Críticas de espectáculos

Óscar o la felicidad de existir / Eric Emmanuel Schmit / Juan Carlos Pérez de la Fuente

Tic, tac, tic, tac…  Despedirse de la vida jugando

Juan Carlos Pérez de la Fuente echaba de menos al teatro. Por fin, tras dos años de ausencia, está de vuelta al escenario del Teatro Arapiles con Óscar o la felicidad de existir de Eric Emmanuel Schmitt, dramaturgo, novelista y filósofo francés. Una obra luminosa y un espectáculo imprescindible. Un monólogo a varias voces, un desafío para la gran actriz Yolanda Ulloa que interpreta magistralmente 11 personajes. La obra hace preguntas esenciales sobre el sentido de la vida: ¿cómo encontrar el sentido de lo que no tiene sentido, es decir, la muerte? ¿qué significa la felicidad ante la muerte que no es abstracta sino concreta y cada día más presente? ¿la renuncia ? ¿el consuelo? ¿ la esperanza en la ayuda de Dios ? ¿Pero y si Él no existe?

Son unas de algunas de las preguntas a las que se enfrenta Óscar, el niño de 10 años, enfermo incurable, sabiendo que le quedan sólo algunos días de vida.

En sus 12 últimos días está acompañado por Mami Rosa, una voluntaria que le ayuda, a través de la relación de ternura, amistad y amor que nace entre ambos, a superar la tristeza y el miedo ante la enfermedad y la muerte.

Para Eric Emmanuel Schmitt, este es el mensaje de su obra, la felicidad no consiste en ignorar el sufrimiento sino en integrarlo, en no dejarse destruir, haciendo más intensa la vida que queda y del cotidiano una aventura.

Es preciso recordar algunos hechos biográficos de la vida de Eric Emmanuel Schmitt determinantes para su pensamiento, su actitud hacia la vida y la muerte y su obra.

De niño el dramaturgo descubrió el mundo del sufrimiento, de la enfermedad y de la muerte en los hospitales, acompañando a su padre que atendía a los niños como fisioterapeuta.

También en su infancia, experimentó en sí mismo una enfermedad mortal.

En 1989 vivió en el desierto del Sahara una experiencia mística que cambio el curso de su vida y de su trayectoria de escritor.

En una serie de obras Schmitt aborda las grandes fuentes de la espiritualidad humana.

Óscar o la felicidad de existir forma parte de su «Trilogía de lo invisible» en la que, a través de la mirada de un niño y desde religiones diferentes: el budismo, el sufismo y el cristianismo, trata los temas esenciales: la vida, el amor, el sufrimiento y la muerte.

Entre Óscar, 10 años, enfermo de leucemia, incurable, y Rosa, la voluntaria que le visita en el hospital durante los 12 últimos días de su vida, nace una relación de amor y amistad en la que los dos, superando el miedo, abordan con lucidez y serenidad las cuestiones que nosotros, adultos, huimos o las esquivamos con el silencio.

Cuando se habla de la muerte cambian de conversación dice Oscar.

Ni Óscar ni Rosa se engañan, no huyen de la realidad irrevocable de la muerte. Al contrario inventan la vida, una vida soñada a través de un juego y de la imaginación.

Según un cuento, durante los 12 últimos días del año, un día equivale a 10 años de vida. De esta forma, Óscar va a atravesar diferentes periodos de su vida, muy larga, de 120 años, desde su infancia, la juventud, su casamiento con Peggy Blue, hasta la vejez y la muerte. Las décadas respectivas van desgranando como la crónica de una vida  imaginaria.

Los tres protagonistas fundamentales que marcan todo el transcurso de la historia de Oscar contada por Rosa, son el Dios y el tiempo, a la vez, real y ficticio y la palabra.

Nada de místico, ni en la obra ni en el espectáculo.

El Dios a quien Óscar dirige sus cartas es un Dios probable (por si acaso existiera), una especie de instancia suprema muda, que escucha pero no responde, no cumple los deseos como Papa Noel, en resumen, un dios terapeuta.

La magia y el poder de la palabra, cual aliento, señal de vida, que crea un mundo imaginario.

Alrededor de Óscar, sus padres y los de Peggy Blue, niños enfermos, sus amigos, el médico, las enfermeras y Mami Rosa que interpreta todos los personajes, desplazándose en el espacio, sin intentar encarnarlos.

En el estreno parisino de la obra Rosa, interpretada por una gran actriz muy mayor, Danielle Darrieux parecía una abuela. Lo mismo ocurrió en otros estrenos franceses de la obra. La elección de Yolanda Ulloa como intérprete es mucho más adecuada para la obra. Rosa que parece aquí mas una camarada mayor de Oscar, cómplice de sus juegos, se mueve ágilmente en un universo poblado de los protagonistas de la historia de Óscar que ha vivido con él.

Juan Carlos Pérez de la Fuente, en su puesta en escena y su concepción del espacio, saca la obra de realismo. El hospital, espacio de la vida de Oscar, transgredido por la imaginación, es un espacio mental.

En el escenario despojado : una tarima de madera en el suelo, a los dos lados del escenario tableros blancos un poco inclinados por donde, en un momento, a la izquierda, aparece un crucifijo evocando una capilla, y a la derecha luces que evocan un árbol de navidad.

En el fondo tableros de madera con números que indican los días. En el suelo cajas de madera desplazadas por Rosa, figurando diferentes lugares. Asimismo en el fondo, como un recuerdo de Óscar, su chaqueta colgada en la percha.

Al inicio del espectáculo, con una música que evoca la infancia, Rosa con pantalón, blusa y gorro, llega al escenario desde el patio de butacas, como si penetrara en el mundo de su memoria, y al final sale del escenario por el mismo camino.

La dramaturgia escénica avanza al compás de las cartas de Óscar a Dios, leídas e interpretadas por Rosa. La primera, inspirada por Rosa y la última, la de Rosa en la que da gracias a Dios por haberle permitido conocer y querer a Óscar.

A través de las cartas y las situaciones que estas relatan, trazadas por Yolanda Ulloa con gran economía de mímica y gestos, aparecen diferentes estados de ánimo de Oscar, sus sentimientos contradictorios, sus dudas: ¿ De qué sirve sufrir ? se pregunta.

Consciente del poco tiempo que le queda habla del miedo a la muerte «La muerte algo desconocido, ¿pero qué es lo desconocido?, No tengo miedo de lo desconocido»

«La enfermedad forma parte de la vida, no es un castigo» dice.

Con una conciencia más aguda de lo que pasa, de lo que se dice y no se dice, Oscar habla del silencio del médico, impotente ante su incurable enfermedad, de la cobardía de sus padres que no se atreven a abordar el tabú de la muerte.

Con humor cuenta algunos acontecimientos de su vida en el hospital, historias de sus amigos enfermos, se burla de las enfermeras, revisa los episodios de su vida imaginaria: su amor y su casamiento con Peggy, su soledad cuando ella, curada, se va, etc.

Yolanda Ulloa, intérprete virtuosa, no solo hace aparecer mágicamente, con un solo gesto, inclinación de la voz o cambio de tono los personajes, sino que además destaca en el texto su substancia musical.

Como el leitmotiv, las alusiones a dormir, despertarse, a empezar otro día, al sueño, recorren el espectáculo que acaba con una nota dejada por Óscar «solo Dios tiene derecho a despertarme».

Juan Carlos Pérez de la Fuente, con su entendimiento profundo de la obra, su absoluto sentido de la magia y poesía del teatro, nos lleva a esta frontera floja, casi imperceptible, entre la vida y la muerte, donde la vida, la realidad y el sueño se confunden.

Irène Sadowska

Óscar o la felicidad de existir de Eric Emmanuel Schmitt (títulada en francés Oscar et la dame Rose) – versión: Juan José de Arteche – dirección y espacio escénico: Juan Carlos Pérez de la Fuente – iluminación: José Manuel Guerra – música y espacio sonoro: Tuti Fernández – vestuario:  Liza Bassi – Actúa: Yolanda Ulloa que interpreta a Oscar, Mami Rosa, Bacon, Palomitas, Doctor Düsseldorf, Madre de Oscar, Padre de Oscar, Sarita (la china), Peggy Blue, Padres de Peggy Blue, Barbarita (la afectada de trisomía) –  Producción : UNIR producciones AIE Pablo Garrido – En el Teatro Arapiles de Madrid los jueves, viernes, sábados a las 20 h, los domingos a las 19 h, hasta el 18 de marzo de 2018.

 

 

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