Críticas de espectáculos

Palabras encadenadas / Jordi Galceran / Domingo Cruz

Asombroso nivel de interpretación

Ha sido otra de las mejores funciones de la Muestra Ibérica de las Artes Escénicas (MAE), celebrada en Cáceres. «Palabras encadenadas» es una pieza muy atractiva del dramaturgo barcelonés Jordi Galceran -que recibió el XX Premi Born de Teatre-, montada con éxito por varias compañías profesionales y vocacionales del país, desde que fue escrita en 1995 (también fue llevada al cine en 2003). En Extremadura, el espectáculo ha sido producido por SoloMúsica Teatro (Lucas Espinar y Antonio Espinar, de Don Benito), bajo la dirección artística de Domingo Cruz.

 

«Palabras encadenadas«, es una de las primeras obras de Galceran, un anticipo de la maestría que este dramaturgo ha demostrado después con otras, como «El método Grönholm» (Premio MAX de 2005). La pieza en cuestión, ofrece la curiosa historia de un ex-marido (Ramón, funcionario) que secuestra a su ex-mujer (Laura, psicóloga) y la encierra en una especie de sótano aislado donde -desde comienzo- le hace creer que es un psicópata asesino en serie y que ella es su próxima víctima. Pero la trama se recrea con las relaciones de estos dos -únicos- personajes, en cuyo juego no sólo existe la tortura física sino también la psicológica (por parte de ambos).

La obra, no profundiza demasiado en la oscura condición humana de los psicópatas, en esos límites entre la locura y cordura, que todavía son difíciles de discernir en la psicología forense; y aunque el personaje de Ramón presenta los «síntomas» de la mayoría de los psicópatas, de apariencia normal, de que no son delincuentes, sino sujetos que gracias a su encanto y habilidad para manipular, engañan y arruinan la vida de todos aquellos que se asocian personal y profesionalmente con ellos, al final de la trama se llega a cometer el crimen que más bien parece -en su complejidad- el de la venganza de un ex-marido despechado.

El mayor acierto de la obra está en la gran capacidad que tiene el autor para construir -con diálogos hábiles- sorprendentes escenas de tensión y misterio, dosificando los develamientos que nos permiten ir conociendo los ásperos vínculos de los personajes. Un poco como en el juego que hacen, de vocabulario y memoria (que sirve para titular la pieza), en las que las líneas argumentales de las escenas giran y se quiebran, encadenando el final de una con el principio de la precedente, avanzando siempre en paraderos inesperados, en los que tanto Laura como Ramón van cambiando los papeles -dispuestos a jugar hasta el límite- buscando la verdad, que sólo aparece mezclada con mentiras y recuerdos de unos hechos crueles.

La puesta en escena, de Domingo Cruz, que conoce bien la obra (pues en 2005 la montó su compañía El Desván y participó como actor), responde fielmente a las ideas del texto por caminos estéticos del realismo veraz. Logra un montaje intensamente teatral -efectivo en su conjunto, en su valoración global- de esa indefinición sobre la línea que separa la comedia del drama, que hacen transitar la obra por la vía del suspense. Maneja conforme los resortes dramáticos que impregnan de atmósfera claustrofóbica un austero lugar enrejado (diseño escenográfíco de Diego Ramos, con luminotecnia de Fran Cordero y sonorización de Álvaro Rodríguez), imprimiendo un juego escénico centrado en los personajes -que son los que construyen la historia- palpitante de encuentro dialectico continuo y de imágenes exasperantes y agresivas que aspiran a golpear la sensibilidad, confiando en la reflexión del espectador.

Las interpretaciones de David Gutiérrez (Ramón, el «psicópata») y Beatriz Rico (Laura, la psicóloga), que mantienen la intriga, la tensión y la curiosidad del público -cuando en escena solo hay dos actores- son asombrosas. Son dos actores entregados que dan lo mejor de sí, exhibiendo naturalidad, garra dramática, buen timbre de voz y verosimilitud en sus cálidos roles. Gutiérrez vuela a gran altura con un certero instinto teatral, mostrando pericia y seguridad dramática en los momentos de generar incertidumbre, matizando en su personaje la violencia cuando el encanto, la manipulación, las amenazas y la intimidación no son efectivos para lograr sus propósitos. Rico, impecable de matización y de compostura del personaje, da fenomenal réplica artística a Gutiérrez sujeta a su destino de víctima que sabe infringir psicológicamente tanto dolor como el verdugo.

José Manuel Villafaina

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