Zona de mutación

Hijo natural de la escena y no adoptivo de los escritorios

La incompletud es lo que garantizaría en la escritura dramática al hecho teatral como potencialidad. Parece ser que la inconclusión del texto es la garante de una creación ‘desde’ la escena, la que relevaría, después de toda el agua que pasó bajo el puente, el que aquel deba explicarse una vez más como literatura.

Estas primeras consideraciones llevan a la idea de una escritura no literaturizada y que sucumbe al acto de lectura y condena al director a ser un mero ‘ponedor’ del texto, un ilustrador, un configurador postrero y subalterno. Lo que tal escritura promete es una materialidad, una fisicalidad, una propiedad de lo concreto, inmanente a su condición. Después de Artaud ser un dramaturgo nos hace carentes de inocencia. Sabemos lo que está pasando entonces, la escritura paradojal que la dramaturgia implica, no se redondea como cuerpo literario sino como cuerpo sin órgano que no es que esté incompleto, sino que prefigura una caverna que trae a colación lo que aún está por llenarla. En este caso, ‘lo teatral’ no va a importar tanto que se construya ‘en’ escena, como que se devele ahí. Para esto el texto es un señuelo, un talismán, como lo son tantos otros catalizadores que han de instalarse sobre la escena como dinámicas esferas luminosas que echan luz a todos lados. Dios nos libre de los astros apagados. Este texto-cebo sí puede ser un ingrediente activo, en medio del hervor y el acrisolamiento de un precipitado que se pone a punto, se sazona, se cuece a fuego vivo. Su cuerpo y sabor final, libera sus jugos en un deslumbramiento primal.

Lo que es dable marcar de esta especificidad es que el texto dramático es una escritura capaz de producir su propia incompletad, de retroalimentarla para mejor coadyuvar con ella a una visión colectiva que nunca ocurre por sí, sin sus celebrantes y concelebrantes. Aquella retroalimentación de lo lacunar, lo que falta, no contiene sin embargo la determinación de los pasos que aún han de darse. Crear un personaje, un rol, una obra, es un fenómeno de ‘luto invertido’ que se contrapone al duelo y conjura en la escena, compensatoria, creativamente, lo que es espacio de una carencia. Esa predisposición que encierra la escritura dramática, ya diferencia a la palabra escénica (en teoría) de la literatura. No es que carezca de retórica, no, se trata de otra en todo caso. La dramaturgia escénica es una contra-lectura porque en ella el texto antes de verse precisado, entra en un proceso de remoción que lo torna incierto, inatrapable, pero capaz de flotar en las aguas probables de la investigación y los ensayos.

La incompletud habla de una ausencia. Ausencia como vía negativa, potencialidad, no-ser o muerte.

La escritura dramática por lo dicho está en una estado apariencial que postula su ser sin ser aún. Este literal contrasentido tiene su solución en el hecho teatral consumado. La contradicción de ser en su no-ser es una indeterminación diferencial a otras escrituras. Como una plegaria, una oración que precisa ser escuchada. Que encuentre eco, será milagroso. Una aparición, una epifanía. Una condición doble en la que la presencia como promesa no es capaz de arrastrar y devorar en el vacío, a la escritura que es sin ser.

Esta escritura hace pensable en escrituras subsidiarias o subalternas, que bajo formato de didascalias o notas, acompañan el texto en ausencia. Esta textualidad prometedora no compromete un agotamiento de sentido en la consumación del espectáculo. La materialización de la escena es la mater (materia)=matriz contenedora de la promesa de lo palpable, lo concreto.

“A diferencia del discurso racional que es una materia sólida, el poema es un fluido que posee una tensión de membrana, donde la palabra percute.

Al percutir, la superficie dice lo profundo.

Y lo profundo habla metafóricamente” (Eduardo del Estal).

Algunas conclusiones:

-Todo texto es un traidor que debe llevar plegado, implicado, su capacidad de desdecirse y rearmarse en un código perceptivo superador, supra-racional, perfectamente asociable al carácter poético que menciona del Estal[1].

-Hasta que esa percusión no se produce, ni se formaliza, ni pre-existe al teatro como prerrogativa. El teatro es esa visibilidad consumatoria.

-El texto escrito es una designación de algo diferido. El texto del ‘retorno a la palabra’ no nos desdice de ‘el teatro no es literatura’. Tener un texto escrito no anula que el teatro ‘surge de la escena’.

-¿Qué nos garantiza que el texto escrito no vuelva a dominar con su pasado el presente escénico? El texto constituye una especie de pasado seguro en escena, lo cual significa que para accionar el presente que lo define, la cosa no pasa por el texto en sí sino por las condiciones de conformación del acontecimiento escénico, ya no como acto de reminiscencia (memoria), sino como celebración adventicia del instante. Pro-ducir el momento significa apelar a la memoria, ir adelante (de ahí lo de pro) implica un futuro al que se va desde un tiempo que inmediatamente queda atrás, entonces el acto es sumirnos en esa temporalidad, un ‘arrojarnos al agua’. En este sentido, el llevar un texto al ensayo es igual a llevar las zapatillas o prender la luz de la sala de trabajo. Puedo tener una letra sobre una mesa. A esa misma letra la veo luego sometida a un vendaval como escucharla en la voz de Janis Joplin, por decir. Ese trance, hace que la canción potencial con respecto a la cantada, sea otra cosa distinta. Creo que para esto, en la medida que interviene un texto, no importa la forma en que está ecrito, sino que lo que importa es su actualización, su complicación con un tiempo que lo desestructura y lo rearma ya no como letra sino como cuerpo integral. Un cuerpo sin órgano que escapa a la ‘ley’ del organismo que está cocinada en su fisiología, en sus taras, vicios y manías.

 



[1] Plástico, pensador argentino nacido en 1954. Colabora en algunos proyectos con Rafael Spregelburd. Su obra ensayística será publicada a fin del presente año por Editorial Atuel.

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