Un cerebro compartido

Necesitamos experimentar, no aprender

No hace mucho tuve la suerte de asistir a la última producción de uno de los grandes directores de escena europeos en activo pese a ser ya octogenario. Kristian Lupa, heredero directo de Grotowski y Kantor no deja indiferente. Nos presentó su último trabajo Imagine, una producción de cinco horas (con descanso) en línea con otros trabajos, recuérdese The Trial de siete horas de duración o Heldenplatz de cuatro. En esta ocasión nos hace retroceder al mundo de la contracultura, de la New Age, “a los tiempos de la identidad y la revolución cultural” como él dice, y lo hace, entre otras cosas, de la mano de un Lennon convertido en dios pregonando una sociedad sin guerras, sin odios y sin religión.

Como tema, es tan válido como cualquiera. A mí me resulta poco interesante, pero es Lupa y además hace tiempo que no voy al teatro para que me cuenten cosas sino a experimentar sensaciones. Permítaseme la licencia: el teatro así visto es más un porro que un piti. Bien, y ¿qué experimenté? Pues la primera parte aburrimiento porque quisieron contarme cosas desde un ángulo conocido y convencional, y la segunda, una especie de dependencia, en parte generada por la pérdida de sensación del tiempo y el espacio que me empujó a una cesión de mi voluntad sometida a los vaivenes de una producción extrema en sus formas y algo pretenciosa en su planteamiento. Sobra decir que es una opinión subjetiva. Primero se prueba, y si no funciona se descarta y, bajo mi punto de vista, se ha descartado menos de lo que se debería haber hecho, es más, me atrevería a decir que cerca de la mitad es humo, o al menos no cuaja en la recepción, pero claro, yo no soy Lupa y que me perdonen los que no piensan como yo. En el lado positivo, este trabajo ha conseguido algo que pocos hacen, por momentos me ha convertido en un espectador activo, en uno intranquilo con más preguntas que respuestas. En esto ha triunfado, pero también, repito, consiguió que casi me durmiese en la primera parte en una propuesta que se sustenta en una pasividad narrativa de tal calado que me hizo plantearle el irme en el descanso. Muchos lo hicieron y se perdieron la segunda parte donde la figura del espectador se respeta más.

Lupa habla de los «contenedores de odio y muchas veces la identidad nacional así percibida: no sería polaco si no odiara a mi hermano y, si me quitan esto, no sé bien qué es ser polaco». Dice muchas más cosas, pero el recurso escénico que utiliza para contarlo que es el que me interesa estudiar, es agridulce. Para empezar, mi cerebro en el proceso de la información se apaga cuando la dramaturgia está en polaco y es transmitida desde algo tan común como una agrupación de actores sentados alrededor de una mesa. Esa pasividad si está buscada no se hace pensando en el espectador teatral sino en el intelectual que desde la butaca lee (o si sabe polaco escucha) un discurso algo complicado de entender y lejano por cultura y tiempo transcurrido.

Ojo, el teatro también lo es para quienes buscan que sea igual a dramaturgia narrativa, pero a mí no me vale. Sabemos que no existe un cerebro racional y otro pasional. Todo el volumen cerebral se dispara en la recepción de un evento, pero en este Imagine, permanece apagado mucho tiempo porque no procesa la construcción de personajes, comprende la proyección de sus pensamientos y, por mucho que los intérpretes hayan puesto todos sus recursos cognitivos y emocionales en la construcción, el resultado es gris. Repito, hablo en primera persona y de la primera parte.

En general, creo que no se debería explicar al espectador lo que les pasa a los personajes, estos no deberían conjugar el verbo explicar y si trabajar verbos transitivos, en los que hay actividad, en los que se transfiere algo de un agente a un paciente, o sea, favorecen el vínculo y la acción, no el vínculo vía el discurso. El espectador debe tener los elementos necesarios para que se construya su propia obra de teatro, si no, no deja de ser una lectura dramatizada. Si los intérpretes trabajan para que el espectador entienda lo que les pasa, disparan la actividad del neocórtex del espectador y eso no es suficiente en el teatro. Necesitamos sacudirnos desde la butaca, necesitamos experimentar, no aprender vía discursos porque, como postula el constructivismo, es en el proceso de la experimentación donde se nos abre el camino al aprendizaje. De esto último está sobrada la segunda parte de Imagine, así que, como dije, la obra no deja indiferente, estaría bueno, hablamos del señor Lupa.

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