Zona de mutación

Los libres despolitizados

Malthusianismo: hay demasiado. Diagnóstico infalible de los auscultadores. No hay que sobresaturar el mercado. Demasiado teatro. Demasiadas producciones, demasiados estrenos. Hay que dar de baja lo que excede. Imperativos no sólo de mercado sino de sentido común, ejecutado por agentes que desconocen la inteligencia de lo heterogéneo. Ahí no caben los posicionamientos de consenso. El consenso engaña. Lo que valen son las redes de agenciamientos diferenciales. La poética de lo diverso, poética de relación (Glissant). Pero no nos engañemos sobre la ausencia de debate, en un mundo donde no se discute sino que se consume. Sin embargo, la exuberante pulsión expresiva capaz de poner en crisis los designios de mercado. Una sociedad inundada de afirmaciones de una singularidad ontológica. Es un paradigma que debe terminar: la ilusión de la autonomía de la subjetividad. El mundo de los libres. La inmediatez de un símbolo que decodifica en su inmediata corporización: el arte. La transgresión a la máquina representacional que perfora las imágenes como la punta del bote de The Truman Show incrustándose en la pantalla que separa el simulacro de la realidad obscena (fuera de escena). El arte es el calor que quema la película en el proyector. El derretimiento de la película perfora la pantalla hacia el vértigo de lo escamoteado. Ser realista es una aventura cultural. La realidad post-simulacro es una aventura proverbial. Toni Negri ensaya una fórmula: El arte es tan abierto formalmente como lo es una democracia verdadera y radical. La realidad social es ilegible para la gente que trata de darle sentido. Los aparatos perceptivos son tan fieles como cuando no tienen que creer en lo que ven. No es cuestión de fe. Sin embargo, nadie vuelve igual a la misma verdad. Ha cambiado. Nada es igual. Los descontentos de la gente con los partidos políticos son también los que tiene con el arte: deja de creer en él, le pierde el respeto, le desconfía. Todos pueden elegir sin que tales elecciones modifiquen nada. La proliferación en un sistema donde se hacen muchas cosas en las que no pasa nada, sólo podrá contradecirse desapropiándola, quitándole aquello por lo cual sigue con su engaño ‘cultural’. Su diferencia está en su impertenencia a la tópica de un poder en velocidad crucero. Pero es la hora del percance. Las luces amarillas se encienden. El derrotero de la mercancía amerita un aterrizaje forzoso. No se sabe si el peligro es lo que salva. Pero todo llama a un sinceramiento. La correlación entre una sociedad hedonista con la repulsión que los ciudadanos le profesan a sus actividades, condiciona el sesgo de la oferta. Ya el arte cambia las reglas de su juego obvio para evitar ser encontrado en los lugares que solía frecuentar. Hay huidas, hacia una nueva desnudez, corriendo con los pies descalzos sobre las capas calcáreas y humeantes de los campos del fracaso. Una contaminación que herrumbra los goznes de la cultura instrumentalizada por los tentáculos del capitalismo más sofisticado. Lo diverso grupuscular. Micro-movimientos, proliferación de métodos. Ya no imperialismos metodológicos totalizantes (grotoskismos, stanislavskismos, barbismos). Estallidos de metodologías propias, que así como fueron sustraídas para legitimar el marketing, bien pueden autosustraerse de las manipulaciones de éste.

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