Incendiaria en combustión

Paisajes del subsuelo

Es lunes. Después del almuerzo desnudo, al cerrar los ojos durante unos minutos, de la imaginación brotan descampados cubiertos de esqueletos, cloacas, casas viejas, campanarios, cuerpos calcinados… Abro los ojos y es ahí cuando aparecen todas las dudas sobre el paisaje. ¿Por qué esas visiones de la devastación? ¿Recuerdos? ¿Imaginaciones? ¿Metáforas de lo presente?

Arranca la semana. Es lunes y abro el libro «Maruja Mallo: de prometedora pioneira a artista universal» por la mitad. Incitada por el paisaje mortuorio descubierto tras el almuerzo desnudo, busco la fecha de la muerte de esta pintora surrealista nacida en Viveiro y auto-declarada «celta e internacional». Maruja Mallo fallece el 6 de febrero de 1995 en Madrid. Hoy es lunes 6 de febrero y se cumplen 17 años de su desaparición física. El 5 de enero se cumplieron 110 años de su nacimiento.

«El principio fundamental del teatro es adiestrar el cuerpo a la imaginación, convirtiéndolo en un instrumento de creación escénica». El pensamiento podría parecer propio de Mijaíl Chejov o de intérpretes habituados a moldear su cuerpo en servicio de la escena, pero la cita es de Maruja Mallo después de su estancia en París, donde completa su formación en el campo escenográfico. Concretamente, el texto se extrae del trabajo «Plástica escenográfica» que Mallo publica en 1935 en la revista «Gaceta de Arte» a raíz de «Clavileño», proyecto para el que realiza la escenografía. A pesar de que «Clavileño» no llegó a estrenarse, el material propuesto por Mallo se edita en revistas especializadas de la época y causa gran impacto por la incorporación de «novedades como introducir el cuerpo humano en figuras geométricas que se moverían por el espacio escénico».

Entre los proyectos escenográficos de Mallo, me atrae especialmente el iniciado junto a Miguel Hernández bajo el título «Los hijos de la piedra». Hernández se dispone a escribir el texto y Mallo a diseñar la escenografía para una dura pieza en tres actos inspirado en los trágicos sucesos de Casas Viejas de 1933. Y ahí irrumpe en mi cabeza una nueva imagen del almuerzo desnudo: las casas viejas. Y la imagen vuelve a ganar peso con el descubrimiento de un nombre con la lectura del periódico: María Silva «La Libertaria», un nombre que bien podría saber a la Retama que protagoniza «Los hijos de la piedra» (1935). Su historia la conozco a través de un reportaje sobre memoria histórica a través de su hijo y su historia es tan devastadora como la memoria enmudecida, la imaginación castrada o las preguntas que me deja este paisaje.

Regreso a Maruja Mallo. Regreso a la transgresora, a la exploradora y a la creadora universal que compartió tiempo y espacio con artistas de nombre internacional como Luis Buñuel, Salvador Dalí, María Zambrano, Gabriela Mistral, André Bretón, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Rafael Alberti y un largo etcétera… Regreso a su búsqueda incansable y a los inicios en los que explora «lo habitual y lo realísimo» y experimenta con materiales obteniendo una pintura oscura y sombría como la de su serie «Cloacas y campanarios». Y las imágenes del almuerzo vuelven a manifestarse.

Casas viejas, cloacas y campanarios, cuerpos calcinados, esqueletos…imágenes sin importancia que dirigen nuestra mirada hacia escenarios históricos que reclaman atención. La historia se manifiesta en nuestro paisaje, la memoria en nuestra imaginación. Ambas nos invitan a descubrir ese trasmundo subterráneo al que accedió Maruja Mallo y que Alberti recogía en el poema «La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo»: «Tú que bajas a las cloacas done las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado, dime por qué las lluvias pudren las horas y las maderas. Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes».

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