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Los reflejos del rojo Rothko por Carlos Pimenta

Se puede ser artista, hacedor de arte, sin leer poesía, novelas, filosofía…? ¿Se puede ser artista manteniéndose especializado, sin una visión holística e integradora? Estas podrían ser solo algunas de las preguntas que plantea una obra como ‘VERMELHO’ (Rojo) de John Logan. Además, para quien admire la pintura de Mark Rothko, esta pieza teatral genera un atractivo irresistible.

Con dirección de Carlos Pimenta y protagonizada por João Reis y Daniel Silva, en el Teatro Carlos Alberto del Teatro Nacional São João de O Porto, el sábado 27 de septiembre, tuve la oportunidad de asistir a la contemplación de ese debate entre el carismático Mark Rothko y su joven ayudante, también pintor.

La escenificación nos ofrece el tiempo necesario para contemplar a los contempladores, mientras la intensa pintura de Rothko se extiende por los lienzos, en los murales que iban a ser para el restaurante neoyorquino Four Seasons. La pintura compite en intensidad con las altas exigencias del pensamiento artístico de su autor.

El tríptico escenográfico de murales, que despliega el material pictórico sobre tres pantallas, forma una tríada con el dúo actoral.

Reis interpreta a Rothko, un personaje de fuerte carácter. En contraste, Silva retrata al asistente como una persona, más que un personaje, más ambigua y flexible (¿más humana?). El Rothko de Reis tiene el magnetismo de los sabios refunfuñones, descontentos con la incipiente sociedad del marketing y de las apariencias frívolas.

El contraste entre la abstracción trascendental y los orígenes de la tragedia de Nietzsche, frente al arte pop y el comercialismo, sirve como metáfora de muchas concesiones, no solo en las artes, sino también de las luchas generacionales, que nos traen al mito del hijo que debe matar a su padre para crecer y madurar. La intensidad y la temática del debate son cautivadoras, y los interludios musicales en las transiciones entre escenas nos ayudan a digerir.

El espectáculo juega con los tiempos que la propia pintura de Rothko demanda del espectador: hay que pararse, contemplar, dejar que el cuadro te absorba y cambie tu percepción. Hay que ceder a la potencia cromática, a la sensorialidad como vía de transcendencia y conocimiento.

A fin de cuentas, me da la impresión de que Carlos Pimenta, con ‘VERMELHO’, nos ha querido situar ante un teatro que, como la teoría, comparte esa raíz iluminadora para reflexionar sobre la necesidad de pensarnos. Al fin y al cabo, el arte, incluso el abstracto, igual que el teatro, nos reflejan.

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