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Moctezuma II, fragmentos de la tragedia de Sergio Magaña

A 50 años de su estreno, Moctezuma II vuelve a los escenarios de la mano de José Ramón Enríquez, director del Centro Universitario de Teatro de la UNAM, quien afirma que «hemos querido conmemorar los cincuenta años de la obra magna así como enfrentar en nuestro hoy la contundencia de su visión profética. Ni en la historia real ni en el texto de Magaña se detuvo Cortés, pero la tragedia mexicana va más allá de ese episodio: se hunde en nuestra nunca asumida debilidad». Por Sebastián López

Allí está el hombre, su mirada fija pareciera decirnos que está tranquilo. Sin embargo, el delirio de imágenes superpuestas a sus espaldas, adelantando el momento de su derrumbamiento, lo descubren más bien abstraído en sus propios pensamientos.
A primera vista, uno creerá ver una suerte de colmena a modo de metáfora de la condición social de nuestro personaje, como si se tratara de la abeja madre, la reina; pero con un poco de atención es posible adivinar que lo que en verdad vemos es su mirada multiplicándose a sí mismo en una especie de distanciamiento, cual si fuera un sueño, una alucinación.
Tercera llamada, las luces de la sala se apagan y antes de que la pupila pueda ajustarse para reconocer siquiera alguna sombra los golpes secos de un tambor, huéhuetl para mayores señas, preludian la entrada de la primera luz. Pronto, a la primera voz se le suma una segunda del otro extremo del escenario, unas sonajas –quizás omichicahuaz– y un par de teponaztles; es entonces cuando nuestro personaje aparece por fondo derecha nuestra, la del espectador, con un caminar pausado pero intranquilo. Una melodía presumiblemente del siglo 16 ó 17 que encaja rítmicamente en los compases marcados por los instrumentos prehispánicos completa la obertura mientras él avanza por centro hasta proscenio… se detiene… el volumen, y quizás el pulso, aumentan… nos mira. El ruido de un vidrio que se rompe con estridencia nos hace saltar de los asientos, él se ha llevado las manos al rostro como si hubiera recibido un golpe y no hemos entendido bien a bien qué es lo que pasa cuando ya danzan ante nuestros ojos una quíntupla de trastos grises como piedras. Arranca el delirio.
“En 1953 —escribe José Ramón Enríquez— se estrenó la tragedia más importante del teatro mexicano: Moctezuma II […] Y —agrega— [su] discurso nodal no sólo es vigente, sino que debería estar en el centro del debate nacional [pues] Magaña —dice Enríquez en entrevista con Carlos Paul (La Jornada, 23/09/03)— refleja nuestra historia. Una historia de traiciones, saqueos, caciquismos y venganzas personales, es decir, de violencia.

“De cara al siglo 21 podemos ver cómo a lo largo de las distintas revoluciones, movimientos sociales y políticos siempre ha sido el objetivo acabar con el otro, sin una idea de patria o nación […] No sólo somos hijos de la chingada —como apuntara Octavio Paz—, sino también fraticidas. Seguimos matándonos unos a otros como una forma nacional de ocupar el poder a partir de cacicazgos y mafias, ya sean políticas, sociales o religiosas. Ejemplo actual de ello son las pugnas internas de partidos como el PRI y el PRD o la intolerancia del PAN. Nuestra estructura nacional es una estructura caciquil, ése es nuestro gran problema”.

Sergio Magaña plantea además algo que José Ramón Enríquez, dramaturgo y director de la puesta en escena, llama la violencia de la debilidad. “Con el ejemplo suave de nuestro señor Moctezuma, nuestros guerreros se hacen cada vez más débiles”, acusa un Cuauhtémoc enfrentado por Magaña y Enríquez contra Tetlepanquétzal, el mismo que será asesinado a su lado colgado del mismo árbol por órdenes de Cortés tras la caída de México-Tenochtitlan. Luego, escenas adelante, el Ministro, representación del cihuacóatl mexica y antagónico de Moctezuma, le cuestionará al tlatoani ¿qué le ha transformado?, “vas de pena en pena manifestando siempre debilidad”, para que éste conteste y nos defina: “linda palabra… y la darás a ellos —el público— para que me juzguen. No sabes cuánto daño habrá de causarme. Tanto más cruel porque exactamente no me califica. Yo no me siento débil; pero entiendo que este pueblo nuestro sí lo es. Sus odios, sus riñas, sus violencias… Yo lo conozco, y presiento a veces con espanto a dónde me conducirá”.

En Moctezuma II, Magaña sitúa al quizás más grande de los tlaloque mexicas en la víspera de su encuentro con Hernán Cortés, pero lejos de presentarnos a un Moctezuma pusilánime y supersticioso como el que puebla en los libros de la historia oficial, nos pone de frente a un hombre sensitivo que apuesta por la belleza y la inteligencia. “Lo importante —dice Enriquez a Paul— no es la historicidad de los hechos, sino el aliento de este encuentro. Para el emperador azteca los españoles no son dioses [y] no acepta ninguno de los presagios [en ese sentido]”. Para ello, José Ramón, junto con los otros textos que sin ser de Magaña integra en la dramaturgia (Cartas de relación, de Cortés; Verdadera historia de la conquista de la Nueva España, de Bernal; Alegraos, de Nezahualcóyotl), incluye una escena con un personaje de su creación, La Mixteca, quien viene a ser la esclava favorita de Moctezuma, debido a su extraordinaria belleza: “Mixteca sola valía mucho más que todas las joyas que la acompañaban”, diría el tlatoani al cihuacóatl, confiado en que Cortés sabría apreciar su hermosura y mostrarse agradecido con Mixteca como regalo: “Le envíe esos ojos enamorados y esa cara bellísima que todavía me conmueve en el recuerdo… Su belleza… dolía”. Sin embargo, Mixteca regresa de Cortés y esta vez no vemos su rostro. Por la tela que a modo de pañuelo Moctezuma sostiene en su nariz adivinamos ahora que ella huele mal, apesta como carne putrefacta: “Sólo un dios vengativo —concluirá el Ministro— pudo ser capaz de poner esta masa de pus y gusanos en la hermosura de tu Mixteca. Y a su arma de tortura la llama viruela”.

Evidentemente, Moctezuma II, fragmentos de la tragedia de Sergio Magaña, incomodará a más de un historiador, sea cual sea su inclinación: la historia oficial o la que prefieren contar quienes desde movimientos nacionalistas han revisitado la vida de Motecuhzoma Xocoyotzin vindicándolo. El discurso de Magaña, retomado por Enríquez y encarnado en las tablas por un reparto de diez jóvenes actores y actrices que cursan la carrera de actuación en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM, es también el de la tolerancia, el del respeto a la diferencia.

Tres son las posturas ante la llegada de los extranjeros, “blancos poderosos”: la del Ministro, quien sostiene que sólo mediante sacrificios a los dioses mexicas podrán ser enfrentados los dioses blancos; la de la casta militar, representada por Cuauhtémoc y el Caballero Tigre, quienes aseguran que el camino para derrotar a los malinches es el de la guerra, y la de Moctezuma, a quien lo que preocupa es la traición de personas como Ixtlilxóchitl y el propio Caballero Tigre y no la llegada de los españoles, pues prefiere verlos como amigos.

¿No hay ingenuidad en eso? —preguntaba una reportera de la fuente en la conferencia de prensa convocada previa al estreno—. No —responde Ammel Rodrigo, quien interpreta a Moctezuma— lo que hay es la sensibilidad de alguien que mira las cosas con otros ojos y que por eso mismo es capaz de tener compasión por el otro, el diferente; alguien que estuvo fuera de su tiempo, y, lamentablemente para nosotros, aún del nuestro. Esa dialéctica queda de manifiesto en la escena donde golpea a sus bufones contrahechos. Para el Ministro, “sagrado debiera ser este látigo por el que tus manos han ejecutado tu deseo [Moctezuma], y sagrado tu pensamiento que se manifiesta con violencia. Los actos del señor son siempre justos”. En cambio, Moctezuma lo sentirá toda su vida. “Tú [Ministro], otros, ejecutaban mis órdenes, pero ahora yo mismo levanté la mano y es como si la hubiese levantado contra mí mismo”. Si no somos capaces de compadecernos del otro, del débil, no seremos capaces de compadecernos de nada ni de nadie —concluye Rodrigo.

“Con este trabajo —explica José Ramón—, hemos querido conmemorar los cincuenta años de la obra magna así como enfrentar en nuestro hoy la contundencia de su visión profética. Ni en la historia real ni en el texto de Magaña se detuvo Cortés, pero la tragedia mexicana va más allá de ese episodio: se hunde en nuestra nunca asumida debilidad.

Ante la pregunta expresa de ¿por qué no se montó Moctezuma II completo y a qué se debía que se intercalarán textos de Bernal Díaz del Castillo y de Hernán Cortés? Enríquez reconoce que “el montaje completo superaba nuestras posibilidades y me vi obligado a tejer una dramaturgia con fragmentos. Aunque pretendí no traicionar el espíritu, rompí las unidades aristotélicas que Sergio Magaña quiso respetar. [Sin embargo] a medida que hemos venido trabajando, ha aumentado mi impresión de que la nuez de la tragedia ha quedado más amarga cuanto más reconcentrada”. La incorporación de los textos de los invasores responde a lo mismo, se recurre a ellos “para subrayar las riquezas que acompañan al emperador, a las cuales debimos renunciar en escena”. Es de una fuerza tremenda escuchar a un Bernal que describe la gran ciudad de México sin saber si lo que mira es realidad o es sueño, sobre todo si tomamos en cuenta la porquería en lo que la hemos convertido; y lo mismo sucede con Cortés, que se atreve a decirle nada menos que a Carlos V, su rey, el emperador en cuyo reino no se ponía el sol, que la talla de Moctezuma como soberano era tal “que nunca príncipe del mundo (ni tú —enfatiza José Ramón—) lo fue más”. Ojalá —completa desde el programa de mano— que no sólo sirva para la puesta de verificación de sus actores, sino para ser gustada con todo su dolor, sobre todo por los jóvenes de nuestra Universidad actual.

Moctezuma II, fragmentos de la tragedia de Sergio Magaña. Dramaturgia y puesta en escena: José Ramón Enríquez; Movimiento escénico y asistencia de dirección: Antonio Rojas; Escenografía e iluminación: Francisco Álvarez; Asesoría vocal: Carmen Mastache; Diseño Sonoro: Mauricio García Lozano; Diseño y realización de vestuario: Alicia Lara; Tema original de Tacuba y Tecuixpo (guitarra y flauta): Carlos Cruz. Funciones: Viernes, 20 horas; Sábados, 19 horas y Domingos, 18 horas. Foro del Centro Universitario de Teatro (atrás de la Sala Nezahualcóyotl). Centro Cultural Universitario, Insurgentes Sur 3000.

[www.geocities.com/redactuar]

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