La voz antigua

I jump

«I jump because I have to, why? I do not know I just know I have to jump, never stop…»

Salto, una y otra vez, sin parar, salto porque tengo que saltar, ¿por qué?, no lo sé, solo sé que tengo que saltar sin parar. Busco la ligereza, la esperanza, la sonrisa, del niño, de la niña; no consigo volar, el suelo me atrapa, una y otra vez, y yo lo que quiero es coger mi bicicleta y tirarme cuesta abajo y sentir el viento en mi cara y volar y reír y volar. Y salto pero no vuelo, todo pesa, las mujeres, las piedras que llevo conmigo, las mujeres que me hablan en sueños y que a veces no entiendo, el peso de la miseria, del hambre, de la guerra, esa guerra que nos pasó a nosotros cuando todavía no éramos nosotros sino aquellos que nos precedieron, esa guerra que fue otra pero que se repite una y otra vez, esa guerra que es algo terrible pero que siempre les ocurre a los demás, a los otros, a esos otros otros, nunca a nosotros hasta que no sea demasiado tarde.

Y Salto, una y otra vez, sin parar, el suelo de madera tiembla bajo mis pies y sigo saltando, la alegría no llega, pero yo salto, no llegan las burbujas de la risa pero sigo saltando, la sonrisa del niño no se desvela y yo salto, no hay espejo en el que mirarse al otro lado, «salta, salta, quizás en el salto puedas echar a volar», me digo mientras sigo y sigo saltando, «busca la luz, la alegría, la ligereza, el cuerpo y la sonrisa del niño», «hay demasiado dolor» me dicen, «no puede ser todo tan pesado, es difícil pasar el mensaje si se escribe en negro sobre negro» me siguen diciendo. No encuentro la risa, mi cuerpo blanco sobre blanco no encuentra la luz y solo me acompaña el salto de la luz que debería estar en la mirada.

«Salto, porque tengo que saltar, ¿por qué? no lo sé, solo tengo que saltar, sin parar.

No sé quién soy, no sé de quién es este cuerpo, ni siquiera se mi nombre…»

Y sigo saltando, una, dos, tres horas, cuatro, no encuentro la alegría pero salto, lo único que me queda es saltar, desde el otro lado de la puerta me preguntan «¿haces parkour?» y yo les digo que no, que solo salto, que salto porque tengo que saltar.

«Y salto porque en Atenas, en Grecia, en mayo de 2012, un hombre de 60 años saltó desde la terraza del edificio en el que vivía con su madre de 90 años, enferma de Alzheimer, ¡por qué no podía seguir alimentándola! Y saltaron, cogidos de la mano, ¡volando hacia el infinito…!»

«Y salto porque en Barakaldo, en Bizkaia, en Noviembre de 2012, una mujer de 53 años saltó desde el balcón de su casa mientras los empleados del registro ¡subían las escaleras con la orden de desahucio…!»

«Y salto porque en Sonora, en México, en octubre de 2013, un hombre de 38 años, murió a las puertas de un hospital estatal, después de cinco días de agonía, ¡por qué no tenía seguro Médico…!»

«Y salto, porque en Cataluña, en septiembre de 2013 una mujer de 24 años saltó del puente de una autopista, de 30 metros de alto ¡escapando de la explotación sexual que ejercía sobre ella su marido desde que tenía 16 años…!»

«Y salto porque en España, en junio de 2013, una niña de 8 años, fue a la escuela con un bocadillo de pan con pan, era mágico, cualquier cosa puede aparecer dentro si lo deseas fuerte, le dijo su madre…»

Saltaba en Polonia, hace ya casi dos años, en una sala de ensayo del Instituto Grotowski, en Febrero de 2014, saltaba buscando la alegría de unos niños a los que no conocí, la mirada de la niña de una guerra que no viví pero que por alguna manera llevaba en la memoria, y saltaba intentando que el dolor de las mujeres, que también llevaba en mí, dejara paso a la luz de esos hijos que fueron de sus entrañas y que también vivieron la guerra…Flores en las Cunetas…

De nuevo en Polonia, tras un año de ausencia, miro atrás y sigo saltando, en pequeñito, por dentro, cuando nadie me ve, porque esos niños, de los que yo buscaba la mirada, la siguen perdiendo en los mares ajenos, y salto porque no perdamos la humanidad que nos permite no lanzarnos al vacío en un mundo que ya no nos contiene. Salto y me pregunto por qué renunciamos a aquello que nos hace felices por seguir viviendo en una estructura que ya no somos.

A veces hablamos de profesión, no sé qué es eso, no sé si soy profesional o no, sé que me dejo la piel hasta cuando tiro la toalla y me avergüenzo de trabajar de «otra cosa» para poder sobrevivir aunque esa «otra cosa» también sea yo. Y sigo haciendo, seguimos haciendo, planes, pensando que de alguna manera en nuestro hacer «quizás» también podamos cambiar el mundo, aunque solo sea por un instante, en los ojos de los que nos miran, nos escuchan, nos huelen y nos sienten.

Llueve tras la ventana, es el comienzo de un otoño dorado, todavía no ha llegado el frío, llegará; me pregunto cómo será el frio cuando no haya nada con lo que abrigarse, si ese «calar hasta los huesos» será solo una metáfora o algo más, y me pregunto si hará calor en el teatro, y si el fuego que encenderemos será permanente o si desaparecerá al cruzar el escenario.

«Salto, salto, salto por qué tengo que saltar.

¿Y qué pasa si dejo de saltar?,

Quizás el mundo se pare

Y yo deje de respirar,

O quizás…No.»

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba