El cofre de la memoria

Griselda Gambaro en escena (I)

Cuando alguien se plantea «hacer teatro» en un país como Argentina que pervivió dentro de un sistema de frecuentes dictaduras, revueltas palaciegas, golpes de estado económicos y militares, con escasos períodos democráticos, surge un teatro de elipsis y metáforas. Tanto desde el texto escrito, como en el espectacular. Los artistas argentinos reflejaron ese mundo de luces y sombras de un país alterado por sistemáticas revoluciones.

Griselda Gámbaro, perteneciente a la generación que conoció, sobre cincuenta años de regímenes militares, catorce años de democracia, hizo de sus obras un relato sistematizado de la mitología del poder.

Conectada con lo que se llamó la vanguardia o neo vanguardia de los 60, el Instituto Di Tella (1), y el realismo imperante en la época, sus piezas poseen un importante compromiso ético y social con la realidad argentina contemporánea; compromiso que por otra parte le ha dado originalidad temática y formal, fuerza imaginativa y vitalidad textual y escénica. A partir de propuestas a las que la crítica especializada e investigadores denominaron absurdo o Teatro de la Crueldad, denunció los abusos de la autoridad de turno. La mirada que efectuó Griselda Gambaro sobre ese mundo sureño, apartado del resto por su geografía, pero conectado a su vez con Europa por su cultura, puso en evidencia un emergente constante «el criterio de autoridad». El hombre actual, dentro de una sociedad que siempre manejó, a través de sus gobernantes, una imagen paternalista, se aferra a ese criterio de autoridad.-. ¿De quién? de fantasmas o de alguien que pretende hacer creer que el pueblo es infantil y necesita mano dura para madurar. La jerga utilizada por los militares para menospreciar a los civiles siempre fue la del cuartel o la de las paráfrasis (Los argentinos somos derechos y humanos) operando tal como lo definió muy bien Theodor W. Adorno en la Dialéctica del Iluminismo (p.162) «1: Quien domina una jerga tiene, frente a los excluidos de ella, el privilegio de la verdad. 2: Quien domina una jerga tiene algo así como una «aureola» que deriva de que las palabras suenan como si dijeran algo más «elevado» de los que dicen»- La eterna repetición de lo mismo regula también la relación con el pasado.

Los textos de Griselda Gambaro han acentuado esa «jerga autoritaria» del poder dándole un valor de significante muy potente. La relación establecida por los directores con el espacio, en las puestas en escena acentuaron aún más ese aspecto del lenguaje, absurdo y carnavalesco, de la sociedad haciendo resaltar en las propuestas otro aspecto muy particular del teatro argentino, el grotesco criollo.

Nuestro aporte en el siguiente trabajo será reflexionar sobre distintos niveles, textual y espectacular, en cuatro piezas de Griselda Gámbaro.

Decir sí’ (Dir.- Jorge Petraglia, 1981). 

El campo’ (Dir.- Alberto Ure, 1983).

 ‘Puesta en claro’ (Dir.: Alberto Ure, 1986)

La  malasangre‘  (Dir.- Laura Yusem 1981) 

CONTEXTO POLITICO

Durante años en la imaginación popular europea, lo mismo que para sus emprendedores pobladores, la Argentina fue la tierra de porvenir y de indefinidas oportunidades, fue la Tierra Prometida, refugio y salvación. A partir de 1880 hasta 1948 el territorio argentino sufrió sucesivas oleadas de aldeanos e intelectuales italianos, españoles, hindúes, árabes, franceses, judíos (rusos, lituanos y polacos) y especialmente después de la segunda guerra mundial de alemanes. En su mayoría nazis que escapaban de represalias y juicios.

Pero en un poco más de ciento cincuenta años de vida independiente la Argentina, después de cien años de euforia, ha experimentado, según algunos observadores «cincuenta años de decadencia» (2), o cincuenta años de vida intrincada y futuro nebuloso.

Desde 1930 hasta 1983 ningún presidente fue libremente elegido, salvo Juan Domingo Perón, por voluntad popular sin condicionamiento ni veto militar dentro de un proceso normal de sucesión. El mandato presidencial establecido por la constitución (varias veces reformada) era de seis años, alcanzando un promedio entre 1930 y 1973 de dos años y diezmeses- La afición de los militares – y de los generales en particular – por sentar » sus reales» en el sillón presidencial como puede observarse fue consecuente. Merece destacarse que de dieciséis presidentes en las décadas establecidas anteriormente, once fueron militares-. Sólo dos presidentes electos permanecieron en la Casa Rosada (Palacio Gubernamental) hasta el término de su mandato: ambos eran generales y tal vez no hubieran llegado a ser gobernantes sin la oportunidad que les concedió el golpe de Estado en el que participaron activamente-. Así es como el Gral. Justo llegó a la presidencia, encabezando una coalición conservadora, por el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 en que tuvo una destacada actuación. De igual modo el Gral. Juan Domingo Perón fue elegido presidente por primera vez en forma regular en febrero de 1946 con el fuerte apoyo de los sindicatos obreros luego de ocupar la vicepresidencia de un gobierno de facto del que figuraba como hombre fuerte y que había tomado el poder con la «Revolución» del 4 de junio de 1943. Pero luego fue depuesto por la “Revolución Libertadora” en 1955.

Para comprender a la Argentina de hoy cabe recordar que es  producto de  la seminstitucionalización militar, que  no es coyuntural  y, tiene  rasgos propios dentro  del continente. Es por eso  que el golpe  de 1976 no apareció como un  cataclismo autoritario, sino  como una recaída, una  nueva fase del  ciclo del «eterno  retorno», y repitiendo  el mismo discurso sobre un destino mesiánico de grandeza.

Sin embargo de todos los gobiernos militares el llamado «Proceso de Reorganización Nacional» fue el más cruel y despótico. Con el pretexto de una lucha contra la guerrilla urbana ( de izquierda -ERP y de derecha Montoneros bajo apariencia de izquierda y otras fracciones armadas de la juventud peronista FAL, FARP, etc.) y de dar soluciones a la situación de desmoralización en que se hallaba la clase obrera e industrial, se practicaron «diversas cirugías» para sanear a la sociedad de malas influencias.

La acción de la guerrilla de izquierda en la Argentina de los años 70 es indiscutible, como también es innegable que el inicio de la represión fue en 1974 con un decreto, sobre una ley anti-subversiva, firmado por el entonces presidente del senado Ítalo Luder, a instancias de José López Rega, el superministro de Isabel Perón, que había creado la Triple A (Asociación Anticomunista Argentina). Allí comenzó la llamada guerra sucia, y la desaparición sistemática de personas.

En 1978 el gobierno militar detalló el número de atentados terroristas y asesinatos cometidos por la guerrilla en casi700 (3). Frente a este número está el de los casi 9000 desaparecidos consignados por la CONADEP (Comisión Nacional de Personas) constituida por el presidente constitucional Raúl Alfonsín en 1983, o los casi 30.000 según los reclamos de las madres y abuelas de Plaza de Mayo- Pero lo realmente aterrador fue el Informe Sábalo sobre el uso metódico de la tortura de mujeres, niños, hombres, adolescentes (famoso caso de la llamada noche de los lápices, el secuestro y desaparición de estudiantes secundarios en La Plata) y ancianos. Dante Alighieri no soñó jamás un infierno semejante, el de él resulta un paraíso frente a la realidad argentina de los años de López Rega y el Proceso.

Víctimas de la represión, durante cincuenta años, los artistas argentinos encontraron el modo de burlarla a través de expresiones encubiertas. La metáfora permitió a algunos autores escribir desde el exilio interior (4) y a otros, desde el exterior (5), hacer las más importantes críticas al régimen.

La muerte, como en los siglos XIV y XV, impuso con insistencia su imagen- El espíritu del clero y la milicia feudalista argentina se encontraban a gusto entre la sangre, los huesos y los gusanos. Argentina desde este punto de vista vivió su propia “Danza Macabra” destinada a servir de espanto y advertencia.

(Continuará)

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