El Chivato

Muchas dudas sobre el futuro del Teatro Cervantes

SE CORTO EL DIALOGO ENTRE LAS AUTORIDADES DEL GOBIERNO Y EL DIRECTOR DEL TEATRO CERVANTES. Fue un año de recortes, acusaciones, proyectos secretos y anuncios a medias: el director del teatro ya sabe que no le renovarán el contrato. El Gobierno dice que no habrá despidos.Es el único teatro oficial de la Nación. Cumplió ochenta años en setiembre. El Teatro Cervantes está, una vez, más en una encrucijada. Los últimos recortes de un presupuesto algo delgado de nacimiento lo llevaron al borde del cierre. En tantos años de existencia conoció el éxito, supo lo que era tener las puertas cerradas por cuestiones políticas o burocráticas y sufrió las consecuencias del fuego sobre su escenario.
Cada director general, al llegar al despacho, creyó tener en su manos la solución. Cada ejercicio político, en cambio, vivió este teatro como una incomodidad o un problema. En muy pocos períodos conoció la calma y los tiempos que se avecinan se dibujan más como un abismo que como un horizonte.
Es diciembre y Raúl Brambilla, actor y director de teatro cordobés, director general del Cervantes ya sabe que no le será renovado el contrato, que vence el 31 de este mes. Para Brambilla, el posible cierre del teatro —no de su administración, sí de la producción— se da por la falta de cumplimiento de los compromisos acordados. (Ver Sin los fondos…) Hasta ayer, los 117 empleados estables del teatro no habían cobrado. Entre los empleados de planta transitoria y los contratados suman más de la mitad. Ellos, además de la angustia del mes, mastican la incertidumbre del futuro.
Consultado por Clarín, el secretario de Cultura de la Nación, Darío Lopérfido, se hizo cargo de los temores de los empleados del teatro. «Yo les mandé a decir por Oscar Ferrigno, el presidente de la Asociación Argentina de Actores, que se quedaran tranquilos, que los puestos van a ser respetados y que no va a haber despidos».
En una primera lectura, la frase suena apaciguadora. En una segunda, plantea una duda: ¿por qué Lopérfido no habló directamente con la gente del teatro? El 23 de setiembre, con el ajuste del déficit cero pisándole los talones, el secretario Lopérfido hizo declaraciones al diario La Capital de Rosario, a propósito de las diferencias de presupuesto de Cultura entre Buenos Aires y el resto del país, ya que la Capital se lleva el 85% del total. Entre otras cosas dijo: «Es una locura que haya que gastar tanta plata, por ejemplo, en el Cervantes, cuando a cuatro cuadras están los mejores teatros del país». Traducción: a cuatro cuadras están el Colón y el San Martín, teatros que pertenecen a la órbita de la secretaría de Cultura porteña.
Las reacciones de la comunidad cultural fueron de furia, enojo e impotencia. Hubo diversas manifestaciones —abrazos simbólicos al edificio, el teatro en la calle, acusaciones cruzadas en los medios— y las aclaraciones de Lopérfido no alcanzaron para calmar los espíritus dolidos.
A pocos días de las declaraciones, llegaron los recortes de un 84% para la última parte del año. En el Cervantes, su director dijo que estaban «ante la disyuntiva de pagar los sueldos o los servicios». Adentro del Cervantes, creyeron entender que la frase de Rosario no había sido casual. En el teatro levantaron proyectos y puestas. Los fantasmas de cierre, o de cierre encubierto (utilización del espacio para producciones de afuera, cese del centro de producción interno) resurgieron con fuerza. El diálogo entre el secretario y Raúl Brambilla se cortó y muchos afilaron el lápiz con datos y cifras para tenerlas a mano.
El presupuesto de este año del Cervantes fue de 3.450.000 pesos. El presupuesto del Colón fue de 48 millones y el del Complejo Teatral de Buenos Aires (incluye el San Martín, el Alvear, el Sarmiento, el Regio y el de la Ribera), de 25 millones.
La incidencia del presupuesto del Cervantes en el presupuesto total de Cultura (que es bajísimo también) es apenas del 2,8%. La comparación con el Colón o el San Martín sólo se sostiene en cuanto a que se trata de centros de producción, con talleres propios, pero se cae con sólo verificar las cifras de partidas y de empleados.
El Cervantes tuvo que arreglarse con 700 mil pesos para la producción de todo el año. La programación sobrevivió con coproducciones (con compañías venezolanas, españolas y otras) y ofreció teatro para adultos, para niños, actuaron compañías del interior, hubo una programación de extensión cultural con charlas, seminarios y reportajes públicos y un ciclo de cine.
El Cervantes es un monumento histórico. Esto significa, entre otras cosas, que el Estado debe hacerse cargo de su atención y restauración. Brambilla habilitó un departamento de Patrimonio, a cargo de la arquitecta Salomé Rosenthal, quien trabajó en conjunto con la Dirección Nacional de Arquitectura, la Dirección de Patrimonio y la Comisión de Monumentos y Lugares Históricos. Todos ellos, más representantes de Asuntos Culturales de Cancillería, se reunieron en el teatro en mayo del año pasado con empresarios y funcionarios de Cultura y Cooperación españoles.
Los españoles querían dar su aporte en trabajo y dinero a las tareas de restauración. El proyecto no prosperó. Fuentes del gobierno dicen que Brambilla no entregó el proyecto pedido por los españoles. Desde el Cervantes aseguran que hubo gente que trabajó en el proyecto y a la que no se le pagó un peso. Conclusión: se guardaron el proyecto y jamás llegó a manos de los españoles.
Hay más cruces. Cerca del secretario Lopérfido, algunos opinan —y de hecho hay proyectos a los que accedió Clarín que prueban esto— que en el Cervantes se puede hacer más en estos tiempos de crisis; que el edificio podría albergar una suerte de centro cultural enorme o de teatro «todo terreno» para dar cabida a todos los géneros artísticos: además de teatro, brindar espectáculos de música, danza y ópera. Para esto, sólo habría que capitalizar algo que existe: la orquesta de música argentina Juan de Dios Filiberto, la Sinfónica y los coros nacionales ensayan en el edificio de Córdoba y Libertad, de modo que el tema sería terminar con los «préstamos» y definir el Cervantes como el escenario natural de los elencos nacionales.
En el teatro el clima no es diferente al del resto del país, con cabezas bajas de preocupación y rostros apagados. En el edificio creado por Mario Roberto Alvarez a fines de los 60, funcionan las oficinas y los talleres. Alguien lleva unas carpetas de un piso a otro, un escenógrafo recorta despacito una tela; tres modistas hacen arreglos a algunas prendas. Es poca gente la que hace todo y hay miedo de que vayan a ser menos. Si se deja de producir —sospechan con razón— nadie los va a necesitar.
Palabras encadenadas, del catalán Jordi Galcerán, se da en la sala María Guerrero, la más grande. Ahora, cuando baje de cartel, vendrá el receso de verano. Desde el escenario, mirando por sobre la platea en sombras, es imposible imaginar esa sala oscura para siempre. Esos terciopelos, esas boisseries, esos palcos, ese Paraíso. Arriba, la gente de la Asociación de Amigos del Cervantes brinda con una copita de champán en la sala de reuniones Orestes Caviglia. Hace años que ellos también hacen números. Pero ahora no cierran.
«Sin los fondos, no se puede seguir: hay que bajar el telón»
No fue fácil convencer a Raúl Brambilla para que hable. Son días de tensión y por segunda vez en pocas semanas Hernán Lombardi, ministro de Turismo, Cultura y Deportes le suspendió una reunión. Se entiende, el país está en llamas. Pero Brambilla también entiende que la única herramienta para salir de la crisis es el diálogo, algo que —dice— no consiguió en los casi dos años de gestión.
Dice que tiene una programación, que tiene ideas para invitar a los particulares a participar de la restauración del teatro, pero que ahora no puede decir nada de todo esto, porque no sabe que ocurrirá con su gestión. O sí. Habla en pasado de su trabajo: ya le han dicho desde las oficinas de Cultura que su contrato no será renovado. Por eso espera reunirse con Lombardi, para confirmar ese anuncio susurrado.
Dice que estos dos años fueron «aprendizaje y pesadilla» y habla de «orgullo y desafío», como los sentimientos que lo llevaron a asumir. Hace un balance positivo de lo hecho en programación. «Me propuse acentuar la producción nacional e iberoamericana, y lo hicimos.». También está satisfecho con lo que se produjo para el mantenimiento edilicio y en favor del patrimonio. Aire acondicionado, pantallas gigantes, arreglos de techos. Camarines, butacas, recuperación de colores originales. La restauración del Salón Dorado, por ejemplo, se interrumpió por los recortes.
Dice que siempre pensó el Cervantes como un «Parque temático». Enumera: página web, la revista Cervantes abierta, programas de extensión cultural. Le gusta enfatizar que «la cultura no es abstracta, es gente» y apunta todo el tiempo «la necesidad excluyente» de preservar el Cervantes como centro de producción, «lo que no quita que en momentos de crisis se pueda financiar las producciones con coparticipaciones, como hicimos este tiempo».
—¿Sería posible trabajar con un presupuesto más chico que el de este año?
—De hecho, la programación que preparamos está pensada en esos términos . Insisto, lo que no puede perderse es el concepto de centro de producción. Nadie ignora esta crisis. Pero ahora, más que nunca, hay que pensar en mantener, y no en desmantelar, el centro de producción.
—¿El Cervantes puede cerrar?
—Nadie me lo dijo. Lo que sucede es que si uno tiene una planificación, compromisos legales asumidos, contratos; si uno comprometió fondos que están dentro del presupuesto y esos fondos no llegan y uno no cumple, evidentemente no se puede seguir: hay que bajar el telón.
—¿En que estado están sus relaciones con el secretario Lopérfido? —Yo no entendí sus declaraciones de setiembre en Rosario y se lo hice saber. En un intercambio de notas También le di a conocer mi necesidad de diálogo. Pero yo no soy el que tiene que convocar a las reuniones. Yo sé que se molestó, pero yo también me sentí muy dolido.
—¿Puede haber cambios?
—Yo recibí el llamado de alguien de la Secretaría que me anunció que el secretario no iba a renovar mi contrato. Si esa es su decisión, la acepto. Estoy tranquilo, hice la mejor gestión que pude en estos años de crisis.

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