Críticas de espectáculos

Mercado de amores / Eduardo Galán / Marta Torres / 67 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Un alegre ‘Mercado de amores’ con disparidades

Continúa la 67 edición del Festival -con las mismas precauciones en el control de la pandemia- que estrena su tercer espectáculo: «Mercado de amores» una comedia alegre de enredo, engaños y confusiones de inspiracióngrecolatina escrita por Eduardo Galán Font a partir de la fusión de tres comedias de Tito Maccio Plauto, coproducida por el Festival y las empresas teatrales Secuencia 3, Saga Producciones, Teatro de Malta, Summum Music y Hawork Studio.

 

Es conocido que en las comedias de Plauto se han basado muchas generaciones de dramaturgos para crear versiones u obras nuevas de esencia grecolatina haciendo «corta y pega» de varios de sus textos. Algo que él también hacía de obras griegas, según sabemos por historiadores y por 21 textos plautinos que se conservan. Plauto tomó como modelo la nueva comedia griega, que adaptó al gusto romano y que al parecer contrastó con otras obras romanas contemporáneas, mezclando personajes y situaciones en el puro juego escénico de gracias y gags de gran inspiración. Si bien partía de contextos bastante convencionales, el autor romano de Sarsina (Umbría) supo combinar con gran maestría la acción y el diálogo, pasando con un ritmo vivo de la intriga al retrato de costumbres. Reflejó al verdadero pueblo romano -resaltando sus defectos y vicios, que ridiculizaba- y supo imprimir también a sus textos un toque de crítica a las instituciones de Roma y una dosis importante de lirismo -incluyendo picantes canciones- y fantasía.

Galán Font, a la manera que Plauto ha creado ese «Mercado de amores«, tomando vida de tres obras de este mismo autor que presentan una trama común: «El mercader» inspirada en la obra griega homónima «Emporos» de Filemón, la «Comedia de los asnos» derivación de la obra griega «El arriero» de Demófilo y «Casina» reescritura de una comedia griega de Dífilo. El texto, también con algunas modificaciones en la trama (máxime en el enfrentamiento de los personajes padre/hija por la posesión de una esclava, que aquí es un hombre travestido), logra que el espíritu plautino sea legible en el lenguaje artístico actual, capaz de asumir y satisfacer una nueva realidad y sensibilidad perceptible no sólo en lo que se refiere a las ideas sino al sentido del espacio, el tiempo, la caracterización de los personajes, la originalidad de las imágenes. Con ello, nos ofrece un obra de cierto hálito festivo que es sutilmente divertida y que, además, elude los clásicos groseros chistes y obscenidades acomodados al populachero gusto de aquellos romanos. Aunque también se puede decir que se haya hecho con lo más trillado sobre amoríos y reencuentros emotivos de padres e hijos y sin una crítica con más enjundia (un culebrón muy esquemático y poco novedoso resultan la pincelada feminista de las dos mujeres protagonistas y la relación machista de los dos viejos verdes corruptos) a través de una pretendida comedia amable.

La directora del espectáculo, Marta Torres, que parece que ha intentado hacer una puesta en escena alegre y optimista sólo lo consigue a medias. Su montaje facilón, convencional y visualmente encogido dentro de una escenografía (más apta para teatros y tablados de plazas que para el monumento) alcanza a mantener en sintonía a los personajes en el meollo de la obra pero con disparidades que nada aportan a un conflicto de baja intensidad. En algunos momentos se notan lagunas en el ritmo de giros dramáticos y de humor en puntos exactos de la obra (tal vez por insuficiencia de ensayos). Pero el fallo máximo está en que no logra un trabajo coherente y limpio del reparto, por falta de unidad de estilo en la interpretación de los actores. Concretamente, la actuación del actor protagonista Pablo Carbonell -que realiza «a su aire», con su gracia natural- para la función teatral resultan sus gestos y movimientos -que son simples y escasos de creatividad- más propios de los de un rancio vodevil/astracanada, en contradicción con los del resto del elenco -más entonados en esa atmósfera de farsa y tonos de caricatura grotesca- en el puro juego escénico de chistes, gracias y gags de gran inspiración, que requieren los montajes plautinos. Esta disparidad de actuación forzada no contribuyó en el escenario a lucir el ánimo festivo de la comedia. Restó, en un determinado público objetivo, sonrisa, risa y carcajada de forma infalible.

En la interpretación, salvo el patético trabajo exhibicionista de Carbonell(Pánfilo), humorista que me caía bien en aquellas entrevistas, tan simpáticas y atrevidas, del programa de Wyoming, que para esta obra de teatro -donde es debutante en el espacio romano- hubiera necesitado los cursillos teatrales de su colega de reparto, el maestro Francisco Vidal (experto en el básico método teatral Layton), desde que Galán Font le prometió, hace años, escribir esta obra -según dijo-  para que participase en el Festival que tanto le ilusionaba, el resto de los actores de «Mercado de amores» cumplen bastante bien sus roles.Destacan los tres actores: José Saiz (Olimpión), haciendo un esclavo borrachin muy cómico; Victor Ullate Roche (Carino), bordando su papel travestido de esclavo enamorado; Francisco Vidal (Leónidas), que contrastando la parte más seria, logra su personaje de calavera y senador deshonesto de forma sensacional dando mucho juego; y las dos actrices: Ania Hernández (Erotía) y Esther Toledano (Tais), ambas debutantes pero muy desenvueltas -dominando gestos y movimientos con sensual elegancia- en sus roles de romanas «liberadas».

Tengo que decir, que el espectáculo es otro más con ese planteamiento «cultural» del director del Festival Jesús Cimarro -que no logra evitar esa sensación de artificio comercial al colocar artistas de la esfera televisiva- de explotación después en giras por el territorio nacional. Y aclarar a los artistas -que tras la función se sienten felices viendo al público aplaudir de pie al final- que en este teatro los asistentes suelen ser muy generosos, y más el día del estreno donde un nutrido grupo de amigos y familiares invitados hace la «claque». En un teatro con tan buena acústica parece que todo el mundo aplaude. Y siempre lo hace de pie porque desea aliviar el duro castigo que recibe su trasero en las piedras durante el tiempo de la representación. 


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