Rebel delirium

Parejas

Durante esta temporada, hemos podido ver en el Teatre Lliure varios trabajos exquisitos que tenían un elemento en común: eran cosa de dos, de pareja. A partir del 28 de abril, y durante sólo 9 funciones, se podrá ver otro de estos artefactos, los podemos llamar así puesto que muy a menudo han sido parejas en un sólo montaje, que tiene muy buena pinta. Se trata de ‘Caín & Caín’, una obra creada por el actor Eduard Fernández y el coreógrafo de Mal Pelo, Pep Ramis, que se estrena primero en Salt (Girona), antes de llegar a Barcelona. Escucho a Eduard Fernández en la rueda de prensa de presentación del espectáculo, explicando cómo ha sido el proceso de creación: «Ha sido básicamente un trabajo de puesta en común, de acoplamiento, sin dejar que intervinieran demasiado los egos de cada uno». Es posible que ante tanta potencialidad de ambos personajes, el reto sólo sea éste, el de acomplarse. Repasemos algunos de estos espectáculos de naturaleza dual que han pasado por el Lliure últimamente, y que son ejemplo de extraordinadiors acoplamientos escénicos.

 

Antes, un pequeño comentario, que puede dar alguna pista, para entender algo que a lo mejor también pasa en los escenarios en estos espectáculos que funcionan tan bien. Ramon Madaula y Laura Conejero, otra pareja artística bastante consolidada, representan estos días en el Teatro Poliorama «Pequeños crímenes conyugales», de Eric Emmanuel Schmit. La obra reflexiona sobre la problemática de cómo amarse, y el espectador, en la obra escucha frases del tipo: «La pereza sustituye el amor», «una pareja se acaba convirtiendo en algo práctico», «el amor es muy difícil de gestionar». El problema, recuerda Schmitt, es cómo amarse, puesto que el amor es algo muy generoso. El amor, dice, consiste en dejar que el otro sea como sea. En este espectáculo, se está hablando de una relación sentimental de una pareja que lleva más de 20 años de matrimonio y que, naturalmente, se enfrenta a unas problemáticas determinadas. Creo que el debate de fondo que hay en «Pequeños crímenes conyugales», también se puede trasladar a las «parejas» que vamos a comentar, porque de lo que se está hablando es del concepto de libertad. Al igual que en una relación amorosa, los encuentros interpretativos en un escenario funcionan bien, entre otras cosas, si hay respeto, escucha y amor.

 

La primera pareja: Miquel Barceló y Joseph Nadj. Estos dos pasaron por el Lliure hace un par de temporadas con el espectáculo «Paso doble», estrenado en Aviñón en 2006. Un tapiz de barro era el punto de partida donde se desarrollaba una particular coreografía, que al mismo tiempo iba configurando una obra plástica. Aún tengo grabado en la memoria el sensual ruidito del barro mojado… La experiencia estética que vivía el espectador era sencillamente brutal y uno era transportado a no sé dónde, pero era muy profundo.

 

Segunda pareja: Albert Pla y Pascal Comelade. En esta ocasión, ambos son del mismo gremio, músicos, y presentaron un espectáculo en un formato poco común, el de teatro-concierto. Uno no abrió boca, como es habitual. El otro, en cambio, no se calló nada. El espectáculo titulado ‘Somiatruites’, hablaba de ese estadio placentero entre la vigilia y el sueño, entre lo racional y el inconsciente. Las nanas susurradas de Albert Pla eran acompañadas por los acordes de los pianitos de juguete, y de mil artilugios más, marca de la casa del músico rosellonés.

Tercera pareja: Josep Maria de Sagarra i Rosa Maria Sardá. Hasta hace pocos días, en el remodelado Lliure de Gràcia, Sardá leía artículos de prensa, poemas y otros recortes, dando voz a uno de los poetas más emblemáticos que ha tenido la ciudad de Barcelona. Evidentemente, esta pareja tiene una naturaleza distinta a las demás, pero no quería olvidarla, puesto que la maestría de la actriz hacía que algo muy íntimo aconteciera en el escenario.

 

Y por último, un cuarteto, hecho de parejas: la histórica pieza de «Belmonte», de 1988 que fue recuperada en la estrena de la temporada del Lliure. La pareja artística de Cesc Gelabert y Lydia Azzopardi, se fundió una vez más con la música de Carles Santos y la escenografía de Frederic Amat, en un espectáculo total. Como dijo el crítico Joan Anton Benach, «una experiencia escrita con palabras mayores». ¡Este espectáculo lo tendría que ver todo el mundo!

 

Todos los montajes citados pueden considerarse híbridos, de mil colores, anfibios, fronterizos, cuantos adjetivos queráis. Estamos ya bastante acostumbrados a ver espectáculos multidisciplinares, que combinan la danza, el circo, el teatro. Pero, ¿por qué tan a menudo los resultados son más que dudosos? Sin ir más lejos, en el TNC, la compañía Lanónima Imperial celebra sus 25 años con un montaje llamado «Musicolepsia (rapsodia para siete putas)», que tiene de todo (trapezistas, actores, música en directo, bailarines), todos ellos de un gran nivel, pero en cambio, el espectáculo no transmite nada. No aporta nada. Por el contrario, en el caso de las parejas citadas, es todo emoción. ¿Por qué? Por muchas cosas, seguro. En mi opinión, estos espectáculos son únicos porque combinan talento y sensibilidad estética de primer orden, en un ejercicio práctico de libertad creadora. Y con esto último, vuelvo a lo que decía Eduard Fernández al principio: saber escuchar y respetar al otro es básico para que el resultado sea óptimo. Estas parejas trabajan para que el otro brille, se estimulan mútuamente, dándose el espacio suficiente y necesario. Entienden a la perfección los tempos de cada uno, los ritmos, los gestos y sus pulsaciones. No voy a poder ver el duelo Caín & Caín, pero auguro que algo mágico saldrá de ahí. Ya me contaréis.

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