Y no es coña

¡Qué miedo!

A veces migramos a ese mundo llamado Facebook en donde encontramos noticias, debates, comunicaciones, avisos, confirmaciones y reafirmaciones. Estos últimos días hemos estado muy preocupados con lo que ha sucedido en La Laboral de Gijón. Para quien no lo sepa, lo resumo telegráficamente. Este proyecto nacido como un auténtico faro de la modernidad, de las vanguardias escénicas, manejando unos presupuestos directamente del gobierno asturiano, suficientes para plantearse acciones de clara tendencia rompedora. Tuvo contestación profesional y política. Como siempre, las diferencias se siente como discriminaciones y crean agravios. Por razones no claramente explicadas este año se decidió no renovar a Mateo Feijoo que estuvo al frente desde sus inicios, y a los pocos meses, y ahí está el gravísimo problema, se nos presenta la programación de este espacio que ha quedado en manos de una de las empresas de José Luis Moreno, el famoso productor televisivo.

Parece ser que hubo un concurso público, y ganó esta oferta. Las argumentaciones dadas por el responsable político de esta decisión son, precisamente, las que causan pavor, o como escribió en Facebook un programador, “¡Qué miedo!”, porque se trata de volver a las argucias mecánicas, ideológicamente neo-liberales, con un único objetivo: que tengan elevados porcentajes de ocupación. Es decir, se trata de darle la vuelta al calcetín, de hacer justo lo contrario de lo que se proclamó en su inauguración, y con una mentalidad absolutamente mercantilista, se propone una programación comercial, de bajo nivel artístico, para que acudan los públicos que, a ni entender, ya tienen en el Principado, en Gijón y en otras ciudades, la oferta adecuada a esos intereses de ver teatro de entretenimiento, con repartos encabezados por famosos, sin compromiso estético. Lo que se abandona es lo que no existía, la manera más lógica de crear nuevos públicos. Y lo que, desgraciadamente, no existirá nunca más, tras esta mala decisión.

Me imagino que el miedo que siente MAV, es porque estas argumentaciones son demoledoras, vienen de un miembro de un gobierno formado por un partido de centro-izquierda, y demuestra la falta absoluta de criterios, la manera casual, frívola u oportunista con la que se emprenden remodelaciones, proyectos, para después, en el nombre de la falta de presupuesto y de la necesidad de elevar los porcentajes de ocupación, aunque sea empleando terminología demagógica, dar pasos hacia atrás, hacia la nada, hacia lo de siempre.

Estaría muy bien analizar, sin crispaciones, sin personalismos, sin sentirse nadie vejado, ni ninguneado sobre lo que fue el proyecto inicial de La Laboral. Podríamos empezar por pensar en que una sala de setecientas butacas es una anacronismo, es algo obsoleto, a-histórico y, sobre todo, poco apetecible para ver y practicar el teatro en las condiciones adecuadas, especialmente si hablamos de propuestas que exigen cercanía, contacto, participación, diferentes visuales y colocación de los públicos y todos esos conceptos que conllevan las artes escénicas y performativas actuales.

Incluso podríamos analizar la manera en la que se inició y donde probablemente hubo un distanciamiento con la realidad teatral de Asturias, y que si se hubiera buscado desde el principio mayores complicidades, implicaciones de la gente del teatro asturiano, consensos, participación en los programas, en detectar las necesidades más perentorias para un mejor desarrollo del mismo, hubiera tenido mayor calado y probablemente sería ahora mismo muy difícil para ningún político tomar las decisiones que están tomando. Todo esto, cuando se quiera, es necesario que se analice, que se realice una crítica desde todos los puntos de vista, económico, social, político, artístico, que ayude a sentar bases para situaciones similares futuras, si es que eso pude suceder alguna vez más a partir de estos momentos.

Es más, los procesos para que los espectadores, es decir una parte de la ciudadanía, vaya aceptando ciertos lenguajes no se logra ni por campañas publicitarias, ni por acciones mediáticas, sino que debe ser algo gradual, una especie de iniciación que debe poseer una planificación, una dosificación que ayude a crear unas nuevas convenciones escénicas, eso tan obvio: nuevos públicos. Probablemente espectáculos con lenguajes muy actuales colocados sin un buen estudio estratégico, causen más rechazo que adhesiones. Todo esto es de lo que se debería hablar, para establecer planes más positivos y viables. Todo menos lo que ha sucedido.

Porque lo que ha sucedido es una renuncia, es abortar el futuro, es una estafa, un engaño, quizás una manifestación extrema de un fracaso, porque la inversión realizada no fue para hacer una sala comercial nueva, sino para abrir ventanas a lo nuevo, a lo no habitual. Y en ese sentido era ejemplar, era una esperanza y empezaba a ser una referencia estatal y europea. Ahora mismo se ha convertido también en ejemplar y ejemplarizante, pero en el sentido contrario, casi vergonzante: vamos hacia la nada, hacia el desconcierto.

En vez de ir a la contra, de llorar, de quejarnos, yo pregunto a los presentes: ¿no ha llegado el momento de dejarse de zarandajas y pensar en buscar las vías legales para acceder a la gestión de estas y otras salas infrautilizadas o mal utilizadas, por parte de colectivos, individuos, compañías que tengan proyectos y energías para llevarlo a buen término? Dejarlas en manos de los de siempre es una renuncia impresentable que la historia nos reclamará. Confieso: no siento ni pizca de miedo. Pena. Mucha pena. Rabia. Ganas de hacer.

 

 

 

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