Críticas de espectáculos

Lisístrata/Aristófanes/Savary/56 Festival de Teatro Clásico de Mérida.

Una Lisístrata lesbiana

 

 

“Lisístrata” de Aristófanes, en versión de Jèrôme Savary y Joaquín Oristrell (con estrambótico final a cargo de Paco León), es la única producción propia del Festival y una bocanada de aire fresco de teatro grecolatino ante la mediocre serie de bolos presentados hasta ahora.

Ya se sabe que esta comedia -de sátira social y política- ha tenido múltiples versiones y reescrituras en la cultura universal. En el teatro Romano se representó en cuatro ocasiones: En 1980 (un hito del teatro extremeño), brillando por su gran espectacularidad, humor festivo y por la imponente interpretación hecha a viva voz. En 1990, según una idea de Juan P. Aguilar, con un montaje excesivamente ramplón. En 2003, con la versión pseudovanguardista de Carles Santos que no funcionó. Y en 2007, con una  producción comercial madrileña que resultó un burdo remedo de la de 1980.

El estreno de ahora es bastante fiel en términos argumentales a la comedia del griego que se presta, desde luego, a las situaciones más divertidas sobre el plan de Lisístrata  (que consiste en que los soldados lleguen a estar tan desesperados por conseguir que sus mujeres dejen la huelga de sexo que no les importe incluso abandonar la guerra y firmar el armisticio, poniendo de esta forma fin a un enfrentamiento que ya tenía hasta el moño a las féminas). Pero todo sucede hasta la escena final, donde por sorpresa el televisivo actor imprime un giro de 180 grados al comportamiento de Lisístrata y a su prioridad de valores. Empieza después de la concertación de paz entre Esparta y Atenas, donde la amistad de sus respectivas líderes Lámpito y Lisístrata se convierte en una relación lésbica sumamente plena para ambas mujeres. Y que según León y Savary esta sugerida en el texto de Aristófanes. Cuestión que no comparto porque en la comedia original nada de esto se ve por más que se mire con lupa. Pues sólo la heteronorma funciona: mujeres vistas desde la mirada de un hombre que burlan los principios masculinos pero que finalmente todo concluye en un regreso al orden preestablecido.

Es cierto que esta obra griega tiene muchas potencialidades para llevarla al espacio de lo homoerótico, y esta creación final es un enfoque novedoso y propio del momento temporal, pero inspirada en el historietista alemán Ralf König, que ya había buscado confrontar la versión clásica con la reescritura que realiza en su cómic Lysistrata,  donde todo se complejiza a partir de la reformulación de la protagonista y la inclusión de los personajes gays-lesbianas con resonancias de los años ochenta (se ve también de forma parecida en el film “Lisístrata” del catalán Francesc Bellmunt).  En fin, hablamos de una propuesta de final rosita -y con sofisticadas florecitas- que, a gusto del público, puede considerarse desde una mariconada a un canto en pro de la tolerancia homosexual.

El montaje de Savary no es el mejor de los cinco ya vistos, pero dispone de suficientes recursos cómicos, visuales –respetando íntegramente el marco incomparable- y musicales (de distintos estilos), donde hay ambición y hálito festivo, para lograr la diversión que le brinda Aristófanes. Aunque, el humor del director se vea apoyado por oportunos anacronismos, algunos muy picantes y manidos y, también, gratuitos (como fumarse un cigarro o cantar una canción –el “Fly me to the moon” de Sinatra- casi sin venir a cuento).

La interpretación es buena en general, pero desigual. Destaca Paco León, pleno de virtuosismo y exhibición cómica (imprimiendo carácter a la protagonista desde la imitación de personajes conocidos), demostrando en su orgánico papel (travestido) sus capacidades artísticas de juego con el público. Josep Ferre (Lámpito), que borda su papel –con su gracioso acento extranjero- de líder espartana. El coro de ancianos que alcanza situaciones hilarantes sensacionales. Y, también, los pecholatas extremeños, por su esfuerzo y simpatía en las batallas.

José Manuel Villafaina

 

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