Y no es coña

Maneras de entender la acción cultural

En estos momentos deben existir más festivales de teatro, danza, música, títeres y circo que habitantes. Como las bicicletas, los festivales con referencia cultural son para el verano. Desde los más amplificados por la propaganda y el ritual periodístico imperturbable, hasta experiencias realmente importantes y experimentales en lugares de tradición rural, pasando por aquellos que sirven, al menos eso nos aseguran, para contentar a un cierto turismo cultural que debe existir de manera muy específica, o que, por lo menos, se trabaja desde la institución con ese objetivo complementario y utilitario.

Por si existieran dudas, un espectador, una espectadora, es un valor en sí mismo sea sentada en una butaca cara del Teatro Real como en una silla cervecera de tijera en un patio o claustro de una remota ermita de una villa en la España vaciada. Si se consuma el acto, si se produce la comunión presencial, eso es un hecho teatral innegable. Si quieren ahora le ponen la retahíla de pegas y consideraciones sobre las condiciones técnicas y ese largo etcétera que sí, es cierto, forman parte del propio hecho, pero que el fundamental es que se produzca la comunión o como ha instaurado el amigo Dubatti, el convivio. Y situados en este punto, no vamos a ir diseccionando las audiencias, es decir los públicos, porque yo he asistido a festivales preciosos, excelentes, en lugares rurales y he sentido como si los que me rodeaban viendo las actuaciones formaran parte de eso que se conoce como forasteros, es decir urbanitas que acudían a ver el teatro que se ofrecía, aunque, obviamente, también había un número suficiente de nativos disfrutando de la oportunidad de sentirse parte de un hecho cultural.

Cuando hace unas décadas se intentó teorizar bastante sobre las Artes de Calle, lo nombro así para ir por la tangente, se ponía como ejemplo las acciones tomadas en Francia, con un ministro de Cultura ejemplar y que propició hasta la creación de una Universidad para enseñar, dotarle de fundamentos teóricos y prácticos a estas acciones, lo que llevó, en paralelo, al crecimiento de varias compañías francesas que hacían espectáculos de calle realmente importantes. Y, por ende, crecieron varios festivales que siguen siendo significativos en el ámbito de espectáculos a cielo abierto, para simplificar. También se comprobó que la fiestas populares de la mayoría de los pueblos de Francia tenían una uniformidad que los convertía en algo muy administrativo o confesional, pero no había una expresión más allá de un grupo de música y unos bailables. Los festivales de calle, el teatro de calle revolucionó las fiestas patronales. Se asumió de manera muy orgánica y junto a las acciones ministeriales, creció este apartado.

Pero nuestro panorama veraniego no se basa en el Teatro de Calle, sino en el Teatro al aire libre, aprovechando la bondad climática, la baja posibilidad de lluvia. Y si tenemos antecedentes que se pueden considerar gloriosos por su recuerdo como una de las pocas referencias para ver espectáculos de gran formato fuera de Barcelona o Madrid. Me refiero a lo que se llamó Festivales de España, que recorrieron plazas mayores, teatros romanos, lugares excepcionales a base de zarzuelas y obras del repertorio universal de primer orden, en montajes grandilocuentes y repartos competentes, lo que es necesario señalar porque recibieron audiencias importantes allá dónde se programaron.

Con la llegada de las instituciones postfranquistas y democráticas, con la configuración del Estado de las Autonomías, se crearon instituciones y herramientas propias, lo que nos ha llevado a tener programas culturales en cada autonomía que intentan competir entre ellas, y en ocasiones dentro de las mismas, entre provincias. Nada es malo ni bueno por definición, sino que todo depende de cómo se hagan, con qué recursos y en qué contexto. Al no existir una ley, unas leyes, con alguna excepción, que enmarque las acciones en artes escénicas, las regulen y las propicien con presupuestos estables, todo queda en una inspiración casi personalista de alcaldes, concejales, directores generales de Comunidades y un lejano Ministerio de Cultura que cada vez tiene menos competencias, aunque pueda intervenir con dinero, cosa que es bastante contradictorio.

Así que en esta exuberancia programática, vamos comprobando como en muchas ocasiones son acciones puntuales, con arraigo e incidencia local y temporal, normalmente en ciudades, villas, pueblos de muy pocos habitantes, aunque también existen de una demografía interesante de estudiar, que no tienen una programación habitual que genere públicos, sino que se convierten en una o dos actuaciones mensuales que se sienten como una incidencia en la vida social, no como un hábito cultural contextualizado.

Y como no me van a vencer, como voy a seguir con mi idea básica, lo importante es que todo lo referente a la cultura, pero aquí hablamos específicamente de eso tan concreto como las artes escénicas, necesitan incorporarse por activa y por pasiva a la vida cotidiana de la ciudadanía. Y eso requiere de programas concretos, reglamentos y presupuestos. Y a partir de ahí, en unos años, ver cómo evoluciona la ciudadanía y sus hábitos culturales, porque no se olvide nunca, que la Cultura, y específicamente las Artes Escénicas no son un asunto de los partidos políticos, ni de los concejales o técnicos y funcionarios, ni siquiera es algo de los actuantes en todos sus gremios imprescindibles, sino que es un derecho de la ciudadanía, de los públicos y que, en este caso, además, sin ellas/ellos, no sucede el hecho teatral.

Así que bienvenidos sean todos los festivales, jornadas, inventos, grandilocuentes eventos que se cuentan en euros gastados en la lo habitacional y de restauración, como aquellos que iluminan una aldea durante unos días, cambiando el ritmo de vida no solamente de los veraneantes, sino con actos para todos los habitantes.

Y una última reflexión. Aunque parezca inverosímil, hay miles, quizás millones de personas que no tienen a su alcance la posibilidad de ver teatro de manera habitual. En las encuestas las personas que aseguran que no van nunca al teatro sobrecoge. Y como algunos mantenemos la ingenua idea de que conocerlo es amarlo, el que se ponga de manera asequible programaciones y obras asequibles, de calidad suficiente, se convierte en una reparación democrática y se mantiene la ilusión de que el teatro nos hace mejores.

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