El giro hermenéutico

Miserias patrias en El inspector

Como en la magnífica Europa de Lars Von Trier, cerremos los ojos y contemos en descendente hasta diez, avanzando por los railes de un tren. Al llegar a 0 estaremos en España.

10:Inauguremos una estación sin vías, como esos auditorios sordos, con premio arquitectónico incluido. 9: Regalémosle dos trajes nuevos de corte italiano a un alcalde o presidente que haga aguas por todas partes, como en muchos ayuntamientos o alguna comunidad autónoma del país. 8: Apostemos por proyectos paralizados porque no generan suficientes comisiones. 7: Liquidemos a los comerciantes de clase media en pie de guerra porque no se atienden ya sus privilegios. 6: Bailemos la conga con un constructor chulazo, un concejal de cultura inculto, un concejal de sanidad con un hospital vacío -porque el mejor enfermo es un muerto-, un banquero sin un euro, y con la primera dama interesada hasta las bragas, ordinaria e infeliz hasta decir basta. 5: Otorguemos el beneficio de la duda a la mediocridad con unas risas; 4: Confundamos al don nadie con la autoridad. 3: Asistamos a la normalidad del cohecho. 2: Riamos la gracia a quienes defraudan. 1: Paguemos con unos cuantos euros, unos favorcitos de ná. 0:Estamos en España.

Bienvenidos a esta España representada en El inspector de Gogol, el vinito dulce, el postre moscatel de Bienvenido Mister Marshall de Berlanga, en acertada versión de Miguel del Arco, que se estrenó el viernes 4 de mayo en la sala Valle Inclán de Madrid. Una España donde lo de «charanga y pandereta» machadiana queda superado por las referencias literarias del don nadie confundido con el Inspector, autor de Coplas a la muerte de su padre y un alcalde ridículo con demasiados aires de grandeza. Una grandeza española de medio pelo, vamos, de peluquín; una grandeza española de misas y coplas; de postín. Y entre tanto pícaro, caradura y embaucador, tanto juego con tapar las inmundicias que se traen entre manos, los protagonistas de esta farsa trágica salen, como en la fábula del cazador cazado, con el tiro por la culata. La obra sedujo a Meyerhold y a Carpentier; a Jorge Saura y a Sergi Belbel; ahora, Miguel del Arco revitaliza y actualiza esta lectura chispeante, ágil, cómica, interpretada coral y sabiamente con Gonzalo de Castro y Pilar Castro, soberbios; cercanos, Juan Antonio Lumbreras, Ángel Ruiz y el resto del reparto.

Una corrupción soterrada que ni se sabe cuándo comenzó, -como el estado actual de alguna autonomía en España-, espejo de nuestras miserias patrias. Como señala Miguel del Arco, «nos vamos a quedar cortos, hagamos lo que hagamos». Pero, por algo hay que empezar, entre tanto despropósito y descrédito, y este Inspector mastica alguna de las fórmulas del viejo teatro político europeo que promulgara Piscator y Brecht; como otro título de reciente estreno, Mein Kapital, de Tranvía Teatro, Tantarantana Teatre y Teatro del Astillero con dirección de Cristina Yáñez.

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