Incendiaria en combustión

Gurús radiactivos

Leyendo unas declaraciones del fallecido Aimé Césaire he pensado en la ironía trágica y pensando en la ironía trágica he llegado a la radiactividad. «Los pueblos trágicos son muy irónicos, tienen mucho humor», decía el martiniqués, «¿sabe usted como los negros sobrevivieron a esa espantosa odisea que se llama trata de negros? Creo que se salvaron en gran medida por esa ironía que viene de África».

He pensado en la ironía porque es el arte de dar a entender lo contrario de lo que se dice aunque no lo contrario de lo que se quiere decir. No obstante, quien emplea la ironía puede provocar dos cosas: o que diga mucho o que haga malentender todo.

Sea como fuere, la ironía es una gran forma de evasión y una vía de escape. Y pensando en la ironía se me ha venido a la cabeza la palabra gurú. Que irónico que una palabra que designa a la persona que lleva de las sombras a la luz, haya pasado a emplearse de forma maledicente y desconfiada para denominar a personajes que sumen en oscuridades e inseguridades a talentos brillantes ávidos de impulsos y con limitada autonomía de pensamiento. Que trágico que lo que servía para definir al guía que lleva de la sombra a la luz hable ahora del que ensombrece.

Hace poco conseguí desprender de esta palabra toda malevolencia gracias a la hindú Parvathy, una joven intérprete y maestra del canto «baúl». Conversadora hábil y aguda, serena y poderosa, Parvathy se prepara para iniciar su camino como gurú después de años de sacrificio, esfuerzo e intensa dedicación a su arte: el del canto de la felicidad interior.

En una presentación pública Parvathy explicaba que durante siete años estuvo al lado de un maestro sin aprender más que una canción por año y como por el hecho de ser mujer ocupaba las últimas filas de las sesiones de aprendizaje a las que asistía y se la limitaba a seguir ritmos básicos. Permaneció así durante años, hasta que optó por el cambio y buscó a otro maestro al que persiguió de un lugar a otro. Lo persiguió de un lugar a otro literalmente, ya que el nuevo gurú al escuchar que una extraña mujer lo buscaba emprendió la huida para esquivarla hasta que ella lo encontró gracias a la mediación de unas mujeres a las que convenció con su canto. Cuando tuvo la oportunidad de presentar sus intenciones de aprender con él, el nuevo gurú le indicó que la aceptaría en su casa pero seguramente su mujer, no. Y así fue, ya que Parvathy quedó relegada a dormir en un banco en el patio, abrigada únicamente por su sari y rodeada de alacranes. Permaneció un mes así, fregando y sin aprender nada. «No me importaba. Estaba entrenada. Había estado sin aprender nada durante siete años», comentaba sin resignación. Pasado un mes, su nuevo maestro se dirigió a ella para decirle que había comprobado su disposición por continuar con su camino en el arte «baúl». Y en su nuevo trabajo con él, Parvathy aprendió cuarenta canciones por día.

La palabra gurú es la que designa a la persona que lleva de las tinieblas a la luz. Pero existen falsos gurús ávidos de poder -tanto en instituciones públicas como en empresas privadas- que en lugar de irradiar luz pueden emitir radiaciones, descubrir nuevas fórmulas para la pólvora y levantar polvorines. Son hombres y mujeres con demasiado ego y demasiado egoístas que más que llevar claridad, sumen en la sombra a talentos brillantes. Cuidado con esos gurús, su luz es radiactiva.

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