Y no es coña

Peripecias y tribulaciones

Según los rumores y ruidos del tráfico que alcanzan mi recinto de ordenación de letras, ha vuelto el caos normal, la vida ordinaria con escuelas, institutos y universidades abiertas, lo que nos empuja a establecer jerarquías en nuestros propósitos y enmiendas. Camino algunos días por salas y teatros con una persona a la que identifico como “espectadora”, ya que la conocí en una cola para entrar a un espectáculo y descubrí la existencia de seres reales que van a los teatros por placer, no por necesidad profesional, que puestos a hablar o debatir sobre asuntos de las obras presenciados se colocan en otros lugares exentos de la contaminación rutinaria o gremial. A la salida de una obra tras esos silencios que propician la reflexión, preguntó: ¿para qué está obra? Todavía ando buscando grupos de palabras para intentar responder sin interjecciones, porque es una de esas preguntas que en ocasiones derrumban vocaciones o las solidifican.

Sin saber para qué se escriben estas homilías, aunque pueda intuir vagamente para quién, o a quién le puede interesar, quisiera bajar mis humos para señalar unas circunstancias que forman parte de la peripecia de un veedor de teatro cotidiano. En pocas semanas me ha ocurrido la misma situación: llegar a una sala y comprobar que la obra que iba a ver estaba programada dos horas antes. Como me había sucedido hacía unos meses, por esos mecanismos rutinarios que llevan a dar por supuesto que es el horario habitual, tengo la precaución de mirar en la web de salas y teatros, el horario de cada función a la que voy. En las dos ocasiones en las que en pocas semanas he tenido este incidente lo hice y en las dos ocasiones había una disfunción entre el operativo de sala y programación y los encargados de la comunicación o de mantenimiento de la web. Es un asunto bastante comprensible, porque es en los cambios excepcionales donde se producen o se pueden producir estos desajustes. Tengo una tenencia a culpabilizarme de estos problemas, pero como me sucedió ayer, miré en el propio teatro, delante de taquilleras y jefas de sala, la web, el lugar donde yo había confirmado el horario y existía un desajuste. El trato fue exquisito, no hay reproche ninguno. Confirmaré los horarios por activa y pasiva a partir de ahora.

De las muchas tribulaciones que se propician en las butacas de los teatros y salas, en los minutos de antes de la función y los posteriores, está el valor de los programas de mano. Por una metodología que suena a postureo, procuro no mirar los programas de mano antes de la representación. Hay veces que hasta he escrito previamente alguna información sobre la obra, pero mi memoria es de pez de cristal. Lo hago para intentar descifrar todo lo que he visto, dejarme impregnar por su estética, su mensaje, todo cuanto un espectáculo produce en un espectador sin estar condicionado. Es a la salida o cuando me enfrente a realizar un comentario crítico sobre el mismo que confirmo mis sospechas leyendo las palabras de la directora. Para lo que más uso el programa es para saber o confirmar el nombre de esa actriz o actor que me parece reconocer, pero no tengo seguridad. Y aquí es dónde vengo yo a señalar con el dedo.

No sé si estoy de acuerdo o no con que los programas de mano sean en QR, en la mudanza de la sede de ARTEZ en Bilbao he sufrido viendo el destino de cajas enteras de programas de mano de décadas anteriores que me dio por ir almacenando que no coleccionando, pero lo que digo yo que si existe un programa de mano de papel, este debe ser útil, informativo y, sobre todas las cosas, debe servir para identificar a las intérpretes y no es suficiente en un reparto de casi un decena, ponerlos por orden alfabético y más todavía si se añade que los días X e Y, la actriz tal sustituirá a la actriz cual, porque no sabemos quién es esa actriz sustituida pero nos ayudaría mucho si se pusiera el nombre de la actriz, por orden de intervención, alfabético o como se quiera y se señalara el o los personajes que interpreta.

Lo relatado anteriormente me ha sucedido en “Lectura fácil”, montaje que me pareció extraordinario, en el CDN, con programas de mano, pero con estas circunstancias. Los nombres jerárquicos estaban perfectamente identificados, pero las intérpretes eran un conglomerado, sin individualizar, cuando sus roles eran importantísimos. Sin mayor abundamiento me da la sensación de que forma parte del descrédito que subconscientemente está teniendo la labor interpretativa, que solamente se resalta los nombres de mercado, de aquellas actrices o actores que salen en la televisión, pero que, en los repartos importantísimos, pero no famosos, se les deja en una suerte de anonimato por defecto.

Y quisiera contarles una anécdota que creo señala una circunstancia positiva. Fui al estreno de “La Loba” en Nave 73, y me había llegado una información de esta obra en la que se señalaba que iba a hacer unas actuaciones por diversas localidades de Euskadi en fechas próximas. Eso me animó a hablar con el periódico en el que escribo mis críticas, circunscrito a las siete provincias vascas y que refleja lo acontecido por producciones n vascas o que se hacen en teatros vascos, para señalarles la circunstancia y quedamos en que el domingo les mandaba la crítica. Al revisar el programa de mano y ver los repartos y otras circunstancias, me di cuenta de que esa misma obra de Juan Mairena, “La Loba”, había sido estrenado hace un año y medio por otra compañía, que era la que hacía la gira, lo que me dejaba sin cobertura para mandarles mi opinión sobre la producción recién estrenada al periódico.

Me parece una cuestión importante a señalar, la posibilidad de que una obra de autor contemporáneo circule por el Estado español con varios montajes es un buen síntoma. Es raro, no es lo habitual, a no ser que sea un éxito contrastado de autores o autoras ya con mucho tirón y muy reconocidos. O de obras tan premiadas y solicitadas como ejemplo, “¡Ay, Carmela!” de Sanchis Sinisterra que hay momentos en los que pueden circular tres o cuatro montajes. Recurro a un clásico, en el sistema productivo alemán, los teatros públicos deciden que se va a poner en pie una obra de una autora, y se estrena esa obra con repartos, dirección y escenografía diferente en cuatro o cinco tetaros públicos el mismo día.

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