Escritorios y escenarios

Reflexión de viejita

En una de esas conversaciones casuales, con amigos, alguno me preguntó si yo me sentía un alma vieja. Sin vacilar mucho dije que sí. Hay una parte de mí que se siente más antigua que mi cuerpo. Y no sé si será por eso, pero pienso mucho en la vejez, en las personas mayores, en mi abuela. En un cuerpo octogenario. Y eso que no tengo, nadie la tiene, la garantía de llegar al piso ochenta. Así pues, tener ochenta y punta de años desde cierta perspectiva, parece un privilegio.

Pero no es de mí de lo que quiero hablar, sino de los artistas, de los teatreros, de los teatristas -no sé por qué pero no me gustan esos sustantivos, así que si los uso lo hago con reserva-, que dedicaron todo su tiempo y energía a crear obras, procesos o proyectos teatrales sin llegar a vincularse nunca a una institución que les garantizará una pensión. Y hoy, pese a su rebeldía, son personas mayores. Así es, son adultos mayores en una sociedad en la que tener más de sesenta años es convertirse en un ser obsoleto, a pesar de que el pensamiento es lucido, sensato y la creatividad sigue exigiendo ser escuchada.

Y de todas maneras, en el caso de las mujeres es peor. La sociedad nos quiere convencer de que somos obsoletas al convertirnos en mamás, cuando nos visita la primera cana, por cierto, a mi me parece un acontecimiento importante y hasta bello, o cuando cumplimos mas de cuarenta años…

¿Cómo pagan el alquiler de sus casas? ¿En dónde encuentran el sustento para pagar la comida y los servicios? Y los que no tuvieron hijos ¿son ayudados por quién? Y los que se encuentran enfermos, ¿cómo hacen para recibir la atención medica que es requerida? Por favor, no olviden que les hablo desde latitudes latinoamericanas.

Otro ángulo de la cuestión sería que en esa etapa de la vejez, nuestro artista en cuestión tiene sus necesidades básicas resueltas, y de hecho, sigue siendo productivo. Creo que así es como me gustaría envejecer a mí y, seguramente, a muchos. Pero esta ruta alternativa, idílica, también me obliga a preguntarme ¿de dónde viene ese deseo de producir hasta el final de los días? ¿Hasta cuándo el valor de una persona, el sentido de su existencia, debe estar sustentado en el hecho de ser productivo? Y si decidimos no ser productivos ¿dejamos de ser?

Domingo 16 de octubre del 2022

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