Zona de mutación

Redención y mesianismo

Siempre me ha parecido un poco obscena esta actitud que como conformismo progresista, anida en algunos intelectuales y artistas. Todos sabemos que la Revolución es una figura política moderna y que tiene de paradigmas a la Francesa de 1789 y a la Rusa de 1917. Nunca se insistirá lo suficiente en la poderosa incidencia que tienen sobre dicha idea (la de revolución) el redencionismo cristiano y el mesianismo judío. Solo decir Marx, Trotzky, Rosa Luxemburgo, Che Guevara, nos da una idea. Quizá fuera esa una de las razones objetiva y cultural de que Hitler convirtiera al judío en el enemigo absoluto: el miedo cerval a su cultura mesiánica. Walter Benjamín, quizá el mayor crítico del siglo pasado, era un intelectual judío que preconizaba una irrupción sobre la continuidad lineal de la historia (Ver sus Tesis sobre la Historia), que lo hacen un inequívoco ideólogo revolucionario. Cuando se produce la Revolución Rusa él termina por acceder al conocimiento de Marx y ya su anarquismo de tipo cultural inicial, que traía influencias de Martin Buber, se radicaliza aún más. La dialéctica o antinomia catástrofe-esperanza nutre con una base judeo-cristiana los resortes e intenciones revolucionarias del siglo XX. Hay un punto en que más que conciencia histórica se postula una percepción presente en la búsqueda de nuevos valores. Detrás del Mesías está ese Otro radical, el final de la espera redencional.

De aquí que el mesianismo surge políticamente como la oposición a la linealidad progresiva planteada por la modernidad de cuño capitalista. Este mesianismo judío está detrás de la idea de revolución moderna, como lo señala Max Weber. Era la forma de contrarrestar el evolucionismo progresista hacia un confiado y determinado fin. La idea teleológica. Benjamín salta como leche hervida contra esta idea, la del progresismo, porque la considera socialdemócrata, a la que adjudica una comprensión reformista de Marx y no revolucionaria. Esta parte de Benjamin sirve para que algunos le adjudiquen un amor al origen similar al de Heidegger o Hannah Arendt, y por ende conservador. Pero en realidad, y nombro a Benjamín porque su pensamiento sortea el riesgo ‘new age’ planteado en la mirada al origen. Su salto dialéctico es descomunal y la profundidad iluminada de su obra sólo fue interrumpida por su suicidio.

Benjamin, quien como sabemos, y para escándalo de sus allegados más íntimos, se hace muy amigo de Brecht, quien influye en gran forma sobre su pensamiento. Repudiaba el reformismo socialdemócrata porque consideraba que en su idea progresista había una confianza casi supersticiosa en las leyes ‘necesarias’ del desarrollo histórico que producía un craso desmedro a la acción y a la confianza en la acción renovadora y decisional de los hombres. Esto era matemática revolucionaria pura. La Revolución tendrá siempre que ver con la libertad y es lo que la diferencia con el concepto de guerra, que no necesariamente tiene que ver con una cuestión de libertad. En este marco, la libertad se basa en la desobediencia, en el ‘no’ dialéctico a Dios.

Cuando el hombre, después del pecado original, empieza un camino de ‘deshacerse’ a sí mismo, el ‘desmontaje’ equivale en este punto a la creación que hace Dios de él. Ese deshacerse, esa deconstrucción se diría ahora, equivale a un Conocimiento, una Ciencia que lo convierte en Autor. Ese desmontaje es el ‘no’ del hombre a Dios con el cual, perdiendo el Paraíso, entra a la Historia, al Lenguaje, a la Representación. Es decir, al salir del Paraíso entra a los avatares de la historia. Si el Diablo hace todo a revés para negar a Dios, puede decirse que la temática del mal en tanto el hombre niega a Dios como un desmontaje de la obra divina, es la prueba que la acción del hombre se hace sobre el escenario de la Historia y es en donde el Mirón divino puede ver que la obra de este Autor no sólo es a imagen y semejanza suya, sino que en la lógica cosmogónica, el hombre maneja el código hermético de la creación. En la antropología creativa se sabe que sólo el hombre que crea conoce el arcano. Es el rol que le cabe ejercer al artista, en tanto ser que piensa y acciona, antes que correr a afiliarse al partido para que otros lo hagan por él. Sólo el artista corregirá los desvíos de la lucha.

La Revolución surge como fruto de la acción humana contra las fatalidades divinales, destinales, de las cuales supuestamente somos víctimas lapidarias. La confianza en la democracia sólo puede hacerse desde la radicalidad de una acción que compense los progresismos divinales que nos relevan y nos mantienen en un sacrosanto ‘no te metas’ porque la Historia con sus leyes necesarias, lo hará por nosotros. No veo otro rol para la cultura activa que aportar con sus acciones, a esas discontinuidades, a subvertir el conformismo. Por eso asocio a los ‘progres’ como portantes de esta obscenidad, como la certificación de lo que no se va a hacer, de lo que no va a pasar. Su mismo dogmatismo progresivista les impide descubrir las leyes del devenir. No haciéndolo, ellos mismos parecen estar metodológicamente viejos o atrasados cada vez que hay que medir cosas que ya han cambiado. La clave paradójica que permite deslindar progreso de devenir, pareciera ser, es un rasgo que definirá los perfiles de la época en que vivimos.

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