Invasión Teflón
Nuestras abuelas, cada vez que usaban un sartén, después debían lavarlo con prolijidad para sacarle restos de comida adherida a la superficie metálica. Nosotros en cambio, gracias a los avances tecnológicos en pos de facilitar la vida, recurrimos a utensilios recubiertos con Teflón.
De nuevo el error o casualidad; el 6 de abril de 1938, el doctor Roy J. Plunkett, trabajando en gases relacionados con la refrigeración, congeló y comprimió tetrafluoroetileno y… paf, había descubierto el compuesto más resbaladizo conocido hasta ese momento. De la casualidad a la fama, Plunkett forma parte de los científicos e innovadores mundialmente reconocidos, de la talla de Edisson, Pasteur y los hermanos Wright, incluso existe el premio Chemours Plunkett a la innovación, algo así como el Nobel para los innovadores.
De seguro, al freírse unos huevos, nadie piensa en Plunkett ni en las partículas de plástico que ingerimos. Si bien es cierto existen las esponjas indicadas para lavar el Teflón, no falta quien usa elementos mas corrosivos y con ello, libera partículas imperceptibles al ojo humano, pero estoy seguro de que nuestro sistema si las detecta. No son bolsas plásticas transparentes que las tortugas marinas confunden con medusas y las tragan para no desecharlas jamás, pero algún daño deben provocar.
No he leído estudios serios con respaldo científico relacionados con el Teflón, el microondas, los hervidores eléctricos, el teléfono móvil en la oreja, los cargadores permanentemente enchufados, los preservantes y colorantes en nuestros alimentos y decenas de otros artículos innovadores en su tiempo, pero hoy absolutamente comunes y hasta imprescindibles, pero…
Por supuesto, ninguno de ellos en solitario es mortal, pero que pasa con la acumulación y el uso constante de ellos.
En nuestros días la enfermedad del cáncer está cada vez más presente. Puede ser de que siempre haya existido, pero se desconocían métodos efectivos para su diagnóstico y el paciente terminaba falleciendo por cualquier otra causa, menos por su cáncer terminal, puede ser, así como también puede ser que la sobre exigencia a nuestro organismo indefenso ante agresiones antes desconocidas, nos esté pasando la cuenta.
Cuando los descubridores/invasores europeos llegaron a América, los pueblos originarios morían por las enfermedades llegadas por barco, para las cuales sus cuerpos no estaban preparados.
Quizás a la humanidad le esté pasando algo similar en relación con todos estos avances tecnológicos que con sus cantos de sirena nos seducen hasta hacerse, aparentemente, imprescindibles.
¿Y si volviésemos a calentar el agua en una tetera y no en el microondas?
¿Y si prescindiésemos de Wase para llegar dónde vamos?
¿Y si dejásemos voluntariamente nuestro teléfono móvil en casa?
Lo más probable es que nos aburramos de esperar tanto rato, nunca lleguemos adonde vamos y nos devolvamos a las pocas cuadras para llevarnos el móvil.
Antes se podía ¿Por qué hoy no?
Si prescindiésemos de los avances tecnológicos, sin duda nos convertiríamos en un bicho raro, pero quien haya vivido la experiencia de estar en algún lugar donde no se tiene señal para el móvil, se habrá dado cuenta de lo liberador que es.
Apartarse de la sociedad contemporánea y sus avances tecnológicos por momentos acotados, puede ser muy gratificante. No podrá curar un cáncer, pero nos permitirá estar en paz con nosotros mismos.