Desde la faltriquera

Madrid ¿cambio de rumbo?

La temporada teatral en Madrid desde hace unos años cogía una cierta temperatura en los últimos días de agosto o en la primera semana de septiembre, rompiendo la inercia de programación del tórrido verano, destinada a los gutiérrez. Los teatros oficiales planteaban algunos títulos de interés cultural que encontraban una réplica no excesiva –todo hay que decirlo- en el circuito comercial y en el alternativo. Sin embargo esta tendencia se ha quebrado esta temporada. Hemos caído en la abominación de la desolación.

Teatros públicos cerrados y una oferta comercial en los privados que no invita a salir de casa. No está reñida la comedia y la taquilla con la calidad, aunque algunos puristas sostengan semejante enfrentamiento: hay comedias (incluso vaudevilles) que poseen calidad por su estructura, escritura dramática, percepción crítica de la sociedad y acierto en una presentación deformada de la misma. Los ejemplos resultan numerosos al retrotraernos unos años o siglos atrás; además las comedias necesitan de unas cualidades interpretativas y de dirección escénica que no están al alcance de cualquiera.

Se dice que es más fácil montar un drama que una comedia y es una aseveración cierta, a la que por desgracia no ha respondido la cartelera madrileña de finales de agosto y septiembre. Por otra parte, los teatros públicos han comenzado su andadura de manera perezosa: el Clásico, pendiente de apertura en pleno octubre (no se entiende que el Ministerio de Educación y Cultura no destine presupuestos necesarios para mantener una programación durante once meses del año); el Centro Dramático Nacional ha abierto con la reposición de una obra de Ana Diosdado (El cielo que me tienes prometido), que ya ha tenido una amplia gira por España y que no dejará huella en la dramaturgia española; el Canal de la Comunidad, descabezado y con una programación rutinaria que dejó hecha el equipo de Boadella, no ocupó ningún espacio de interés; el Español y Matadero, dilucidando acerca del nuevo director, nada; y la peculiar Abadía con una discutible reposición de Incendios de Wajdi Mouawad, ya vista en la capital con dirección del propio dramaturgo y con una compañía propia. Ahora Mario Gas, con el acompañamiento de Nuria Espert regresan sobre esta obra, más con un sesgo comercial que de compromiso, y con un trabajo más de oficio que creativo, como son muchos de los espectáculos del director catalán/madrileño.

Este panorama desolador, al que se suma el desaparecido por disolución festival de Otoño ante las presiones de los empresarios sobre la Comunidad, tiene el contrapeso en esperanzadores nombramientos. Alex Rigola, finalizada su estancia en la Bienal de Venecia, ocupara la dirección del Canal ¿Cómo director artístico o como simple programador? Enigma pendiente de aclaración. El ayuntamiento ha nombrado el pasado lunes a Carmen Portaceli directora del Español; la directora valenciana posee una trayectoria clara, caracterizada por una búsqueda de títulos y dramaturgos de escrituras escénicas contemporáneas, y un modo de hacer personal. Y a Mateo Feijoo, director del Matadero, un hombre con una trayectoria variopinta, proclive a proyectos escénicos contemporáneos escénicos o paraescénicos, que deberá mostrar su criterio en la Naves del Matadero, y su valía, superando lo realizado en la Laboral de Gijón. Son dos retos que suponen una esperanza; ahora queda que les dejen hacer, que no encuentren intromisiones políticas y que se les dote de un presupuesto adecuado a sus responsabilidades.

Queda abrir un compás de espera y aguardar al sucesor de Ernesto Caballero en el Centro Dramático Nacional, en el que parece que no seguirá después de enero de 2017. Se abrirá un nuevo concurso al amparo de código de buenas prácticas del Ministerio y de él cabe esperar que surja un director que apueste más por lo interesante culturalmente, que por la corrección política, y por entender que el Centro Dramático es Nacional, y no solo de Madrid, algo que ni el Ministerio con diferentes responsables, ni sucesivos directores han sido capaces de comprender desde la Transición, aunque si no pueden dimensionarlo lo lógico sería que le cambiaran el nombre, Centro Dramático de Madrid.

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