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Palíndromos y viceversos de Corchero, Neira, Montesinos y Fresneda

De la inmensidad de las artes escénicas y de todo lo que en ellas podemos reconocer del mundo, de nosotros mismos, de la fantasía o de las utopías, quizás uno de los lugares más fascinantes sea escapar a lo menos común y convencional. Me refiero a esos espectáculos que no parecen espectáculos, a esas experiencias artísticas inclasificables que terminan convirtiéndonos en poetas.

Lo más importante en el teatro es la empatía y la retroalimentación que nos transforman sutilmente, aunque sea por un tiempo, la duración de esa experiencia artística. Y, si la experiencia fue tal, siempre dejará una huella, por pequeña que sea, que se incorporará y formará parte de lo que se supone que somos, de nuestro ser.

Lo más importante en el teatro, en las artes vivas, no es solo entretenernos, sino transformarnos y trascendernos. Por lo tanto, cuando lo que se produce en escena es poesía en acción e interacción, forjada en la escucha, los espectadores terminan colocándose en un modo de escucha integral, en sintonía con el espectáculo, y también convirtiéndose en poetas. Una vez que se ha tenido esa experiencia, no hay vuelta atrás.

Puedo dar fe de que esto es lo que ocurrió en ‘Palíndromos e viceversos’, de Andrés Corchero, Nieves Neira y Macarena Montesinos, con iluminación de Pedro Fresneda, en el Teatro Ensalle de Vigo (23/11/2025), dentro del XX festival Catropezas 2025.
Podría parecer una “jam sesión” teatral entre un bailarín muy singular (Corchero), una poeta (Nieves) y una violonchelista (Macarena), que no encajan en ningún molde.
Podría parecer una “jam sesión” porque la escucha activa del proceso y las improvisaciones que los trajeron hasta aquí continúan vibrantes.

La escucha y la química de esta tríada, que se complementa en cuarteto con la acción de la luz de Pedro Fresneda, no solo transmiten frescura y la delicada vibración del presente, de su impermanencia e incertidumbre, sino también esa verdad de lo que sucede sin pretensiones, como en una danza sin poses, como en la vibración de una cuerda que suena y nos toca, como en una mirada que trasciende lo anecdótico y se adentra en el ser, en la presencia.

Sin embargo, es una pieza redonda con una dramaturgia que lo casa todo, en la que el sonido del violonchelo resuena en el movimiento del cuerpo y ambos preparan apariciones y acciones posteriores, al igual que resuenan las palabras poéticas. He aquí solo una descripción insuficiente y parcial de algunos de esos momentos de magia teatral: Macarena y Andrés tocando con sus arcos un violonchelo que cuelga como un botafumeiro danzando en el aire; Nieves entrando, abrazando un segundo violonchelo, mientras nos dice que así es como se escribe, abrazada, a su vez, por Macarena y su arco; el contraste humorístico cuando Andrés utiliza uno de los violonchelos como máscara y el instrumento acaba transformándolo en un rockero; la escena imaginaria del caballero yaciente y el libro, como una leyenda antigua; las texturas de los papeles que Nieves trae, tocándolos, dejándolos volar como mariposas, sirviéndole también de suelo.

Andrés obra milagros constantemente con esa danza tan arraigada como un árbol, que nunca deja de crecer y tocar con sus ramas horizontes que parecían inalcanzables. Y, entre esos milagros escénicos, por ejemplo, el de pasar las páginas del viejo libro, mojando el dedo en la lengua, dejando que el papel se exprese, dejando que el movimiento del papel hable por sí mismo, mientras nos mira o mira más allá de nosotros. Nunca ver a alguien pasar las páginas de un libro había sido tan hipnótico. Pero, si lo pienso un poco, también lo ha sido toda su danza, fusionada con la poesía de Nieves, la música de Macarena y la luz de Pedro. Una suma que ejerce el efecto de la amalgama, de la mezcla, de la sinestesia, de la correspondencia… Y, entonces, Nieves baila, Macarena baila, la luz de Pedro baila, bailamos sin movernos de la silla en la que estamos sentados, encantados.

También cabe destacar la fuerza de los versos de Nieves, entre la exquisita descripción de la parte más material y física del cuerpo: los tendones, el nombre de los músculos, las articulaciones y los huesos que constituyen las manos, los pies, el cuerpo, contrastando o añadiendo la maravilla de la carne y su mecánica, y la maravilla del movimiento que, en definitiva, es la vida.

Y luego, hacia el final, insospechado e impredecible, como todo lo presente, como todo lo verdadero, el poema de “El pichón” de Abu-L-Hasan Ali Ben Hisn (s. XI) y el transporte que Andrés realiza del cuerpo de la poeta y de todos nosotros.

«Nada me turbó más que un pichón que zureaba sobre una rama, entre la isla y el río.
Era su collar de color de alfóncigo, de lapislázuli su pechuga, tornasolado su cuello, castaño el dorso y el extremo de las plumas del ala.
Hacía girar sobre el rubí de su pupila párpados de perla, y orillaba sus párpados una línea de oro.
Negra era la aguda punta de su pico, como el cabo de un cálamo de plata mojado en tinta.
Se recostaba en el ramo del arak como en un trono, escondiendo la garganta en el repliegue del ala.
Mas, al ver correr mis lágrimas, le asustó mi llanto, e, irguiéndose sobre la verde rama,
desplegó sus alas y las batió en su vuelo, llevándose mi corazón. ¿Adónde? No lo sé.»
(Traducción de Emilio García Gómez en ‘Poemas arabigoandaluces’)

‘Palíndromos y viceversos’ es una pieza que nos deleita, nos fascina y nos transporta. Como un palíndromo, se puede leer de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, una metáfora de las múltiples capas que, si queremos, podemos sentir y encontrar. Y el “viceversos”, del título lúdico y sugerente que eligieron, da buena cuenta de esa empatía, de ese ir y venir entre la tríada en escena y nosotros. De esos versos poético-coreográfico-músico-teatrales que nos convierten en espectadoras poetas.

P.S. – Artículo relacionado:
“Oguri, Corchero y el paisaje”. Publicado el 9 de junio de 2024.

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