Y no es coña

Pérdidas y añoranzas

Malditas sean las musas que inspiran listas para cercenar la memoria colectiva no selectiva, la que se fecunda con retazos de obras, momentos de un concierto, una mirada furtiva en un café, esas páginas adhesivas de una buena novela, la incertidumbre de un poema susurrado o del parte médico que te da el pase a un certificado europeo de COVID. Un año no son doce meses, ni cincuenta y dos semanas, son millones de instantes recuperados de la inconsciencia o esos minutos amargos atendiendo a un acreedor necesitado. Los aplausos sordos, los vítores en forma de tweet, las lágrimas agridulces formadas desde la emoción y el dolor. Un año teatral cruzado de restricciones, aplazamientos, esfuerzos emocionales, prácticas de supervivencia, convivencia a plazos, estrenos con la pulsión del recuerdo, festivales de confluencias y reincorporación de aquellos contratos suspendidos por orden sanitaria no cabe en un balance numérico, ni alfanumérico. Es un estado de ánimo sembrado por circunstancias que han ido buscando la normalidad casi como una utopía. Y estamos otra vez desequilibrados.

Por eso esta última entrega del año de esta homilía lunera de este extraterrestre que va cada día al teatro por misión expresa de los dirigentes de su Planeta quiero que esté preñada del optimismo de un fuera de catálogo. Nada de lo que he dicho, diga o exprese tiene más valor que el de uso inmediato. No hay tesis, ni siquiera hipótesis, son apreciaciones surgidas de una emoción, un hipo mental o una dislexia política. Por eso tengo la sensación de que lo más importante que han registrado mis archivos centrales se puede colocar casi todo en el apartado de pérdidas. La medicación matutina no me permite acceder directamente a los fondos de obituarios, por lo que diré que ha sido un año que se ha tragado a una parte de una generación de teatristas nacidos justo a finales de la Guerra Civil española, personalidades que han marcado desde su acción un magisterio que probablemente hoy quede reservado para estudiosos de una ética profesional, de una manera de afrontar la profesión, ya sea de dramaturgo, directora, docente o cualquier otra actividad por la que a lo largo de muchos años van pasando una cantidad inmensa de educandos, profesionales e incluso gestores o funcionarios.

No hay tiempo para nombrarlos de manera fehaciente. A muchos de los que ahora me vienen a la mente hacía años que no los trataba, pero el día que se anunció su paso a mejor a vida, la vida de muchos sintió una pérdida, en muchos casos irreparable. Sin más connotación que la de la amistad y el reconocimiento de su influencia en algún tramo de nuestras vidas. En esos momentos se siente el paso del tiempo. Se refuerza el sentimiento de abandono, de aislamiento. La manera de vivir actualmente no propicia esos encuentros laxos, en donde un vaso de vino, unos trozos de chorizo y queso servían para alargar las esperanzas de vida inteligente, en donde una frase te podía iluminar un camino durante años. Intento hacer tangibles con palabras utilitarias esa sensación de pérdida que en ocasiones me atrapa de manera patológica. Es una sensación de soledad. Una soledad que comparto con los de mi generación y que entendemos la vida y esto del teatro de maneras bastante similares en cuando lo fundamental, aunque discrepemos en formas y estéticas. 

Así que, superada la primera etapa de estas fiestas de luces de colores para propiciar el comercio como estatuto no proclamado en ninguna constitución, mi optimismo enquistado en mi incapacidad para gestionar adecuadamente la realidad sociopolítica y cultural existente, me deja en manos de las añoranzas de cuando un tren a cuerda era un regalo imposible de superar y entre los papeles de estraza siempre había una muda higiénica que venía a señalar nuestro nivel económico. Añoranzas que no son nostálgicas, sino una manera de reafirmar una biografía identitaria con un proceso de superación fundamentado en el trabajo, el conocimiento, lo colectivo por encima de lo individual y el Teatro como un bien común que pude ser un factor de cambio, pero también un factor de evasión y apoyo al estatus quo, como se comprueba de manera cotidiana. 

Desde aquí, con esta remodelada presencia de www.artezblai.com, seguiremos colaborando a la comunicación directa y sin prejuicios entre todas las comunidades iberoamericanas de las artes escénicas. Volvemos a tener nuestras estructuras internas de este periódico digital funcionando a pleno rendimiento. Volvemos a tener estadísticas fiables. Crecemos. Ya éramos muchos, pero ahora debemos ser más participativos para generar corrientes positivas de cruce de experiencias y conocimientos. Frente al oficialismo cada vez más burocratizado e incapaz de superar las contingencias actuales, la fuerza de los auténticos generadores de riqueza teatral debe fusionarse para crear un movimiento regenerador, inclusivo y que propicie muchos focos de acción teatral ligados a la realidad de cada lugar.

Seguimos. Buen año.

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