Un cerebro compartido

La tecnología, sí, pero no te pases.

Bien podría ser el título de un libro y no de una columna. Pero tengo necesidad de sacar de mi pecho alguna espina que se me ha clavado después de ver recientemente una propuesta en la cartelera de Madrid en la que, en efecto, la tecnología por encima de todo es la protagonista.

Lo primero que me viene a la cabeza es una serpiente bicéfala. Serpiente porque el teatro tiene que serlo, porque si no pica no significa y, en esta ocasión, de doble cabeza porque desde mi butaca quiero ver teatro que proyecta una cabeza pero la cabeza hermana no me deja. Y es que la tecnología en el teatro es necesaria pero, cuidado, porque puede llegar a prostituirlo y adormecernos de tal modo que solo unas palomitas nos van a mantener despiertos. Me pregunto, ¿a qué voy al teatro? Siempre me respondo lo mismo, a modificarme, a transformarme, a emocionarme con el trabajo de los/as intérpretes. El teatro que yo entiendo desde las neurociencias es el que convierte al intérprete en el centro del proceso creativo en un trabajo que dirige como un auriga los caballos de la creación para seducirnos. Ese auriga está entrenado, está vestido para la carrera, está cosido al circo en el que corre y se muestra tal y como es. Y en ese mostrarse encuentro lo necesario para definir el teatro. Sí, la tecnología ayuda, puede generar entornos de comprensión y puede enriquecer propuestas acompañando, pero nunca suplantando. Hay autores y creadores que hacen de la tecnología un estandarte, Robert Lepage es uno de los que nos vendrá a la cabeza a más de uno. Pero hay razones por las que la tecnología podría empobrecer la experiencia teatral.

La primera: no deja ver el trabajo del/la intérprete y eso es fatal. Eso es un error de bulto. Yo si voy al teatro, voy al teatro, si voy al cine, voy al cine. ¿Puede definirse un espacio intermedio? Sí. Es más, debe definirse para seguir haciendo que el teatro encuentre nuevas salidas a las ondas expansivas de los creadores, pero cuidado con esconder al intérprete, cuidado con que la cabeza de la tecnología muerda a la del actor/actriz porque el teatro así no crece, se desvirtúa y pienso que se empobrece. Un exceso de abundancia tecnológica no necesita intérpretes, bastará con alguien que se aprenda un texto y lo diga cuando le toca. Un exceso de tecnología distrae la atención de lo que el espectador merece ver y me atreveré a decir que también de la de los intérpretes pendientes de elementos externos a su creación por adaptarse a un flujo de información “enlatado”. Consecuencia uno: desconexión emocional. No conecto con los personajes. Sí, conecto con la dramaturgia pero la falta de empatía hacia los que la defienden hace que no funcione, sea lo que sea que se escenifica. Consecuencia dos: la paradoja de la abundancia para generar un producto marca b, esto es, pérdida de autenticidad. El teatro es un espacio singular de comunicación directa entre la escena y los que la experimentan, no solo está vivo, respira, es un proceso vivo. Cualquier elemento real entre esa falsa cuarta pared no me deja experimentar y me pone de mala leche. El uso excesivo de efectos especiales o proyecciones audiovisuales me aleja de esta autenticidad teatral. Si la tecnología se vuelve demasiado preponderante en una producción teatral, puede diluir la esencia misma del teatro, que se centra en la interpretación humana sin mediaciones tecnológicas. Consecuencia tres: parte de mi cerebro, el lóbulo orbitofrontal que es el que me hace preguntarme cosas, deja de funcionar y en consecuencia, mi imaginación no funciona, me limito a admirar (o no) lo que otro ha imaginado. Si una producción no estimula la imaginación y fomenta una participación activa, esa producción podrá recibir un aplauso, pero no un bravo. Si se muestra todo, poco deja al espectador que se queda con las ganas de interpretar de acuerdo con su propia perspectiva.

La tecnología se debe utilizar de manera creativa y beneficiosa en el teatro, como herramienta de diseño escénico o para mejorar ciertos aspectos de la producción. Sin embargo, es crucial encontrar un equilibrio y preservar la esencia del teatro como un arte en vivo que permite la conexión humana y la imaginación. Es mi opinión, y entiendo y respeto que haya otras contrarias que me encantaría entender, pero no hay forma. Para mi el teatro es otra cosa de gente que respira y traspira.

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