Y no es coña

Perdonen la insistencia

He pasado media semana en Leioa, viendo artes escénicas que se hacen en la calle. Escribí hace décadas lo que me contaba en los años setenta del siglo pasado un viejo cómico: “Carlos se tardaron siglos para que los cómicos pudiéramos actuar bajo techo, ¿a qué viene ahora volver a salir a los caminos, plazas y calles?” La Calle se convirtió en aquellos tiempos en un lugar de libertades, y el teatro, las salas teatrales, al menos en el Estado español, estaban muy deterioradas, se habían convertido en cines, programaban solamente en fiestas y un largo etcétera, que no vos a repetir. Algunos grupos y compañías entendieron la necesidad, la demanda, sobre todo institucional, y a partir de la fiesta mediterránea, convirtieron la calle en un sueño, me refiero a Comediants. Otros del ámbito mediterráneo les siguieron, evolucionaron. En Francia se llegó a crear estudios universitarios sobre el asunto, se produjeron espectáculos magnificentes, teatralmente importantes. Pero un día, todo se acabó. Ya no interesaba políticamente esas manifestaciones de públicos por los parques, avenidas, plazas, y se redujeron los presupuestos para ello.

Este resumen exprés es lamentable, pero me entenderán pronto. Sin presupuestos, el teatro de calle se convirtió en algo subsidiario, todo se fue reduciendo a una animación a deshoras para todos los públicos, una salida coyuntural de las compañías para tener unos cuantos bolos en los meses veraniegos. Se perdió el rigor, no importaba las calidades, solamente el PRECIO, y eso es una absoluta indecencia, el fin de cualquier relato mediamente cultural. Y en esas aparecieron los oportunistas, los copistas, los que rebajan el precio para ocupar espacio de mercado. Y la danza se dio cuenta que existía un mercado. Y allí desembarcaron, algunos dignificando incluso la Calle, otros aportando más barullo hasta que el circo se convirtió en lo único que superó todas las crisis, como una suerte de medusas que acabaron con todo lo demás. Y hoy el Circo, con mayúscula o los que compran la nariz en el todo a cien, forman una legión de lamentables seudo espectáculos que hacen complicada la supervivencia de aquellas opciones que todavía, en el rubro que sea, intentan buscar lenguajes de calle y todo lo que ello comporta.

Pero diré más, no hay nada más demagógico que un festival, feria, actuación, evento de calle. Gratis, para todos los públicos, en horarios familiares, con buen tiempo, la contabilidad de espectadoras se convierte en un juego mágico. Diga usted la cifra que quiera, porque nadie se lo va a rebatir. Y los políticos en almoneda, se muestran ufanos transmitiendo los lugares comunes, las cifras y con las letras convertidas en naderías. 

Por eso abrazo, aplaudo, apoyo, me dejo la piel (por lo del sol y mi antiguo melanoma) por quienes todavía mantienen ferias, festivales, eventos, que, al menos, crean expectativas y que pueden servir, de alguna manera de reguladores del mercado. Maldigo las palabras que uso, pero no estoy para muchos matices. Pero ruego a todos, a todas, a las instituciones, a los programadores, a sus oficinas de prensa, que no me vengan con más milongas: el teatro de calle, en estas condiciones, no crea espectadores, espectadoras, públicos. Es todo circunstancial, de encontronazo, urbano, de animación y coyuntural. No cuenta nada, no tiene contenido, es excesivamente casual y reiterativo. El Teatro de escenario, el habitual, que se puede programar todo el año, necesita políticas coherentes, activas para que no muera de abandono. 

Insisto en mis obsesiones, ayer domingo, tras pasar entre multitudes por plazas de Leioa, fui a ver un espectáculo en teatro institucional en Madrid. Malísima entrada, menos de media platea. Eso sí, después de mucho tiempo, me sentí una persona mayor, la edad de las espectadoras era manifiestamente joven. Bravo. Eso es un buen síntoma si se mantiene en el tiempo.

Por si les queda dudas, pasado mañana me voy a Valladolid al TAC. Ahí queda eso. Y no estoy loco. No sé si pasaré calor o frío. Un aliciente.

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