Críticas de espectáculos

Prometeo / Carme Portacelli / Festival de Teatro Clásico de Mérida

Prometeo, teatro plomizo

 

“Prometeo” de Esquilo, basado en la versión del alemán Heiner Müller, es el tercer bolo de la serie. Con dramaturgia de Carme Portaceli (compartida con Pablo Ley) y traducción de Feliu Formosa al catalán, se estrenó el mes pasado en el Festival del Teatro Grec de Cataluña, donde fue vapuleado por la crítica especializada. Valga como muestra: “Teatro inútil (sin eco, sin misterio, sin comunicación), antiguo en el peor sentido, pese a sus afeites de seudomodernidad. Sólo deja una pregunta: ¿cuánto nos ha costado este triste bromazo, esta pérdida de tiempo y de dinero?” (Marcos Ordoñez, 26/06/2010, BABELIA-EL PAIS). En Mérida, el espectáculo – encajado en el Teatro Romano con mucha precipitación- se presentó con traducción castellana de Adan Kovacsis.

La propuesta, dramatúrgica y escénica de este clásico griego, de Carme Portaceli (que no había hecho ninguno antes), ha intentado dar un mayor énfasis, comprensión e intencionalidad a la idea escéptica y desencantada planteada por Müller sobre la vieja confrontación del poder y contrapoder –que representan respectivamente Zeus y Prometeo, según Esquilo- llevada a sus consecuencias actuales. Para ello incluye en el espectáculo como “distanciamiento” didáctico un prólogo que contextualiza el castigo de Prometeo y un epílogo desmadrado, un “grand finale» con la liberación del titán que procede de la obra “Zement “, del propio Müller.

Pero ambos resultan teatralmente poco convincentes. El primero, por la simpleza de colocar delante de un micro a un a actriz tratando de resumir la génesis de los acontecimientos mitológicos sobre Prometeo, un revoltijo de dioses y superhéroes, con artificial y tedioso tono de maestra de colegio, y, el segundo, por la manida forma de cierto teatro catalán de acabar la función con una canción bailable como júbilo en crescendo. Y asimismo, porque fuera de lugar otro actor -imitando obtusamente la misma técnica brechtiana- ha de largar un sermoncito sobre el petróleo del golfo de México, el cambio climático y los refugiados, culminado con una insulsa morcilla sobre el triunfo de la selección española de fútbol.

El montaje que parece no tener una idea motora clara, introduce simbologías superficiales que intentan justificar la contemporaneidad de la obra, y lleva el asunto por momentos de afectación ingenua, y ese seguramente es el punto más frágil del experimento, perjudicado por lo que tiene de excesivo en todos los componentes artísticos. Entre ellos la escenografía impresionante y desmesurada de Paco Azorín: un altísimo faro metálico con escalera en espiral y pasarela a un espacio donde se sitúa a la orquesta de jazz de Dani Ne-lo, que son un tremendo pegote y bofetada al monumento; la música, sin ton ni son, que no sabe aprovechar la técnica de los distanciamientos.; y, sobre todo, los movimientos sin sentido de los actores vestidos de modo estrafalario que declaman o increpan largamente y el parloteo se hace insoportable.  Mi impresión es que la Portaceli esta perdida en este montaje sofisticado, tan arrojado. No aporta nada a la creación artística, la confunde.

La interpretación, en general, fue bastante gris. Los actores apenas están creíbles en sus algo falsos y forzados personajes. La protagonista Carme Elias (Prometeo) que permanece poco visible (entre tanta reja) y casi siempre inmóvil tampoco sigue una línea coherente de declamación. Tal vez le ha faltado tiempo para matizar el texto en castellano. Porque sus diálogos y monólogos son monocordes y la sobrecarga retórica hace que estos pesen bastante a lo largo de hora y pico. Pues tal festín de esplendores literarios desprovisto de una minima mecánica teatral hacen producir sopor en el espectador más predispuesto al goce teatral (que aguanta la incomoda piedra romana con amable paciencia).

En este sentido, tengo que recordar al mejor “Prometeo” representado en Mérida. Fue el de la compañía griega Attis Theatre, dirigida por Terzopoulos, montado con actores de un lirismo expresionista desbordante, en las voces desgarradas y en los cuerpos dotados de características de los ritos dionisíacos.

En fin, este “Prometeo” no ha logrado encender la llama del entusiasmo ni en el Grec ni en el Teatro Romano de Mérida.

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