trama, que hacían del espectáculo teatral (y de la película) un divertimento poco trascendente pero gozoso para todos los públicos.

La versión de Anglés (en alianza con Marc Gómez) que mantiene la trama central de Shevelove y Gelbart, en torno al esclavo Pseudolus y sus intrigas para alcanzar la libertad mientras ayuda a su joven amo a conseguir el amor de una bella cortesana, está contada en el contexto atemporal que acontece dentro del mundillo de los cómicos y del circo en una calle de Roma, con adaptables cambios en la lectura de las canciones y del sexo de algunos personajes, alusivos por su travestismo a temas de actualidad. Sin embargo, la resultante del trabajo del texto ha sido la de una versión frívola -de escasa calidad en los diálogos y letras cantadas-, pero mixtificada con un ocurrente juego payasesco de los personajes que funciona espléndidamente con espectadores, de la masa ignorante y amorfa, que solo buscan entretenimiento. Una versión no cultural sino de ocio -con el atractivo envoltorio comercial- que por el contrario nada gusta a los espectadores consuetudinarios amantes del verdadero teatro grecolatino (el de esas comedias que además de entretener divirtiendo han cumplido su función crítica y moralizante eminentemente social, iluminando las paradojas y las miserias del carácter humano del pasado y de nuestro tiempo).

En la puesta en escena, Anglés (junto a Roger Julià), resalta bastante bien un culebrón con ese lenguaje plautino de atmósfera farsesca y de tonos de caricatura dentro de una vistosa estructura escenográfica -de tres carromatos circenses- y con técnica dramática en el diseño con creatividad payasesca del concepto del equívoco, del personaje y de la situación, que siguen siendo el abecé del género, de la cómica latinidad. Todo vertiginosamente alocado -con poco humor pero sí con comicidad celtibérica, oportuna para el público populachero del humor patrio- a un ritmo perfecto, arropado por una notable coreografía (de Oscar Reyes) y, mayormente, por la singular y animada actuación musical de actores/músicos, bajo la excelente dirección de un inspirado Xavier Mestres (hasta en un bis final), que asimismo está soberbio armonizando las vibrantes partituras de Sondheim, pese al decaimiento que causaban algunas letras adaptadas (como en la canción de amor entre los tortolitos que son un soberano coñazo).

En la interpretación, se luce coralmente una vitalista y diestra compañía multidisciplinar que sabe actuar, bailar y más o menos cantar, después de un arranque frio en las primeras escenas, lastrado por algunas sosas canciones. En la segunda parte, cuando los actores entran de lleno en las situaciones de la comedia de enredos, es donde se aprecian los mejores momentos del espectáculo que alcanza su climax. No obstante, en todos los actores hasta el más mínimo papel -con sus gags, chistes y carantoñas- está bien puesto, en su lugar preciso y correcto. El humorista televisivo Carlos Latre, hace el rol protagonista de Pseudolus -ese pícaro esclavo que usa y manipula a todos los que se encuentra- tratando de sacarlo adelante con esfuerzo y entusiasmo y no decepciona. Aunque no canta bien (lo hace con cierta monotonía) casi logra estar a la altura del elenco, compuesto por expertos -si bien debutantes en el escenario romano- como Diego Molero (Senex), Fran Capdet (Hysterium), Eloy Gómez (Eros), OriolO (Erronius), Meritxell Duró (Lycus), Eva Diago (Dómina), Ana San Martín (Philia) y el conjunto de los fantásticos actores/músicos.

Latre, que ha sido el reclamo publicitario de este espectáculo «estrella» de inspiración grecolatina marca Cimarro, había anticipado que la comedia haría reír a todo el público desde principio hasta el final. No ha sido así. Sólo hubo risas fáciles pero menos de las esperadas. Las más fuertes sin duda fueron las de la clá que esta vez tuve a mi espalda, con la insufrible carcajada y el palmoteo subidos de tono e intensidad.

José Manuel Villafaina

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