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Pablo Ley y Carme Portaceli lanzan una mirada contemporánea sobre el clásico ‘Terra baixa’

La versión que estrena el Teatre Nacional de Catalunya convierte la pieza en un thriller sobre la lucha de clases

El Teatre Nacional de Catalunya estrena ‘Terra baixa (Reconstrucció d’un crim)‘, el clásico de Guimerà en versión de Pablo Ley y dirección de de Carme Portaceli. La obra, que se podrá ve del 18 de enero al 26 de febrero a la Sala Gran del TNC de Barcelona, y posteriormente saldrá de gira, se convierte con esta adaptación en un relato detectivesco y en un thriller sobre la lucha de clases. Es una producción del TNC y cuenta con las interpretaciones de de Pepo Blasco, Laura Conejero, Mohamed El Bouhali, Borja Espinosa, Eduard Farelo, Mercè Mariné, Roser Pujol, Manel Sans, Kathy Sey y Anna Ycobalzeta.

Sin perder de vista los orígenes ni renunciar a la esencia de este texto universal, la dramaturgia de Pablo Ley traslada ‘Terra baixa‘ al siglo XX, a la Barcelona del anarquismo, e introduce dos personajes nuevos: una periodista y un comisario de policía, Vinagret. Éste será el encargado de investigar un crimen: un trabajador ha asesinado a su amo. Manelic ha matado a Sebastià para liberar a Marta (y a sí mismo).

Una mirada contemporánea y trepidante que transita desde el drama rural a la tragedia romántica para culminar en: «¡He matado al lobo! ¡He matado al lobo! ¡He matado al lobo!». El grito liberador de la clase obrera luchando contra la opresión.

«Tras el crimen pasional de Manelic late claramente un drama social que, leído desde el siglo XXI, anticipa de muchas maneras la historia del siglo XX. El trabajador (Manelic) que se enfrenta al amo (Sebastià) para liberar su futuro (Marta) es un trasunto de la lucha de clases, y no hay que tener mucha imaginación para ver en él un origen nada remoto de la Guerra Civil (con tantas anticipaciones como se quieran: la Semana Trágica, el Trienio Bolchevique, la dictadura de Primo de Rivera…). Seguro que Guimerà pensaba, a su manera, en la justicia social, pero difícilmente podía imaginar un mundo en el que se produjera la Revolución Rusa o el auge del fascismo y, aún menos, que la confrontación entre estas dos fuerzas acabara en una guerra mundial devastadora», afirman Pablo Ley y Carmen Portaceli.

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