Lápiz de palo
Estoy tratando de pasar del teléfono inteligente donde he escrito en el último tiempo, al lápiz no tan inteligente, pero capaz de plasmar sentimientos.
No es fácil; el aparatito tecnológico tiene demasiados cantos de sirena.
Luz, sonido, bibliotecas de imágenes, textos pre escritos, sonidos, noticias, fake news, IA… de todo.
Si teóricamente la tecnología desde siempre ha servido para que la humanidad avance ¿por qué retroceder a un simple lápiz? Y más extremo aún ¿a un lápiz de madera con punta de grafito?
Aquí debo hacer un símil entre la fotografía digital contemporánea y la fotografía analógica de tiempos pasados, no pre históricos, pero pasados.
En los inicios de la fotografía digital existía una brecha enorme en la capacidad de resolución entre ambos sistemas. Si bien es cierto, los granos de plata eran muy superiores a los pixeles, esta condición ya ha sido revertida.
La gran diferencia desde mi punto de vista, es que, en el pasado, antes de apretar el botón, si se quería lograr una buena fotografía, se medía la luz, la distancia, el encuadre, el tiempo de exposición, la apertura del diafragma, la sensibilidad de la película…
Esto agravado con que un rollo de película tenía, en el mejor de los casos, solo 36 exposiciones y no se podía desperdiciar ninguna.
Nos tomábamos mucho tiempo, lo cual nos permitía no solo captar la imagen, sino que vivir la atmosfera de lo observado, vivir una experiencia que se grababa no solo en la película, sino que en nuestro inconsciente.
Además, después de terminado el rollo, debíamos enviarlo a un laboratorio y esperar con ansias el resultado plasmado en esos rectángulos que después atesorábamos en álbumes sin tiempo. Incluso, quienes no teníamos tanto dinero como para desperdiciar, hacíamos tiras de prueba donde podíamos elegir de las diminutas imágenes, cual llevar a mayor tamaño.
Hoy en cambio, con las cámaras digitales, verdaderos computadores ópticos, si bien es cierto se podrían controlar todas las variables ya citadas, por comodidad es más fácil ponerlas en modo automático y apretar el botón 1, 10, 100 veces. La mayoría no nos damos el tiempo de observar, sino solo de apretar el botón. Además, si la imagen no sale tan bien, después, en un proceso de post producción, la procesamos con alguna aplicación que nos permita encuadrar, recortar, variar la gama cromática, y por si fuese poco, agregarle efectos especiales para destacar lo que queramos.
Incluso, así como nos podemos conectar en línea, la imagen obtenida la podemos ver inmediatamente en la pantalla de nuestro teléfono móvil, porque de no ser profesionales de la fotografía o muy fanáticos, la cámara fotográfica personal ha sido reemplazada por el aparatito inteligente que nos tiene idiotizados.
Ya no vivimos la imagen, simplemente la capturamos, y es muy probable, que sea para no volver a verla nunca más.
Antiguamente, hasta en el más espectacular de los viajes, con suerte sacábamos un par de cientos de fotografías, hoy son miles, y es esa enorme cantidad de información, la que nos abruma, al igual que toda esa sobre información que recibimos a cada momento por los medios masivos de comunicación.
Trataré de convertir mi lápiz de palo en los pasados de moda granos de plata, aunque no pondría mis manos al fuego por ello.