Escritorios y escenarios

Performance en Bogotá

Esta semana estuve acompañando la performance “PU(L)SAR” de los estudiantes de Artes Escénicas de la UPN. La función realizada frente al Museo Nacional, ubicado en el centro internacional de Bogotá, produjo una experiencia totalmente distinta a la función realizada en Ciudad Bolívar.

A la primera asistieron espectadores, otros estudiantes, profesores del programa, los vigilantes del museo que nos reconocían porque allí estuvimos ensayando en días anteriores y alguno que otro turista o transeúnte. Al final hubo aplausos.

Este hecho escénico me hizo recordar los tiempos de esplendor del Festival Iberoamericano de Teatro, cuando el teatro de calle congregaba a muchos espectadores y se percibía como un gran acontecimiento de la cultura. Lo digo por la cantidad de gente convocada y por la transformación que se dio en el comportamiento del espacio público, que, por un rato, un jueves en la mañana, se convirtió en otra cosa.

Otra de las funciones fue realizada en Ciudad Bolívar, y a esta no asistieron espectadores, es decir, no llegó nadie a ver la performance por el hecho de que había programada una “función teatral”. Los que llegamos a las calles fuimos nosotros, allí nadie nos esperaba, nadie estaba citado, tampoco nunca ensayamos allí.

“Aterrizamos” en una de las calles principales, la diagonal 62 sur, y después de vanas negociaciones entre la lluvia y nuestro interés por empezar, los estudiantes decidieron que harían la performance a pesar de la lluvia. De vez en cuando, los estudiantes se toparon con viandantes, algunos de los cuales observaron con extrañeza el acontecimiento. Hubo un momento, todo hay que decirlo, en que un grupo de cuatro jóvenes se paró un largo rato a ver lo que estaba pasando. Daban respuesta a las preguntas que los actuantes realizaban. ¿Cuánta vida vale tu sueldo? “Mucha”, replicaban ellos. No era claro si estos espectadores tenían ganas de proponer un diálogo o de sabotear. Al final, creo que fueron las dos cosas.

De los locales comerciales que se encuentran sobre la vía se asomaron, de vez en cuando, los empleados con curiosidad y con disposición de encontrarse con algo distintito. Quién sabe con qué. Cuando llegamos a la última estación de la “procesión”, frente a la alcaldía de tal localidad, un joven sacó su celular y empezó a grabarlo todo. Quién sabe para qué, quién sabe a quién le mostrará ese video, ni cuántas veces lo verá. ¿Lo verá? Una vez terminó el espectáculo, el joven se acercó. ¿Me puedo tomar una foto con ustedes? Preguntó a dos de las actuantes. Sí, respondieron ellas. Y yo tomé la foto. Después nos agradeció por hacer cosas de “ese tipo”.

Domingo 30 de octubre del 2022.

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