Y no es coña

Intermitencia aleatoria

Advertencia. Sigo esperando la llamada que me cite para un reparación mecánica de mi músculo central dedicado a bombear sangre y mantener el pulso y la vida de manera estable. Hace un mes me dijeron que como muy tarde me citarían en tres meses. Me faltan dos de angustia e incertidumbre. Así que reduzco mi actividad física y el cansancio no solamente es físico, sino que alcanza cuotas de bloqueo mental que me llevan a mirar al mundo desde muy atrás de todas las barreras.

He limitado mi asistencia a los teatros y las salas, seleccionando de manera muy quirúrgica a los estrenos que me desplazo. Y desde esa experiencia limitada, unida a mi consabida limitación analítica, tengo que decir que me sorprende la proliferación de espectáculos unipersonales en el arranque de la temporada, la tendencia cada vez más frecuente de las adaptaciones de narraciones literarias, la versión de clásicos y neoclásicos, la presión publicitaria de los festivales intentando marcar unas tendencias que se contradicen en sí mismas lo que me lleva a entrar en un territorio poco complaciente con la alegría manifestada por los medios generalistas, especializados, de fundamento informal o de categoría estructural.

Confieso que llevo años practicando una intermitencia casi enfermiza respecto a realizar lo que realmente se considera una crítica de una obra teatral o un espectáculo. Esta situación solamente la puedo residenciar en mi vagancia y la circunstancia de que estoy acostumbrado a escribir y publicar desde hace más de cuarenta años en un periódico diario que todavía se edita en papel. La limitación espacial en la edición de papel ha desplazado esta función a lo digital, asunto que me parece muy correcto dada la evolución de todo el sistema informativo, pero que me despista. La vagancia se ha acrecentado en los últimos meses debido a mi situación clínica que agrava mi sensación de vivir en unos tiempos donde proliferan los francotiradores que se autodefinen como críticos/as y que van desde el simple versionado de los textos promocionales o una redacción desde el ego sin apenas sustento técnico.

Es difícil la situación actual del ejercicio de la crítica, incluso de la información especializada, debido al poco aprecio en general que se tiene por las Artes Escénicas, ya que sigue operando la medida economicista mítica y se asegura que el teatro le interesa a muy pocas personas, por lo que se entiende que los anunciantes no van a sustentar algo minoritario, lo que se convierte en uno de los elefantes que hay en la habitación de nuestras autoridades culturales de todos los escalafones de la administración y de los medios de comunicación que no hacen otra cosa que mantener de manera legionaria su mirada neoliberal a la economía y la cultura.

En Barcelona se ha montado una polvareda porque en un teatro privado, ante el estreno de un musical, no se han dado invitaciones a la crítica. Y parte de esa crítica se ha enfadado mucho, se ha hecho un manifiesto y al leerlo he sentido un poco de vergüenza, sobre todo porque es un tema muy contaminado. Como me encanta meterme en todos los charcos, cuando alguien que no formaba parte de “la crítica” propuso que a lo mejor sería bueno para mantener la independencia que no se utilizasen invitaciones para asistir, por si acaso podía condicionar, me pareció un viejo tema sin resolver, pero que yo he conocido a críticos muy solventes y respetados que sus medios les compraban las entradas, precisamente, para mantener esa independencia, apunté que eso sería lo bueno, que las empresas pagaran las entradas y listo.

Y entonces con la ingenuidad del que siente que el ejercicio de su función crítica forma parte del destino de la Humanidad, me reconoció que la inmensa mayoría de la crítica barcelonesa y catalana eran autónomos. Y digo yo, que eso, en el mejor de los casos, porque se nota que existen firmas personales que tienen un blog que les sirve para entrar en el corte, pero que no aportan mucha materia crítica en el sentido más noble del término. Y sé, por otro lado, que en los servicios de prensa y comunicación de los teatros y salas, este asunto entra en discusión y debate en muchas ocasiones.

Cuando hay una empresa periodística por detrás, una cabecera, con sus intereses políticos y económicos determinados, cada página, cada columna, cada suelto forma parte del conjunto. Que esté una persona u otra ejerciendo la información teatral o las opiniones sobre ello, es una decisión de la redacción con autorización empresarial, aunque el medio no tenga una “política cultural” muy definida. Esta elección avala al que opina. Por eso tengo mis reticencias con tanto blog, tanta espontaneidad. Y hay que reconocer que en algunos casos son piezas bien estructuradas, con opiniones que, estés de acuerdo o no, se argumentan. Pero son los menos, la mayoría son previas del día después, laudatorias, como si temiesen que les aparten del corte de estrenistas. Sé de lo que hablo. Y no voy a quejarme hoy.

Una referencia muy ligera, estuve en el estreno de “La madre de Frankenstein”, me pareció un montaje ambicioso, una puesta en escena eficiente, una dramaturgia muy forzada por la necesidad de contar en ocasiones mucho a base de palabras sin apenas acción. Noté en la sala algo que hacía tiempo no reconocía, el estar de acuerdo previamente con lo que se iba a contar, el acudir al nombre de Almudena Grandes, la novelista que proporciona la historia contada. Eso fue muy positivo.

Pero tengo una duda razonable sobre el reparto. Con tanta institución involucrada en la producción, ¿por qué se optó por un reparto de “teatro independiente”? Quiero decir, ¿por que hay actores y actrices que hacen cuatro o más personajes? ¿No hay actores y actrices de más de cincuenta o sesenta años para hacer los papeles de esa edad? Es una reflexión primaria. No me la tengan muy en cuenta. Mis amigos y amigas de mi edad se sienten ignorados en los repartos oficiales.

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