FirmasY no es coña

Momentos inciertos de felicidad

No sirve de mucho estar siempre en estado de fingido enfado. La vida es eso que sucede mientras miramos una colección de fotos o recordamos un pastel de carne que una vez hicimos para festejar un cumpleaños junto a alguien que hace muy poco se fue hacia su destino final. Cabrearse por lo que ya fue o por lo que no fue apenas sirve para la poesía social, las canciones románticas o los espectáculos encadenados a la autocomplacencia también llamados de autoficción.

Lo de ayer no lo puedo cambiar, lo de mañana no tengo ni idea qué será, si acaso puedo intervenir de un manera irremediable en el hoy y ahora, aunque sea apoyándome en todo lo acumulado, por eso me adentro en túneles de la risa o del escepticismo crónico porque me inundan las dudas razonables y las tendenciosas. ¿Se usan los clásicos como influencia, inspiración o percha donde colgarse para interesar al mercado? Abogo, de manera absoluta, por la inspiración en asuntos previos para hacer una nueva creación, sea literaria o escénica, sea a favor o para contradecir los asuntos troncales de esa versión o adaptación, empiezo a no soportar la inanidad, la fragmentación, el cambiar episodios por un aparente capricho o una insuficiencia intelectual. Me parece una impostura grave. Y debo confesar que debido a mi sensibilidad racionalista llevo décadas viendo cómo se presentan adaptaciones o versiones “fakes” que se canonizan a base de subvenciones, premios y loas desmesuradas. Es una charca que en ocasiones está llena de batracios, culebrillas y no es recomendable bañarse en ella.

No quisiera señalar a nadie, porque es un pecado muy extendido, se trata de una suerte de vagancia aceptada, un timo a la esencia que nada más sienten sus efectos un pequeño círculo de iniciados en una pureza inexistente. La historia universal de la literatura dramática es un excelente muestrario de relecturas de mitos, leyendas, narraciones de tiempos clásicos. No es un invento actual, la diferencia está en la calidad intrínseca del tratamiento formal, estructural, estético y de fondo de los asuntos abordados. No importa tanto la fidelidad, como la calidad de su acercamiento, desde donde se parte y a dónde se llega. Yo veo adaptaciones que no lo son, se trata de un timo para cobrar derechos de autor; en otras ocasiones noto que lo que importa es poner en el cartel el nombre de un autor consagrado y hasta de una obra universalmente conocida para hacer luego lo que le apetece al creador o equipo de creadoras, en este caso pienso que es una utilización indecente, que seguramente tienen talento para hacer algo nuevo, pero que metidos en la mercantilización, en atender al mercado inexistente, se colocan en un ocaso general.

Insisto en que en tiempos que se anuncia, creo que, de manera un poco exagerada, como de gran auge de dramaturgas y dramaturgos emergentes, produce un suerte de salpullido el ver la cantidad de adaptaciones de textos clásicos o de narraciones y novelas, actuales o remotas. Es una de esas contradicciones flagrantes. Al igual que pasar de ignorar a la dramaturgia española del siglo pasado a ser lo único que parece llamar la atención a los programadores y responsables institucionales.

Por eso uno debe agarrarse a esos efímeros momentos de felicidad teatral que vive de vez en cuando. Y esta semana pasada me llegaron por activa y por pasiva. La pasiva fue ver en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares la obra “Al pie del Támesis” escrita por Mario Vargas Llosa, a cargo del grupo de Miami, Teatro Avante, con dirección de Mario Ernesto Sánchez, obra que vi en su primera versión hace unos cuantos años y en esta que se estrenó en 2023 y vi en su primera función, que viene cargada de emociones más allá de toda concepción teórica. El director murió hace apenas unas semanas. A los poco días murió el autor. Estas actuaciones en Alcalá fueron las primeras tras esa ausencia. Lo que sucedió antes, durante y después, es inenarrable. Forma parte de una idea del teatro que no se puede codificar. Presencié la segunda función, de cerca, en un espacio más acogedor y todo cambió en mi percepción, la manera de hablar de los actores me traía ecos de su director, y charlar con el equipo técnico fue catártico. La función fue muy bien acogida por el público que nada sabía del interior de esas cabecitas y corazones de quienes interpretaban la obra. Un homenaje genuino.

Pero días antes había visto “A fuego”, un unipersonal de esos que uno puede calificar como extraordinario por muchos motivos, quizás el más importante sea por el descaro, la presencia del actor que es a su vez el autor, y comparte la dirección con Emma Arquillué, por el juego metateatral o dicho en palabras de Lluís Pasqual, la inteligencia teatral de Pablo Macho, en una propuesta desbordante en matices, calidades, contenidos, ironía desapego y amor incondicional. Va a estar esta semana todavía en La Abadía, ya ha tenido dos temporada en Barcelona llenando la Villarroel. Merece la pena. Este personaje pirómano es ejemplarizante. Es uno y trino. Tiene valor añadido teatral, filosófica y políticamente.


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