Otras escenas

Melancolía

Desplazarse a Olot un día lluvioso es como adentrase en un cuadro de Friedrich. El arrojo del paisaje estremece.

La experiencia de dicha naturaleza ha sido y es un motor artístico. A finales del siglo XIX, por ejemplo, dio lugar a una escuela pictórica impulsada por el célebre pintor Joaquim Vayreda.

Para los que nos dedicamos a las ‘otras escenas’, la visita a la ciudad de los volcanes es, al menos una vez al año, obligada. El diseño de la programación de las actividades escénicas de la localidad lleva tiempo siendo un ejemplo de creatividad y también de valentía. La labor de Tena Busquets y su equipo ha ido y va más allá de la gestión cultural ordinaria. Ciudad, paisaje -físico y emocional- y la actividad escénica no convencional han sido tres conceptos recurrentes en la filosofía de su proyecto.

Este sábado llovía en Olot. Llegamos tarde, aparcamos de cualquier manera y corrimos a buscar el primer espectáculo. Las actividades callejeras del festival Sismògraf -festival que aproxima a los habitantes de la capital de la Garrotxa la danza y las propuestas más contemporáneas- se llevaron a cabo igualmente, a pesar de aquel tiempo turbio.

En la plaza Campdenmàs, Jordi Galí escribía poesía con cuerdas y troncos. Levantó Cîel, su construcción de casi 12 metros de altura, bajo un cielo plomizo, con gesto aristocrático, por elegante y seguro.

El público se repartía en el perímetro de la plaza, bajo paraguas, balcones y portales. Entre los asistentes había muchas caras conocidas: artistas y otros compañeros de profesión.

Después de los aplausos, la lluvia, hasta entonces sosegada, rompió la tregua y se intensificó. Buscamos un café donde esperar hasta las ocho de la tarde, hora prevista para la actuación de CobosMika en el Teatro Municipal con ‘Tango = 4 cames, 2 cossos, 1 cor’, un homenaje de la compañía de danza contemporánea y el cuarteto musical Gerió al tango y a uno de sus referentes más universales, Astor Piazzolla.

Fue buscando ese café que la experiencia del paisaje de la ciudad me tiñó el ánimo de melancolía. El festival Panorama ya no existía.

Con los pies mojados, sentado en un bar cerca del teatro y con un café con leche caliente entre que mis manos, mis compañeras hablaban y yo no escuchaba. Mi corazón estaba empañado, deshecho como el tiempo. La memoria me había devuelto cientos de recuerdos, momentos extraordinarios vividos en diferentes rincones, espectáculos, copas, risas, buen tiempo. No escuché ni pensé en nada más en toda la velada: el festival Panorama ya no existía.


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