Y no es coña

Los motivos y las ideas

Recuerdo ahora mismo el título de un crítica de Eduardo Haro Tecglen a un montaje de Francisco Nieva: ¿Por qué? Al poco Nieva contestó con un bello artículo: Porque sí. Y desde entonces ando peleándome entre la duda y la reafirmación. Muy a menudo me pregunto las razones, el motivo por el que se ha puesto en marcha ese montaje, tal obra. Muchas veces no encuentro explicación autogenerada por mi observación. Si miro dosieres, ruedas de prensa, actos de propaganda, tampoco hallo las pistas claras par entender de manera cabal esos motivos, de dónde sale esa idea previa, qué desencadena un proceso para llegar a realizar esa obra que he presenciado y me he sentido extrañado porque su temática o su estética me resultan difíciles de contextualizar.

Claro, estoy mencionando mis prejuicios de mirón con una idea del mundo que acostumbra a ser un filtro para conducir mi mirada y mi análisis. Cuando estoy en una situación más equilibrado, cunad llego a l sal con mi mente en blanco, toda mi capacidad de recepción abierta en canal, suelo ser bastante más condescendiente, introduzco, si hay algún roce esos elementos comprensivos sobre la situación general, la precariedad, la presión social, las modas y un largo etcétera exculpatorio que no aporta otra cosa que buenismo que, al final, es una manera de desprecio de baja intensidad.

Puede ser fruto de la soberbia, pero creo que por razones que pueden entenderse a la luz del pragmatismo y lo circunstancial, con honrosas y magníficas excepciones, lo que se produce, tanto en lo privado como en lo público y por ello lo que se programa, no es fruto de una dramaturgia previa, no es fruto de un estudio socio-cultural de cada teatro, grupo o asociación, sino que se corresponde con impulsos particulares, por movimientos sociales difusos, por modas inducidas desde los centros de poder que nos lleva a ver demasiados espectáculos, demasiadas obras, con una sospechosa igualdad temática que se circunscribe a una parte de la sociedad, asunto que tampoco anda tan descaminado por ser una de las maneras de acercarse las artes escénicas a sus realidades socio-culturales.

Se entiende que la falta de unos criterios sólidos fundamentados en la mayoría de unidades de producción, la necesidad de buscar “productos” que interesen a un supuesto mercado, convierta la elección de una obra o de un proceso en algo bastante aleatorio y que, en muchos de los casos, se alimenta de efemérides, novedades exitosas, autoras en promoción, directoras que acaban de ocupar un lugar en el parnaso y siempre, siempre, el capricho, la terapia, las urgencias de quienes toman las iniciativas que, en un mundo “libertario” en su versión más retrógrada sería lo ideal, cada uno hace lo que le peta, lo que sucede es que en nuestro sistema ese mercad está absolutamente controlado ya que la inmensa mayoría del teatro y la danza que vemos está sustentando por ayudas directas e indirectas de todas las formas del Estado.

El que un grupo, un colectivo, una asociación tenga las ideas claras, sepa por qué y para qué y quién hace sus montajes  no le garantiza otra cosa que coherencia y respeto, pero a veces, esos trabajos colaborativos, muy pegados a un territorio, a un barrio, a unas problemáticas sociales muy identificables nos consolidan alguna de nuestras ideas básicas, como es hacer un teatro al servicio de la ciudadanía más cercana que es, probablemente, la mejor manera de tener un mayor trascendencia siempre que se utilicen los elementos, las herramientas, los conceptos de dramaturgia y puesta en escena que hacen que eso se convierta además de en un acto de solidaridad, también en una obra de arte que se incrusta en las vindicaciones de un grupo social.

Estoy pensando que “Ya no queda nada de todo esto” que pudimos ver en el Teatro de la Abadía en una coproducción del propio teatro con Drift, es un magnífico ejemplo de. cómo a partir de inmiscuirse en un barrio, en una zona de Tetuán, para más señas, se puede hacer una obra de teatro solvente estéticamente, con una teatralidad elaborada a partir de datos, con una forma narrativa que es comprensible para todos los públicos y que contiene datos para la información fehaciente, pero también poéticas que la elevan a otra categoría más sibilina y de mayor penetración al ser algo que evidentemente es una obra artística.

Ha estado tres días en la Abadía y recomiendo a quién corresponda que se dé espacios para su representación ya que puede ser un magnífico ejemplo par desencadenar en núcleos creativos una manera de afrontar este tipo de acción teatral y que cualquiera que la ve puede disfrutar de una obra de arte que, además, le recuerda la realidad de nuestras ciudades que van camino de la gentrificación absoluta.


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