Críticas de espectáculos

OBS – La Fura dels Baus

Debajo del ruido
Depende del color de las gafas que te prestan, pero como casi siempre, en la línea de trabajo de La Fura, más “furera”, uno se pregunta si existe algo debajo del ruido, si a estos espectáculos de ingeniería metálica, motorizada, de iluminación y sonido se les puede considerar como asuntos teatrales, por mucha nómina que se coloque con guiones, dramaturgias y textos. Y la pregunta es un impulso que se debe canalizar para no contestar a bote pronto, ya que las impresiones que producen estos conglomerados de elementos son muy primarias y podríamos llegar a una conclusión poco clarificadora. Los que tenemos la suerte de haber sido contemporáneos de este grupo desde su primera aparición, nos alucina que una fórmula se pueda utilizar tantas veces, con diferentes pretextos y que siempre se convierta en lo mismo, en una sombra, en un griterío, en una situación de pánico reiterada. Los elementos técnicos son la dramaturgia, es decir, no hay más mensaje que el sudor y el movimiento, los actores se emplean físicamente, pero se puede dudar de la existencia de un canon interpretativo más allá que dos gestos, unas caras muy afectados y unos gruñidos. Es decir, desde el primer día que se encontraron con esta mina no han parado de repetirse, repetirse y repetirse. Pero les funciona, han calado hondo en unos sectores sociales, nada desfavorecidos, que les gusta sentirse maltratados por estos supuestos artistas pagando una localidad. Ese es su valor sociológico, aunque cuesta ver algo más. ¿Parodia de los concursos de la tele? ¿La caverna de Platón es la referencia para este trabajo? No, la referencia para este trabajo de la Fura y de la mayoría de ellos, es un equipo de marketing impresionante. No se sabe si hacen más publicidad en estos trabajos que cuando anuncian una marca de automóviles, no hay diferencias en los lenguajes, ni en los menajes, suponiendo, que es mucho suponer que exista algún mensaje más allá de un sospechoso nihilismo que podríamos, como ya lo hicimos hace unas décadas, emparentar con alguna ideología totalitaria. Lo que no cuestionable es la capacidad para mover especialmente sus elementos, para crear ambientes de tensión, par envolver a los espectadores entre ejércitos de porteadores de móviles. Es en el plano técnico donde no hay fuga, todo está medido, sí que se nota que alguien ha pensado los movimientos y que alguien ha diseñado los aparatos. El resto es anecdótico. La historia que cuentan es un hilo conductor muy tenue que sirve para la exhibición tecnológica. Y metido entre tanto ruido, con textos no inteligibles, gritos y empujones provocadores fuera de toda lógica artística, el espíritu se encoje, se pierde uno entre las quejas sordas de algunos espectadores que no se atreven a repeler agresiones verdaderamente fuera de tono, hasta que encontramos las clave de este nuevo montaje: la sangre de guardarropía, los litros de tinte colorado, que nos sitúa ante una primera impresión: es tan ridículo, tan patético, que puede ser que no entendamos el sentido del humor de esta parodia. U otra, que nos retrata: quizás cuando empezaron se hubieran planteado comerse los corazones de los actores de verdad. Otra cosa hubiera sido la historia del teatro en la segunda parte del siglo XX. Un producto más de La Fura S.A., un nuevo producto de consumo, muy bien arropado, teatralmente insulso, un espectáculo, casi como unos fuegos artificiales, o un descenso por aguas vivas. Se presenta como teatro en un polideportivo, y es indudable que es un espectáculo parateatral. Pero que ya no nos interesa. Lo sabemos todo, hasta el momento que nos pondrá la bomba en la oreja, o cuando nos vendrá un actor con los ojos enrojecidos a molestarnos, a agredirnos. Un día deberíamos devolver la agresión. O jugamos todos, o rompemos la baraja.

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